Octubre ha sido un mes intenso para el expresidente Mariano Rajoy. Su retiro de la vida pública se ha visto alterado en tres ocasiones, dos de ellas para arropar al rey Felipe. Una, en la inauguración del Foro La Toja, donde junto a Felipe González escenificaron el apoyo de los dos expresidentes al jefe de Estado. Otra, en el famoso vídeo donde varias personalidades lanzan vivas al rey. Y, por último, ayer, valorando la sentencia del Supremo sobre el caso Gürtel. Es quizás el texto más personal de Rajoy, que interpretó parte de la sentencia como una "reparación moral", y aprovechó para agradecer "a los españoles" la confianza durante su trayectoria política.
Sin embargo, Rajoy hace tiempo que hizo las paces con su nueva vida. Tras la moción de censura donde fue despojdado de la presidencia mientras alargaba la sobremesa hasta la noche, Rajoy se despidió completamente de la política. Sigue siendo afiliado del PP, pero ese verano de 2018 regresó a la profesión que intermitente había ejercido: la de registrador de la propiedad, con plaza en Santa Pola. Una profesión donde, dentro de la oficina, al menos recibía un tratamiento familiar: el de "señoría", como establece el Ministerio de Justicia.
Rajoy nunca vivió en Santa Pola, ni en su juventud: se hospedaba en hoteles y volvía al hogar –entonces Galicia, luego Madrid– en cuanto le era posible. Para otoño de 2018, ya había conseguido –merced a su antigüedad– el traslado a Madrid, a la oficina del Registro Mercantil en el Paseo de la Castellana. Allí ha acudido puntualmente, siempre escoltado, a ejercer su trabajo y poco más. Es afable en el trato, dicen, aunque distante. Su vida no es su trabajo. Incluso, contaba El Español, se dejaba ver algunas mañanas en la cafetería que flanqueaba la oficina del Registro junto a algunos de sus compañeros.
Porque la vida de Rajoy está en Aravaca, en aquel dúplex de 280 metros cuadrados que disfrutaba cuando fue jefe de la oposición y en el que no pudo residir durante años. Allí, vive con su mujer, Elvira Fernández, Viri ,y sus dos hijos –aunque al mayor, Mariano, ya le queda poco para terminar la Universidad, y entre estudios y trabajos va y vuelve–, aficionados a los videojuegos de fútbol desde los tiempos de PlayStation 2. El mismo en el que quiso quedarse cuando fue elegido presidente del Gobierno en las elecciones de finales de 2011, disgustado ante la idea de mudarse al Palacio de la Moncloa (no es el primer ni el último presidente en mostrar su desapego a la residencia oficial). La vida pública quedó apartada tras el regreso al verdadero hogar. Rajoy confesaba en diciembre del año pasado, en una entrevista a Ana Rosa Quintana, que "Viri quería irse de Moncloa".
Lo cierto es que incluso cuando Rajoy era presidente, y desde mucho antes, una de sus metas personales siempre fue comer y cenar en familia cuando fuese posible. Algo que la agenda impidió durante años, para disgusto de su mujer, y que le ha devuelto la ordenada vida del registrador, con un horario que le permite comer en casa y aún así embolsarse un millón de euros bruto al año, según El Español (algo nada descabellado para el principal registro de España, junto con el de Barcelona. La cifra es una aproximación porque los registradores son funcionarios para lo público, pero privados para sus finanzas)
Sólo la atracción sempiterna de Galicia y la amistad desde la infancia con Amancio López Seijas, organizador del Foro La Toja, consiguieron en 2019 que Rajoy participase en un diálogo entre sabios estadistas junto a su homólogo socialista de los ochenta, Felipe González. Lo más parecido a un retorno a funciones de expresidente desde su marcha.
Sin embargo, pese a que Galicia siempre tira, la vida de la familia está en Madrid. El hijo pequeño tiene todavía 14 años, y a Rajoy aún le quedan un máximo de cinco años como registrador (tiene 65 años, y la jubilación es obligatoria a los 70). Allí, a resguardo de las miradas, entre chalets y urbanizaciones y aceras desiertas, se dedica a la vida famliar. Y a recorrer los alrededores con su actividad física predilecta, andar rápido. En chándal o en vaqueros. Un hábito saludable que casi le cuesta una multa durante la primavera de este año, por saltarse el confinamiento.
El mismo confinamiento que truncó un poco sus planes: a finales del año pasado y principios de este año, Rajoy estaba más presente en la vida pública. Especialmente por la publicación de Una España mejor, las memorias que le han convertido en uno de los políticos más vendidos –el libro de Rajoy más que doblaba en ventas en enero de 2020 al Manual de resistencia, de Pedro Sánchez e Irene Lozano–.
Ese libro le supuso el retorno a las actividades públicas: entrevistas, presentaciones, y una firma de libros en el centro de Madrid que mostró a un Mariano feliz, al que el reencuentro con el público hizo bien para sanar las amargas heridas de la moción. Tanto, que es una de las escasísimas imágenes de su Instagram. Las dos últimas son la aparición en La Toja y el comunicado de la Gürtel, dos fotos seguidas tras 43 semanas de inactividad.
Muy agradecido a todos los que os habéis acercado esta tarde a la firma de “Una España mejor” en @elcorteingles .Ha sido un placer.
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Esas imágenes son de las pocas concesiones a figurar como expolítico. La otra fue este verano, cuando –otra vez Galicia– acudió a apoyar a Feijóo en su reválida electoral. Allí habló más de Galicia que del PP, y más de Feijóo que de su sucesor, Pablo Casado, también presente, pero con el que Rajoy ha mostrado siempre su impenetrable rostro de esfinge gallega: lo que Rajoy piensa de Casado lo sabe Rajoy.
Las agendas interrumpidas por el coronavirus también han frustrado la continuidad de una actividad pública, la de la promoción del libro, que fue la única cosa, junto a Galicia, capaz de sacarle de ese margen actual en el que tan cómodo parecía sentirse. El comunicado, sin embargo, ha sido una explosión emocional. Un respiro tras su –para él– injusta salida del Gobierno, y antes de varios procesos judiciales pendientes en los que todavía se dilucida su gestión en el PP. Con la instrucción de la Operación Kitchen en marcha y el juicio por el caso Bárcenas en febrero de 2021 como principales escollos antes de esa que finalice esa sobremesa infinita en la que dejó, sigue dejando, de ser presidente del Gobierno.
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