La noticia ha sorprendido a pesar de que Rosario Porto (abogada, 46 años) ya había tratado de quitarse la vida varias veces, en una ocasión mediante el mismo método del ahorcamiento con cinturón y al menos otra con pastillas. Llevaba en prisión 7 años y esperaba salir a la calle en 2022, aunque tuviese que seguir pernoctando entre barrotes o portar una pulsera localizadora. Porto fue condenada junto a su ex marido, Alfonso Basterra (periodista, 51 años), a 18 años de cárcel por el asesinato de su hija adoptiva, cuyo cadáver fue hallado el 22 de septiembre de 2013 en una cuneta del municipio coruñés de Teo, próximo a Santiago de Compostela. Se llamaba Asunta, tenía 12 años, hablaba seis idiomas y tocaba el piano. Su muerte dio lugar a un documental que se estrenó en 2017 en el que Rosario Porto repetía su mantra: no había matado a su hija.
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Tanto Porto como Basterra sostuvieron en todo momento que no habían hecho daño a Asunta, la primera niña china adoptada en Galicia. Ni durante la investigación ni durante el juicio ni en la cárcel admitieron responsabilidad alguna. Lo cierto es que ninguno de los dos trabajaba en el momento de los hechos, detalle que cobra relevancia al considerar el extraño fallecimiento de los padres de Rosario Porto. Ambos murieron repentinamente y fueron incinerados en diciembre de 2011 y julio de 2012, extremo que impidió investigar sus muertes tras el asesinato de la pequeña Asunta. Dejaron a su hija única cinco pisos en Santiago, la casa de Teo (valorada en un millón de euros) donde su nieta habría sido asesinada y una casa en Vilanova de Arousa.
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El suicidio de Rosario Porto frustra la resolución total del crimen de la niña Asunta, muy lejos de poder archivarse a pesar de la sentencia de culpabilidad para sus padres. Falta la pieza clave del puzzle, aquello que da sentido a un crimen difícilmente explicable: el móvil. Los investigadores esperaban que fuera Porto, mucho más inestable emocionalmente que Alfonso Basterra, la que terminara explicando su verdad y aclarando los motivos que la llevaron a sedar y asfixiar a su hija. Y, de paso, que confesara su posible intervención en la muerte de sus padres. Ambos eran mayores, pero no tenían enfermedades graves y ambos fallecieron de repente y en la cama. Tras su anunciado suicidio, el misterio permanece. Solo Basterra podría aclarar las circunstancias de tres desapariciones que jamás debieron suceder.
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Tras descatarse el móvil económico, el juez valoró una motivación sexual. Del ordenador de Alfonso Basterra se rescataron fotos en las que Asunta viste corpiño y medias de rejilla y posa insinuante de una forma que llamó la atención por inapropiada. Además, el sumario del caso incluye imágenes macabras en las que la niña está enrollada en una sábana, como si estuviera amortajada. Rosario Porto les restó importancia aduciendo que las fotos ligera de ropa se tomaron tras una actuación de ballet, mientras que en las segundas Asunta jugaba a ser zombi. Aunque se halló ADN de Basterra en la ropa interior de la menor (procedente de un fluido que no es semen), finalmente no se concretó el móvil sexual ni el juez lo señaló como relevante.
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En la instrucción se asegura lo siguiente: «Asunta estaba ‘tirada’, sin que nadie le hiciese caso». En otras palabras: era un estorbo. El juez instructor califica la situación de la menor de «abandono palmario», ya que la niña «pasaba días, e incluso noches, sola». El auto no deja lugar a dudas: era tal el desapego de los padres hacia ella que sus últimas vacaciones, del 28 de julio al 9 de septiembre de 2013, las pasó con su cuidadora. «Su madrina indicó que, debido a su ‘trabajo’, no dispusieron de tiempo para pasar el santo de la niña (15 de agosto) con ella». ¿La mataron, entonces, porque no querían ocuparse ya de ella? Probablemente no lo sabremos jamás. Solo Alfonso Basterra podría, ahora, explicarlo. Rompió a llorar al conocer el suicidio de su ex mujer y se encuentra ya bajo la vigilancia del protocolo antisuicidio.
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