Cuando don Juan Carlos y doña Sofía llegaron a Palma, en 1973, la reina se encargó personalmente de la decoración del palacio. Se inspiró en Tatoi, su añorado hogar ateniense, para construir una residencia por la que caminar descalza. De hecho, enmoquetó varios salones (a pesar de que, como cuenta un conocido, los perros solían hacer pis encima) y pronto se impusieron las túnicas indias que tanto gustaban a la reina Federica. Las estancias privadas de Sofía reproducen el aspecto de un bazar en el que se amontonan sus joyas y pañuelos. También pintó las puertas de blanco y colocó una mesa de ping pong en el vestíbulo. En el primer piso acondicionó las habitaciones para su madre y sus hermanos, Constantino e Irene. Antes, en la torre dormían los reyes y, sobre ellos, en una sala que hoy ocupa don Juan Carlos, se mandó montar una suerte de campamento de verano en el que todos sus hijos pudieran dormir juntos en colchones dispuestos en el suelo.
En los años ochenta y noventa, Marivent empezó a recibir invitados ilustres como los príncipes Carlos y Diana de Gales. Un detalle: cuando hay visitas, la reina procura que nunca falten frutas frescas, bombones y una bandeja con productos de baño de su marca favorita, The Body Shop, en cada habitación. Una vez consolidada la Corona, el Gobierno balear acondicionó la casa. Se contrató personal entre la alta sociedad mallorquina. Se levantaron las moquetas, se destapó el color natural de las puertas, se pulieron a mano los pomos de cobre y se salvaron los antiguos suelos de cerámica. La mesa de ping pong dio paso a una mallorquina de bienvenida.
Quienes frecuentan Marivent aseguran que la vida familiar discurre alrededor de la terraza y de la piscina. Como casa de vacaciones que es, no faltan los principales periódicos y las revistas de sociedad, de las que doña Sofía es una lectora voraz. Nadie madruga, por eso el desayuno se sirve en la terraza hasta bien entrada la mañana. La fórmula, el bufé libre, también se utiliza para las cenas. Cuando la familia real salía a navegar, almorzaban todos juntos a bordo del yate Fortuna.
Todos los años, el palacio se prepara para recibir el verano a mediados de julio, cuando un contingente de La Zarzuela desembarca para acondicionarlo. De Madrid llega el personal de servicio y el jefe de la Casa, Jaime Alfonsín, que se instala con otros trabajadores de alto rango en La Masía, una construcción reciente próxima al edificio principal y famosa por sus tertulias y fiestas nocturnas.
En la década de los noventa la familia real se amplió con las bodas de las infantas y el nacimiento de los nietos. Entonces, se rehabilitaron tres viviendas anexas al palacio. Entre ellas, Son Vent, la que ocupan los reyes Felipe y Letizia durante la semana que pasan en la isla. La edificación está decorada con muebles de estilo mallorquín, sofás tapizados en azul y cortinas de roba de llengües, un ikat típico adquirido en el taller familiar Artesanía Textil Bujosa. Una inmensa sala abovedada con marés hace las veces de salón y, justo enfrente, una casa de aperos reformada sirve de cocina.
A la derecha de Son Vent se levanta la residencia de la infanta Cristina (a Iñaki Urdangarin le encantaba veranear en Marivent) , y a la izquierda, la de la infanta Elena. Dos vestigios de los últimos años de esplendor de Marivent, cuando nada hacía presagiar que al estilo de vida que se impuso tras sus muros le quedaba poco tiempo.
Para muchos monárquicos, la apertura de los jardines que se produjo en 2017 fue el principio del fin. Pero para otros, representó un regreso a los inicios: su propietario original, Juan de Saridakis, donó la finca para que fuera un museo público. Su voluntad comenzó a cumplirse, y más tras el acuerdo entre el Gobierno balear y la familia de Joan Miró, que cedió 12 esculturas del artista.
Artículo publicado originalmente en mayo de 2017 y actualizado
Fuente: Leer Artículo Completo