Si es verdad lo que cantaban Los Nikis de que nuestros nietos se merecen que la historia se repita varias veces, los franceses están de enhorabuena. Este sábado, Jean-Cristophe Napoleón (Saint-Raphaël, 1986), pretendiente del trono de Francia y actual jefe de la casa de Bonaparte, y la condesa Olympia Elena Maria von und zu Arco-Zinneberg (Múnich, 1988), bisnieta del último emperador de Austria, Carlos I, se casan en la catedral de los Inválidos de París. Una boda que a los nostálgicos del Imperio francés les servirá para evocar la que se celebró en 1810 entre Napoleón I y su segunda esposa, la princesa María Luisa de Austria, porque los novios son “tatara-sobrinos nietos” de uno y otro. Dos siglos después, las ramas del árbol genealógico de los Bonaparte volverán por tanto a entremezclarse con las de los Habsburgo.
“¡Es un matrimonio por amor! Me fijé en sus ojos antes que en su linaje”, protestaba Jean-Cristophe en una entrevista concedida recientemente a un diario local de Córcega, tras participar junto a su novia en la celebración del 250º aniversario del nacimiento de su antepasado en esa misma isla. Los prometidos se conocieron hace 17 años durante la fiesta que los grandes duques de Luxemburgo ofrecieron en su palacio con motivo del 18º cumpleaños de uno de sus hijos, el príncipe Félix de Luxemburgo. Años más tarde volvieron a verse en París y, tiempo después, la condesa Olympia fue a visitarle con otros amigos a Bolivia y Perú, donde Jean-Cristophe se encontraba realizando un viaje alrededor del mundo. La chispa surgió y el pasado enero se comprometieron durante unas vacaciones en la casa que la abuela del príncipe, Alix Napoleón, tiene en Prangins, Suiza. “Estábamos dando un paseo por la orilla del lago Lemán. Fue un momento muy bonito, porque estaba nevando sobre el agua”, contaban en mayo a la publicación francesa Point de Vue.
Fue precisamente el robo del anillo de compromiso que le entregó el príncipe a su novia durante ese paseo lo que despertó el interés por la pareja, desconocida para los medios a pesar de sus famosos ancestros. La historia es digna de un caso del inspector Clouseau: en abril, los prometidos aparcaron su Mercedes en el Hotel D’Aubusson de París, en el que se habían citado con sus padres para planificar su enlace, con la mala suerte de que les robaron el anillo, que habían dejado en un bolso dentro del coche. Estaba engarzado con un diamante de un millón de euros procedente de una de las diademas de la emperatriz Eugenia de Montijo, esposa de Napoleón III. Afortunadamente, la policía atrapó al ladrón y los novios recuperaron la joya al tiempo que su compromiso daba la vuelta al mundo con la noticia del hurto.
Aunque nació en Múnich, la condesa Olympia creció en Estados Unidos, estudió dos cursos de colegio en Inglaterra y pasó un año sabático en China. Su cosmopolitismo es una de las cosas que más le gusta de ella a su futuro marido. En Yale, se graduó en Ciencias Políticas y se especializó en Urbanismo, curiosamente con una tesis sobre el Segundo Imperio francés, aunque fue su afición por la fotografía lo que la llevó a trabajar para la sección de fotos del MoMA y para la revista New Yorker. Actualmente sopesa la idea de abrir una galería para exhibir el archivo que creó en 2005 sobre la historia de la fotografía y del cine. Por su parte, Jean-Cristophe estudió Administración de Empresas en la escuela HEC de París y en Harvard. Ahora combina su trabajo en un banco de inversiones de Londres con sus compromisos dinásticos. No es uno de esos locos de chiste a los que un día les da por creerse Napoleón: en 1996, su abuelo Luis le nombró su heredero al frente de la Casa de Bonaparte, por lo que los bonapartistas le consideran el legítimo heredero de Napoleón I y Napoleón III. Si el trono fuera restaurado en Francia, podría pelearlo como Napoleón VII a los otros dos pretendientes, Luis Alfonso de Borbón y Juan de Orleans. De momento, los novios vivirán y formarán su familia en Londres, aunque aseguran que en el futuro tienen pensado mudarse a París. Será por si el Imperio contraataca.
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