No es fácil aceptar que envejeces cuando llevas toda tu vida siendo un sex symbol internacional. Claro que a Brad Pitt ese problema no le debería preocupar lo más mínimo. Primero, porque lleva décadas demostrando que su valor como actor no reside en su físico sino en sus dotes interpretativas. Y segundo, porque cualquiera que haya visto Érase una vez en Hollywood y su ya famosa escena sin camiseta, se habrá dado cuenta de que los 55 años de Pitt no son de este mundo.
Así y todo, el tiempo pasa y Brad se encuentra en un momento vital en el que lo único que le pide el cuerpo es reflexionar sobre su existencia. Sobre la pasada y sobre la futura. Al menos esa es la imagen que proyecta en todas sus entrevistas recientes, en las que acostumbra a repasar su vida para compartir con el lector todas las lecciones que ha recibido a lo largo de estas décadas.
Y eso es precisamente lo que ha hecho durante su última conversación con la edición estadounidense de GQ, de la que el protagonista de Ad Astra es portada. Un espacio abierto a la reflexión en el que Pitt ha desvelado qué es lo que más importante que ha aprendido ahora que empieza a acercarse a los 60.
“De lo primero que me he dado cuenta es que me estoy haciendo jodidamente viejo”, comienza bromeando en su respuesta antes de ponerse serio. “También que ahora soy más consciente del tiempo y de todas las experiencias que tengo acumuladas con la gente, tanto buenas como malas”, explica.
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“Ahora tengo muy presentes mis victorias y mis derrotas, aunque a medida que envejeces ninguna te parece para tanto. Pero, sobre todo, valoro mucho más con quién paso el tiempo y cómo lo paso. Eso es lo verdaderamente importante para mí”, asegura.
Pero ojo, que esto no es lo único. Además de valorar lo material, este Pitt maduro también reconoce que ahora que entra en un nuevo rango de edad está volcándose mucho en lo espiritual. Un viaje que, tal y como él reconoce, le ha llevado a pasar por todos los estados de creencia.
“Soy optimista sobre la posibilidad de que haya algo más. He pasado por todo pero me aferro a la religión. Crecí con el cristianismo, y aunque siempre lo cuestioné, reconozco que a veces me funcionó. Luego, cuando me fui de casa, lo abandoné y empecé a describirme como agnóstico. También intenté algunos rollos espirituales, pero no era lo mío”, recuerda.
“Después, me llamé ateo por un tiempo, solo por parecer rebelde. Me parecía muy punk etiquetarme así, aunque no fuera verdad. Y ahora he vuelto a creer en… Odio usar la palabra espiritualidad. Digamos que creo que todos estamos conectados de algún modo”, concluye.
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