Victoria Federica: lejos del trono, cerca de la fama

“La portada que tiene usted entre manos —el cálido abrazo de un abuelo y su nieta— supuso cierto ‘escándalo’ en la pasada Feria de San Isidro por esa convención de que la monarquía no debe expresar sus emociones en público”

Puede que no esté familiarizado con Élite, pero tenga por seguro que sus hijos o sus sobrinos sí lo están. El último fenómeno mundial de Netflix surgido en España se fija en un grupo de adolescentes ricos que acuden con chófer a un colegio privado de la sierra madrileña por la mañana… y a beber y bailar a Pachá por la noche todos los días de la semana.

Es el escenario que pintan los amigos de Victoria Federica de Marichalar y Borbón. No como cosa cierta, sino como posibilidad: “Si quisieran [tanto ella como su hermano Felipe] podrían salir todas las noches. No tienen horario. Nunca lo han tenido. […] Para cualquier discoteca, Victoria Federica es siempre un reclamo”, ha confirmado gente de su entorno a Vera Bercovitz y Eduardo Verbo, los dos redactores de Vanity Fair que han dibujado en este número un retrato al claroscuro de una de las figuras más discretas de nuestra realeza. La portada es para ella porque —sin querer— se ha hecho un lugar en la curiosidad de los españoles.

Frente a las opiniones polarizadas sobre el papel de los reyes eméritos o las riñas y treguas en distintos sectores del árbol genealógico real, los nietos de don Juan Carlos representan perfiles con cierto morbo aspiracional para aquellos que siguen apoyando a la institución. Famosos por nacimiento, ni su hermano ni ella, ni los más discretos Juan, Miguel, Pablo e Irene Urdangarin, podrán escapar ya del foco aunque quieran. Quienes la hayan visto sabrán que Élite no es una comedia, sino un drama tormentoso.

Tras los recientes escándalos que atraviesan los duques de Sussex —filtración de la correspondencia entre Meghan Markle y su padre en la que la primera le pide que no conceda entrevistas a medios—, cabe solidarizarse con aquellos cuyas relaciones personales se complican por hallarse en el ojo del huracán. Llevarte bien con tu cuñado o suegro en la cena de Navidad quizá no es lo más sencillo del mundo; ahora imagínese a medio planeta mirando por un agujerito a su salón.

Podemos conceder que Markle no era ajena a la fama por haberse curtido en Hollywood, además de que casos como el de nuestra reina Letizia alertaban de la hiperexposición de un civil en el contexto de una corte, pero Victoria Federica—que no eligió nacer en la familia que lo hizo— se ha tenido que someter a las estrictas normas del protocolo desde siempre. Hasta el punto de que la portada que tiene usted entre manos —el cálido abrazo de un abuelo y su nieta— supuso cierto “escándalo” en la pasada Feria de San Isidro por esa convención de que la monarquía no debe expresar sus emociones en público.

Hablando un poco de mí, el otro día había quedado a cenar en el barrio donde me crie y, como llegué demasiado pronto, decidí entrar en mi colegio 20 años después de haberlo visitado por última vez. Tras un paseo en el que comprobé que casi nada había cambiado, camino de la salida me crucé con padres y madres de alumnos que acababan de asistir a una charla formativa. Y mientras una señora explicaba a su teléfono que había sido muy interesante, quien debía de ser un profesor peroraba sobre el control parental de los dispositivos a un padre curioso sobre cuál era la mayor amenaza que preveía después del ciberacoso.

Ahora se están haciendo las cosas mejor. En nuestros días valía con que no nos matáramos. Temo muchísimo el día en que mi hijo, aún muy pequeño, se sienta agredido, intimidado o amenazado por cualquiera de los sucesos connaturales a su desarrollo, pero lo que me pone los pelos de punta es que no pudiera darme un abrazo cuando quisiera para escuchar que todo va a ir bien.

Lo que hemos tratado de reportear con la crónica vital de Victoria Federica y el resto de sus homólogos royals es cómo se gestiona la juventud de quienes, además de las infinitas bolas de incertidumbre con las que hacen malabarismo a diario, tienen que sumar la de una popularidad mediática muchas veces involuntaria.

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