Qué sucede cuando las influencers recurren a sus hijos para mantener su relevancia en Instagram (sorpresa: nada bueno para los niños)

No es ninguna novedad: la ingenuidad de las redes sociales quedó atrá hace mucho. La pandemia ha supuesto el cierre definitivo de nuestra vivencia infantil de internet y, por fin, se ha instalado en el sentido común la realidad de estos espacios: más que una extensión de la vida social, son un nicho de negocio. El documental de Netflix El dilema de las redes sociales, que tanto está impactando ahora mismo en los hogares. despierta a quien aún seguía un poco en la inopia. Pero ha sido el coronavirus el que nos ha dado el empujón definitivo para ponernos en guardia ante Facebook, Instagram y, en general, las pantallas. No solo porque los médicos hayan advertido durante el confinamiento que es nocivo para niños y adultos pasar tantas horas dentro de ellas, sino también porque advertimos sus carencias ahora que la educación parece empujada a desplegarse en plataformas.

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Las influencers son un personaje central de este espacio con apariencia intrascendente y calculadora por corazón: son uno de los motores del negocio. Ellas hacen que continuemos pasando más que ratos en el interior de las redes, mirando lo que llevan puesto para comprarlo a continuación. Ese es su trabajo. Aunque un día fue un divertimento y una ficción de popularidad y fans, hoy ya no se puede seguir invocando una inane frivolidad: su presencia se sustenta en nuestros clics y sus contratos con las marcas. Por eso sorprende tanto que sigan apareciendo sus hijos en un lugar en el que se realiza la compra-venta de productos. ¿Por qué forman parte los niños de estas transacciones que todos interpretamos ya como comerciales?

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Una influencer que prefiere no dar su nombre lo aclara con total normalidad: «Cuando aparece un niño, las fotos consiguen más ‘likes’«. No se trata de presumir denmala fe: seguramente muchas madres jóvenes continúan refugiándose en la idea de que quieren compartir la felicidad de su vida con sus fans. Pero confunden los términos: la ficción de las famosas y sus fans se terminó. Lo que ahora vemos con total claridad es un escaparate, puesto en acción por una mujer que es a la vez directora de arte, prescriptora, copy, estilista, maquilladora, modelo. Todo lo que figura dentro de la foto que no es producto es atrezzo: el sofá precioso, el gato carísimo y, si aparece, el niño. En Instagram, los niños son solo un reclamo más para conseguir relevancia. Una relevancia que se mide en dinero.

En España, no está prohibido exponer a los niños en redes, pero en Francia las multas pueden llegar a los 45.000 euros y el año de prisión. Aquí no terminamos de entenderlo: los niños tienen derecho a su propia imagen e intimidad y esta no es propiedad de los padres. Además, estos exponen a sus hijos a que cualquiera utilice su cara en imágenes o vídeos falsos gracias a los programas informáticos y contribuyen a alimentar los softwares de reconocimiento facial que impulsan las grandes corporaciones de vigilancia online. Por descontado, naturalizan desde muy niños el mismo hecho de ser fotografiados, posar y mirarse en pantalla, con repercusiones que aún no pueden ser predecidas por los psicólogos.

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Los profesionales insisten desde hace años en que los niños no deben tener móvil, pero empiezan a advertir también sobre los padres: la Academia de Pediatría estadounidense ha observado cómo ha ido variando la relación de los padres con sus hijos desde que no nos separamos de los smartphones: los niños reciben 200 palabras menos a la hora del adulto. Esa deficiencia en la estimulación del lenguaje tiene consecuencias en el desarrollo cognitivo.

Pero, además, al acostumbrarles desde pequeños a posar y ser observados, les exponemos innecesariamente a la mirada evaluativa del otro, a ser conscientes del juicio que su aspecto puede conllevar en sociedad. Enunos años en los que solo tendrían que acercarse a su cuerpo como herramienta de juego y descubrimiento, como una potencia de aprendizaje, les enseñamos a considerarlo un lugar de preocupación y ocupación. De alguna manera, les robamos su relación con el cuerpo y la ponemos a disposición de los ‘likes’. Ya forman parte del negocio.

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