Nació en Kentucky y murió en París. A los 27 estaba divorciada dos veces. La retrató Salvador Dalí, tuvo cinco maridos, se convirtió en la primera americana nombrada la mujer mejor vestida del mundo y entre sus amigos estaban Gore Vidal, la duquesa de Windsor o Cecil Beaton. Mona Von Bismarck vivió una vida a lo grande.
Fue una de las damas de la alta sociedad estadounidense más privilegiadas del siglo XX y su personalidad inspiró a una de las creadoras estéticas más relevantes de los últimos tiempos, Coco Chanel y, sobre todo, a su favorito, Cristóbal Balenciaga.
En el viejo sur, Lousville (Kentucky) nació Mona Travis Atrader en 1897. Su madre, Bird, era hija de inmigrantes irlandeses. Su padre, Robert Sims Atrader, se dedicaba a la cría de caballos. Cuando Mona tenía 5 años, sus padres se separaron y fue a vivir junto con su hermano a Lexington, a casa de su abuela paterna.
Ya convertida en una belleza sureña, Mona se casó por primera vez a los 20 años con el dueño de la finca en la que trabajaba su padre, Henry J. Schlesinger, un hombre 18 años mayor que ella. Con él tuvo un hijo, Robert Henry, pero perdió su custodia al divorciarse en 1920. En el acuerdo, le correspondió medio millón de dólares.
Al año siguiente volvió a contraer matrimonio, esta vez con el banquero James Irving Bush, 14 años mayor y considerado por aquel entonces el hombre más atractivo de América -así lo reseñaba el New York Times cuando anunció su boda-, del que se separó en 1925 convirtiéndose en una mujer un poco más rica.
En 1926, Mona abre una boutique en Nueva York con una amiga, Laura Merriam Curtis, hija de un ex gobernador de Minesota. Laura estaba prometida con el empresario Harrison Williams, pero la cosa no prosperó… con ella. En junio de ese año, Mona volvió a pasar por la vicaría, y esta vez no con el hombre más guapo de América, sino con el más rico. La fortuna de Williams, un viudo 24 años más mayor que su nueva esposa, equivaldría a unos 8.700 millones de dólares de hoy -no lo suficiente para entrar en el top 10 de la lista Forbes, eso sí-.
Fue en esta etapa cuando Mona se convirtió en icono, con el dinero y el gusto suficientes para marcar tendencia en la época. Al volver de su luna de miel en el crucero más caro de la época, Williams compró una mansión georgiana en la Quinta Avenida, que Mona se encargó de decorar. Además de otras propiedades en Estados Unidos, el matrimonio se hizo con una maravillosa villa en Capri, un terreno que había pertenecido nada más y nada menos que a Julio César.
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Allí empezó a cultivar el que sería el verdadero amor de su vida: la jardinería. También por aquella época se afianzó su relación con Cristóbal Balenciaga, el que sin duda fue su diseñador predilecto, además de gran amigo. Roger Vivier, Hubert de Givenchy y Coco Chanel también la vestían y disfrutaban de su hospitalidad.
En 1933, la esposa del hombre más rico de América se convirtió en la primera estadounidense en ser nombrada la ‘mejor vestida del mundo’, por un jurado compuesto, entre otros, por Chanel y Lanvin. En 1943, Dalí la retrató (él le dio el título de Condesa de Kentucky, bautizando así el cuadro).
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Más de dos décadas después, en 1958, fue incluida en el salón de la fama de la lista de las mejor vestidas del mundo. Para entonces había enviudado de Williams (murió en 1953), heredado muchísimo dinero y volvía a estar casada. Fue este cuarto matrimonio el que la convirtió en aristócrata.
En 1955, se casó con Albert Edward Von Bismarck, nieto de Otto Von Bismarck, unos años más joven que ella y que había ejercido previamente como su secretario. Con él vivió principalmente en Europa, en Paris, en un hôtel particulier que Mona reformó a su gusto, y en la villa italiana.
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En ambas residencias, la pareja recibía a lo más granado de la época: los Duques de Windsor, Aristóteles Onassis, Jackie Kennedy, Maria Callas, Gore Vidal, Randolph Churchill (el único hijo de William Churchill) y, por supuesto, a su gran amigo, Cecil Beaton, el hombre que más la fotografió a lo largo de su vida.
Von Bismarck murió en 1970, en Italia, pero a Mona aún le quedaba un matrimonio más. En esta ocasión, fue con el que había sido médico de su fallecido marido, Umberto de Martini. Esta vez, la gran diferencia de edad la ponía ella: le sacaba 14 años. Umberto murió en un accidente de coche en 1979, tras ocho años casados. La condesa, viuda por tercera vez, se enteró entonces de que su esposo tenía una familia secreta y le había estado robando dinero para sus hijos.
Después de esto, Mona se retiró de la vida social. Donó varios de sus documentos, cuadros, joyas y vestidos a diferentes museos del mundo. Murió en París, en 1983, a los 86 años, y la enterraron con un vestido de fiesta rosa y negro de Givenchy.
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