Juan Echanove pertenece a esa generación de grandes artistas españoles, dirigido por directores de la talla de Gutiérrez Aragón, Vicente Aranda, Imanol Uribe, Pedro Almodóvar y actualmente por Carlos Saura, en la obra ‘La fiesta del Chivo’, una de las mejores novelas del Premio Nobel Mario Vargas Llosa, en la que narra los últimos días del dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo.
Juan, ¿cómo logra meterse en la piel de un dictador?
Lo que más me planteo es hacerlo lo más puro, lo más limpio, lo más natural posible para que no parezca que interviene la mano del actor.
¿Le ha sorprendido la degradación moral y humana de Trujillo?
Yo tenía noción de quién era Trujillo porque en casa de mis padres, desde niño, salía en las revistas del corazón españolas, donde daban cuenta más que de Trujillo, de su familia. Y me llamaba la atención que sus hijos se llamasen Ramsés, y todo el teatro que rodeaba a su entorno familiar, tan distinto al de la España de Franco.
¿Los asesinos nacen o se hacen?
Quien nace asesino, nace asesino; otra cosa es que esos instintos hay quien consigue reconducirlos y eliminarlos. El bien y el mal son inherentes al hombre, y el uso que uno hace de ellos, le decantan de uno u otro lado.
La historia es desgarradora.
Se trata de una mujer que vuelve a República Dominicana después de 30 años, a ajustar cuentas con su padre que fue quien la entregó a Trujillo cuando tenía 13 años para que la violara, y así mantenerse él en el poder.
¿Hasta el punto de sacrificar a su hija?
Les pasa a todos los dictadores: generan una atracción que atrae a sus víctimas. Todos los maltratadores establecen su línea de maltrato después de la fascinación. Es una horrible manera de cazar. Trujillo fascinaba por el dinero que metían los americanos, después pudo mantenerse en el poder a base de hacer desaparecer a la gente.
¿Qué tenían en común Trujillo y Franco?
En lo ideológico, muchísimo, pero había otras cosas que les separaban: Trujillo odiaba a los curas, era un vividor, y Franco todo lo contrario, pero ambos tenían una familia conflictiva, gente que vivía de ellos, que robaba, y lo que dejan es una impronta en sus países de un enorme dolor.
¿El populismo busca una dictadura?
Yo creo que no, pero hay que tener cuidado porque cosas que pensábamos que no podían ocurrir más, están ocurriendo. Todo lo que tiene que ver con el populismo se decanta por fenómenos de difícil control.
¿Tan peligrosos son?
Sí, el populismo pone en peligro la democracia, aunque es impensable que en países adelantados se pudieran imponer dictaduras como la de Trujillo o Franco, pero hay otro tipo de dictaduras como que un laboratorio tenga en jaque a la Comunidad Europea por una vacuna.
¿Las redes sociales son un vehículo necesario?
Para imponer una dictadura no, pero empiezan a ser el ámbito donde todo el mundo puede decir lo que quiera sin que pase nada. Más que dictadura, es un estado de indefensión al que todos contribuimos.
¿Habría que legislar para evitar ciertos contenidos?
Sin duda, yo estoy seguro de que van a sufrir las mismas transformaciones que han sufrido otros medios de comunicación.
¿Quién podía estar preparado para un confinamiento mundial?
Nadie, pero lo más grave de todo esto es que nos hemos encontrado con la poca capacidad de respuesta que tenemos como sociedad hacia fenómenos naturales como el contagio de un virus, quizá no tan expansivo como éste, pero previsible.
¿Ha faltado pedagogía en los discursos?
Sí. Aunque es verdad que lo que está ocurriendo nos está transformando a la velocidad de la luz. Transformaciones que hay que acometer a través de la escuela, de la educación, y de la salud, porque lo que ha puesto el Covid ante nuestros ojos es que somos muy vulnerables.
Lo que ha puesto el Covid ante nuestros ojos es que somos muy vulnerables
¿No queda resquicio para el optimismo?
A mí sí, porque creo que la capacidad de supervivencia del ser humano es infinita, y olvidaremos todo esto cuando todos estemos vacunados. Pero, ojo, tenemos una responsabilidad social de todos, de cuidar el medio ambiente para que nos proteja de las cosas malas que puedan venir.
¿Qué siente viendo al público con mascarillas?
Un enorme agradecimiento porque nos están apoyando, y yo tengo la obligación de darles lo mejor de mí, ni un sólo día me voy a permitir trabajar por debajo del 95%. Y cuando aplauden, me emociona, y me da una enorme pena cuando salgo del teatro y no hay nadie porque se han ido a casa por las restricciones. Y eso que venimos de una gira donde hemos agotado las localidades.
¿Los aplausos tienen un sonido especial?
Sin duda, me recuerda cuando veo la vuelta ciclista, que siento que empujo yo la bicicleta para que suban mejor los puertos. Es una situación tan lamentable que es el público quien nos ayuda a salir al escenario.
¿Por qué los grandes actores, músicos, intelectuales, no se echan a la calle reclamando más ayuda a la cultura?
Hay gente que está dando la batalla, pero es que es muy duro comprobar que lo que has hecho toda tu vida se está desmoronando, que no pueden dar conciertos más que para 20 personas, porque no son rentables, que hay compañías que trabajan en teatros que no tienen el músculo que tiene en el que yo estoy trabajando, todo eso está destruyendo vidas.
Algo se podrá hacer ante tanto drama.
Yo llevo 30 años reivindicando la cultura como bien de primera necesidad, que no tiene que ver con posicionamientos políticos, y lo hago porque creo que el desarrollo cultural de un país marca su espacio en el mundo.
¿Qué deberían enseñar en las escuelas?
Todo lo que tiene que ver con el desarrollo, sus potenciales culturales… El reto está ahí, tienen que llegar a un consenso todas las fuerzas políticas en materia educativa.
La mayoría no se hablan.
La clase política, Rosa, es el reflejo de la sociedad, de cómo somos nosotros. Si nosotros les penalizamos por eso, dejarían de hacerlo, pero no penalizamos, al contrario, nos dejamos llevar por ese sentimiento hooligan.
Su otra pasión es la gastronomía.
Sí, me empezó a gustar la gastronomía porque como viajo tanto y como fuera de casa, pues al final ya has visto todos los museos, las juderías… y de repente llegas a un sitio donde hay un tío haciendo una carne a la piedra exquisita. Esta es la realidad del país.
También en zonas apartadas se come bien.
Sí, no sólo en las grandes ciudades. Es otra de las razones por las que me interesó la gastronomía: explicar gastronómicamente cómo es mi país a quien venga de fuera.
¿Dónde le llevaría?
A San Lorenzo de El Escorial a comer cocido en el Charolés, y después le daría una vuelta por el monasterio porque a través de la Lonja va a conocer parte de nuestra historia, y de cómo se comía en la Corte de Felipe II.
¿Y para quienes estamos a dieta?
Iría a visitar a mi amigo Rodrigo de la Calle, en Madrid, para que veas cómo se puede trabajar con las verduras: ¡tiene las más sabrosas!
¿La cocina española está al nivel de la francesa?
Hace mucho tiempo que superamos a Francia. El auge de la gastronomía española se la debemos en parte a Ferrán Adriá y a José Andrés.
Hace mucho tiempo que la cocina española superó a la francesa
En Estados Unidos es una estrella.
Porque tanto José Andrés como Adriá han sabido interesar al mundo internacional en nuestra cocina, y transmitir cómo somos a través de lo que comemos. Y eso se debe a la gran trascendencia de la cocina Mediterránea.
¿Qué me dice de Arzak y los cocineros vascos?
Fueron los primeros que cogían el coche después de trabajar, cruzaban la frontera y se iban a ver a Paul Bocuse, a hablar con él, para después crear La nueva cocina vasca.
¿Cómo ha logrado transmitir a su hijo esta pasión?
A mi hijo siempre le ha gustado trastear conmigo en la cocina. De ahí pasó a cocinar determinadas cosas muy básicas conmigo, hasta que a los 16 años le insistí que podría desarrollar esa afición estudiando cocina.
¿Siguió sus consejos?
Al principio no. Hasta que me dijo lo mismo que yo dije a mi padre: quiero ser actor, en su caso, cocinero. Y le apoyé, y se fue a estudiar con Karlos Arguiñano, pero se quedó sin prácticas por el confinamiento y le cogió uno de los grandes panaderos de Madrid, John Torres.
¿Y usted, feliz?
Sí, una de las grandes cosas que tengo que agradecerle a la cocina es que ha ampliado muchísimo la relación que yo tengo con mi hijo.
Qué importante es hacer lo que a uno le gusta.
No lo dudes. Mi amor al teatro y a la gastronomía es en lo que ocupo mi manera de pensar. Gracias a la gastronomía conocí a mi mujer, lo mejor que me ha ocurrido en la vida, y mi hijo es feliz haciendo lo que le gusta.
El amor no tiene edad, el amor es una de las cosas por las que merece la pena vivir
¿Cómo lleva cumplir 60 en abril?
Me estoy acostumbrando a las goteras, pero puedo garantizarte que los 50 ha sido la década más apasionante.
¿Por qué?
Porque me han ocurrido cosas que han transformado mi vida, conocer a mi mujer entre otras, y espero que la de los sesenta sea todavía más rica.
¿Qué valora que antes no valoraba?
Estoy aprendiendo, por fin, a pisar el balón, y a quitar algo de mí: que era demasiado vehemente.
¿También en el amor?
El amor no tiene edad, el amor es una de las cosas por las que merece la pena vivir. El teatro para mí es la vida, la gastronomía me permite explicar muchísimas cosas porque me pone en conexión con mucha gente a la que admiro y quiero. En mi casa sólo me dedico al teatro, yo, y a la gastronomía, mi mujer y mi hijo.
La foto favorita de Juan Echanove
«Me gusta porque es una foto neutra, de un personaje que me permite interpretar sin grandes retos físicos en el escenario», confiesa el actor.
Breves respuestas a grandes preguntas
¿Un sueño?
Desde niño quiero ser el único acertante del Euromillón.
¿Qué haría?
Me gustaría vivir esa sensación.
¿Quién es Juan Echanove?
Nacimiento. En Madrid, el 1 de abril de 1961.
Trayectoria. Tras matricularse en Derecho, abandonó la carrera para matricularse en la Escuela de Arte Dramático de Madrid. En 1986 debutó en el cine bajo las órdenes de los mejores directores españoles, como Manuel Gutiérrez Aragón, con quien rodó La noche más hermosa’; con Vicente Aranda, ‘Tiempo de silencio’, y con Imanol Uribe, ‘Adiós, pequeña’. La fama le llega con la serie ‘Turno de oficio’. Después rueda ‘Divinas palabras’, ‘El vuelo de la paloma’, ‘A solas contigo’ y ‘Mi hermano del alma’. Con Almodóvar, trabajó en ‘La flor de mi secreto’, y con José Luis García Sánchez, en ‘Suspiros de España’. En 2005 debutó como director teatral con ‘Visitando al señor Green’. Ha trabajado en varias series: ‘Hermanos de leche’, ‘Un paso adelante’, ‘Cuéntame …’ , entre otras. Actualmente interpreta en el Infanta Isabel, ‘La fiesta del Chivo’, de Mario Vargas Llosa. El actor tiene un hijo, Juan, de un matrimonio anterior. En 2015 se casó con Cuchita Lluch, Presidenta de la Academia de Gastronomía de Valencia.
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