Charlene de Mónaco, la princesa triste que ha conseguido lo que no pudo Lady Di: ser feliz dentro de palacio

Corría el año 2000 cuando Alberto II, príncipe de Mónaco, conocía a la por entonces nadadora profesional sudafricana Charlene Wittstock (que se acaba de cortar el pelo: no tiene desperdicio. Una mujer fuerte y luchadora que durante toda su vida había sido educada en los valores de superación, constancia y resiliencia que tan importantes son a la hora de construir una carrera laboral exitosa en el ámbito del deporte.

Un romance que se gestó a fuego lento, sin pasión desmedida, sin grandes muestras públicas de amor y sin, por así decirlo, todo lo que se espera de un amor ‘real’. De ahí que cuando Charlene y Alberto de Mónaco realizaron su debut como pareja en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de invierno de 2006, muchos quisieron ver en ella al relevo de la princesa Diana de Gales y la prensa más sensacionalista la apodó tras su boda en 2011 como “la princesa triste”. Su físico, su frágil belleza, su mirada a veces un tanto perdida y su timidez a la hora de dar ese salto al vacío que es pasar de ser plebeya a princesa la hicieron posicionarse peligrosamente como el siguiente juguete roto de la realeza europea.

Sin embargo, ni lo fue, ni lo es, ni parece ser que vaya a serlo en un futuro. La pregunta está clara, ¿cómo ha hecho Charlene, una nadadora profesional que tuvo que ser educada en el protocolo y maneras ‘reales’ (e incluso tuvo que aprender a hablar francés y el dialecto oficial de Mónaco) para adaptarse a una vida que quizá no era la que ella soñaba, pero a la que ha querido adaptarse por el hombre del que se enamoró? Las razones son varias.

La primera de todas ellas es que Charlene se ha volcado de manera privada, y no tanto pública, en toda las causas solidarias y deportistas que tanto le interesaban incluso antes de enamorarse de ‘su príncipe azul’. La natación era su pasión y su vida, y aunque se retiró antes incluso de comprometerse con Alberto de Mónaco, lo cierto es que Charlene no ha renunciado a seguir en contacto directo con lo que la hacía feliz a nivel profesional y personal. La princesa de Mónaco no solo cuenta con su propia fundación desde 2012, sino que colabora con muchas otras, como la de Nelson Mandela, y desde 2011 es embajadora global de la organización deportiva ‘Special Olympics’ que lucha por la total inclusión de los deportistas con necesidades especiales.

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Una larga lista de colaboraciones solidarias que la mantienen con un pie fuera de palacio constantemente y prueba de ello es que en octubre de este año viajó hasta Tbilisi (Georgia) para visitar la villa olímpica, realizar una donación a su equipo de rugby y reunirse con la presidenta del país para hablar de asuntos filantrópicos. Reuniones y visitas de las que sabemos por su agenda real, pero que la oficina de prensa y comunicación de la familia Grimaldi prefiere mantener un poco en privado y eso es lo que hace que, al contrario que pasaba con Lady Di, estos viajes sean más personales para ella y no sean percibidos como puramente diplomáticos o diseñados para hacer ver que la princesa se mantiene activa de manera oficial.

La segunda razón por la que Charlene no se ha convertido en ‘la princesa triste’ es porque, como decíamos al principio de este artículo, ha demostrado tener un máster en resiliencia. Sabiendo que entraba en una institución con normas y protocolos muy marcados y del todo inquebrantables e inamovibles, en vez de enfrentarse a ellos ha sabido navegarlos para manejarlos a su favor. Ejemplo de esto es que ella es el único miembro de los Grimaldi que tiene su propia cuenta oficial de Instagram. Algo que podría interpretarse como una concesión para gozar de esa sensación de cercanía (aunque sea digital) con el pueblo. Un perfil en el que Charlene se muestra como madre y princesa. Porque parte de ese equilibrio reside también en la posibilidad de criar a sus hijos dentro de la normalidad que ella necesita. Aunque la princesa Gabriella y el príncipe Jacques son el futuro visible de la monarquía monegasca, lo cierto es que están siendo criados en lo que parece ser la más estricta normalidad, dentro de las circunstancias que los rodean.

Pero sin duda, la razón fundamental por la que Charlene de Mónaco ha triunfado en su transición a princesa es porque se ha mantenido fiel a ella misma forzándose a desterrar el ‘qué dirán’ de su vida. Prueba de ello ha sido su reciente decisión de lucir un corte de pelo bob con el lateral izquierdo de su melena rapado casi al cero. Un acto que el periódico ‘Daily Mail’ ha tachado de “señal” ya que lo consideran un “símbolo de libertad”. ¿Se equivocan? No lo creemos.

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