Algo tan simple como el largo de una falda ha servido en la historia de la moda como unidad de medida de alta precisión. Para determinar el grado de emancipación femenina en los años 60 o para marcar el rito de paso a la edad adulta en las puestas de largo de la tradición occidental. El nombre que el baile de debutantes recibe en nuestras fronteras no puede ser más descriptivo: su presentación en sociedad era el momento en que se establecía que la joven de la familia empezaría a llevar vestidos largos. Por un lado, como símbolo de madurez y sofisticación, pero también como muestra de pudor o recato. A cierta edad ya no estaban tan bien visto enseñar las tobillos, mucho menos las rodillas.
De ahí que la revolución iniciada por Mary Quant y Courrèges recurriera a los vestidos trapecio típicos de la infancia, los mismos que desatendían la silueta y dejaban a la vista las piernas. De hecho, a Coco Chanel no le convencía nada la propuesta del discípulo de Balenciaga precisamente porque ofrecía una imagen aniñada de la mujer. Por su corte, este tipo de vestidos, como el baby doll, deconstruyen la silueta femenina y la reducen a una forma geométrica.
Esa era precisamente la idea, desproveer a la ropa de la carga simbólica que marcaba una barrera infranqueable entre la infancia y la juventud a expensas de atribuir cierto capital erótico a otra parte de la anatomía femenina: esta vez, las piernas.
A mediados de los años 60, la visión de unas pantorillas todavía causaba cierto revuelo entre los sectores más conservadores. Poco importaba que Jane Birkin, Mia Farrow o Twiggy hubieran popularizado el uso del minivestido en las revistas, en el cine o en las pasarelas, Pierre Cardin aún causaba rubor entre las damas de la alta sociedad. Y en España, Massiel tuvo que ganar Eurovisión (1968) con un diseño de Courrèges para que el concepto se asimilara.
Pasaron las décadas y los vestidos ya no escandalizaban por ser muy cortos, sino por ser, además, muy ajustados. Como respuesta estética, la moda propuso el vestido pradera cerrado hasta el cuello, largo hasta los pies, tapado hasta las muñecas. La tendencia más relevante de las últimas temporadas aún se mantiene, solo que, a medida que los días se van haciendo más largos, las faldas se van haciendo más cortas…
© Carola de Armas
El 20 de junio está fijado como la noche más corta del año, el solsticio de verano que marca el inicio de la nueva estación. Hasta entonces, los días serán más largos, las temperaturas más y más altas y las faldas más y más cortas. Estrepitosamente cortas.
Como en los 60, como en la infancia. Con la misma ingenuidad y depreocupación con que asumíamos entonces el hecho de mostrar las piernas. Como si le hubiéramos perdido el miedo a enseñar. Como si tu "yo de 13 años" escogiera la ropa para tu versión de 30. Como si tu versión adulta hubiera encontrado toda la inspiración que necesitaba en los álbumes de su infancia.
El vestido tendencia de los últimos días de la primavera de 2020 tiene…
… La falda corta, cortísima
Tan corta que habrá quien los lleve con mallas debajo.
… El escote cuadrado que enmarca la cuadrícula
A veces, las mangas son abatibles de manera que el escote Bardot deja a la vista los hombros.
… Muchas combinaciones posibles
Pero un resultado sobresaliente con zapatos MUY planos: sandalias, bailarinas o mocasines.
© Cortesía de Zara
Vestido perforado y alpargatas planas de yute con tiras de Zara.
A continuación, los 10 vestidos cortos, MUY cortos de Zara y compañía que llevaremos con zapatos completamente planos para estas tardes de terrazas cada ves más largas.
SUSCRÍBETE AQUÍ a nuestra newsletter para recibir todas las novedades de Glamour.
Nuestros periodistas recomiendan de manera independiente productos y servicios que puedes comprar o adquirir en Internet. Cada vez que compras a través de algunos enlaces añadidos en nuestros textos, Condenet Iberica S.L. puede recibir una comisión. Lee aquí nuestra política de afiliación.
Fuente: Leer Artículo Completo