Hasta el 18 de julio de 1988 solo tres mujeres habían tenido el privilegio de casarse en el altar mayor de la Catedral de Sevilla: Su Alteza Imperial doña Esperanza de Orleans-Braganza, Cayetana de Alba… Y Matilde Solís-Beaumont, hija de los marqueses de la Motilla, que aquel día contrajo matrimonio con Carlos Fitz-James Stuart, duque de Huéscar y actual duque de Alba. Consciente de la importancia de su enlace Solís escogió un vestido de novia imponente, confeccionado por el modista José María Cerezal en organza natural y 70 metros de seda natural traída desde la India. Un diseño acorde con la tiara Rusa de platino y diamantes, préstamo de su suegra Cayetana, y que ésta había heredado de su madre,María del Rosario de Gurtubay, duquesa de Híjar.
En 1977 su cuñada había desempolvado la Rusa para su enlace con Alfonso Martínez de Irujo, duque de Aliaga, en Marbella. La princesa María de Hohenlohe también optó por un vestido de corte clásico con mangas de tul acorde con la importancia del momento… Y de la joya.
María de Hohenlohe optó por un velo de tul ilusión, una moda que reprodujo varias décadas después Asela Pérez Becerril. La galerista, que contrajo matrimonio con Jacobo Fitz-James el 14 de mayo de 2011, dejó por un día su estilo bohemio –la pareja, reputados expertos en arte, es una de las más conocidas del mundillo, y presencia habitual del madrileño Barrio de Malasaña, donde tienen su galería, Espacio Valverde– para vestir un impresionante traje de novia de Lorenzo Caprile inspirado en las pinturas de Zurbarán y perfectamente acorde con el escenario: el Palacio de Liria. Un diseño tan adecuado que Asela no necesitó tiara para resultar simplemente perfecta.
Otra novia que evitó recurrir al joyero de los Alba fue Sofía Palazuelo. La duquesa de Huéscar confió el vestido a su tía Teresa Palazuelo, y el discutido tocado de plumas a Teresa Briz.
Pero sin duda la boda más mediática en la Casa de Alba de los últimos tiempos fue la de Eugenia Martínez de Irujoy el torero Francisco Rivera Ordóñez, un acontecimiento que llegó a retransmitirse por TVE. Se celebró en Sevilla el 23 de octubre de 1998 y ni la madrina, la simpar Carmina Ordóñez, ni Mar Flores, entonces novia de Cayetano Martínez de Irujo –una relación que la duquesa de Alba no veía con buenos ojos, por lo que la modelo acudió del brazo de un amigo de la familia, Lorenzo Queipo de Llano– vestida de Dior –un Dior de la Era Galliano, por cierto–, ni la presencia de la Princesa del Pueblo –Belén Esteban-– del brazo de Jesulín de Ubrique, las hipotéticas desavenencias con el padrastro de la novia, Jesús Aguirre, por los excesos de la celebración posterior, que se celebró en la finca La Pizana –el periodista Jesús Mariñas comentó en un programa de televisión que "la gente se perdía entre el follaje"– eclipsaron el vestido de novia de la duquesa de Montoro, obra de Emanuel Ungaro. Un modelo de alta costura confeccionado en raso duquesa de color marfil con galón bordado en hilo de seda con perlas que ribeteaba el escote, los hombros y los costados. El velo de encaje de marfil realzaba la tiara de perlas y brillantes de Eugenia de Montijo. Eugenia contó con la ayuda de Naty Abascal para esta elección tan acertada, y que recordó en enero de 2020 cuando el modista falleció a los 86 años de edad. Lo hizo en su cuenta de instagram, donde es muy activa. Por si no sabe dónde seguir la boda de su sobrino el próximo sábado…
Naturalmente, en este repaso somero por las bodas de los Alba no podía faltar la duquesa Cayetana. Se casó tres veces, y en las tres escogió un vestido que marcaría época. Para la primera, con Luis Martínez de Irujo, recurrió a Flora Villarreal, de cuyo taller en la Gran Vía madrileña salió el modelo de estilo New Look en raso natural con encaje antiguo que podría pasar perfectamente por un Dior, ya que Villarreal tenía los derechos para reproducir los patrones del modista en España, así como los de Balmain, Lanvin o Chanel. Para la tercera, con Alfonso Díaz, se decantó por un vestido de gasa de seda natural en color rosa de los modistas sevillanos Victorio&Luchino que resultó muy apropiado.
Pero sin duda nuestro favorito es el de su segunda boda con Jesús Aguirre, celebrada en 1978: un vestido de André Lang en gasa con flores bordadas. En el cuello, varias vueltas de perlas. Con su pelo rizado cardado y su singular belleza, la duquesa de Alba parecía recién salida de un cuadro de Goya. Si a ellos le sumamos el escenario del enlace, el Palacio de Liria, parece hasta lógico que su marido, exjesuita e intelectual, acabase sufriendo ‘"la jaqueca de los Alba". Si quiere saber a qué nos referimos, lea Aguirre el magnífico (Alfaguara), de Manuel Vicent. No se arrepentirá.
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