Existe un rincón en el centro de Madrid, donde las flores huelen mejor que en ninguna otra parte del mundo. La luz natural favorece de una manera inusitada y los cafés con pastas son deliciosos porque se acompañan, siempre, de conversaciones interesantes. Si vives en la capital puede que sea tu lugar favorito, si no lo conoces habrás oído hablar de él tantas veces que dudas hasta de su existencia, o puede incluso que hayas pasado por delante su puerta sin tan siquiera imaginar lo que se esconde detrás de ese muro de piedra.
El Museo del Romanticismo es tan onírico y fantasioso como la corriente de finales del XVII que le dio nombre, y no es que dentro haya nubes de algodón ni el aire esté impregnado de purpurina rosa, es que se respira una tranquilidad diferente. Es un paréntesis. Un suspiro profundo de los que no acostumbramos a hacer pero que sientan bien a cualquier hora y en cualquier momento.
© Cortesía Mango
Para adentrarse en ese paraíso urbano que requiere entrada no existe un dress code como tal, pero no podríamos sentarnos en ninguna de sus sillas o bancos al sol si no fuera con el vestido más delicado y novelero de Mango.
Es el que nos ha llevado a la taquilla de la casa que recrea la vida cotidiana y las costumbres de la alta burguesía durante el Romanticismo; el que las nórdicas llevarán con zapatillas deportivas de padre para ir más cómodas los días de lluvia y nosotras, sin embargo, con botas altas arrugadas, blancas probablemente y seguro que de tacón medio.
© Cortesía Mango
Disponible solo en la web de Mango, su diseño es largo, vaporoso y fanstasioso; un poco transparente pero con vestido interior de tirantes que resalta en los días de otoño; con un tejido de gasa rosa pastel con pequeñas nubes estampadas y con el cuello redondo. Por supuesto, el vestido del Romanticismo es de manga larga y tiene unos pequeños fruncidos a la altura de los codos y de la cintura que le otorgan el volumen que necesita para ser perfecto.
El último y más dulce vestido que hemos visto es sin duda este. Y lo llevaríamos todos los días para cruzar el umbral del Museo, recorrer tranquilas y con suspiros en los bolsillos todas sus habitaciones con paredes pintadas de colores o empapeladas y llegar, al fin, al rincón de Madrid con el que siempre has soñado.
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