Diana estaba sentada frente a su tocador mientras le colocaban la tiara de diamantes y platino que había pertenecido a su abuela. Era el 29 de julio de 1981 y la futura novia no quitaba ojo al televisor colocado a su izquierda. Le hacía ilusión verse o al menos eso apreció India Hicks –unas de sus damas de honor–, pero entonces empezaron los anuncios y Diana decidió entonar una canción para hacer tiempo hasta que su rostro reapareciera en pantalla, y todos los allí presentes la siguieron. Años después, Lady Di confesó que esa mañana, la de su boda con el Príncipe Carlos, se había sentido como “un cordero camino del matadero”. Nadie percibió entonces su nerviosismo ni que debajo de los ocho metros de cola del vestido barroco e inolvidable que llevó ese día, y que fue aprobado por 750 millones de espectadores, se ocultaba una tristeza profunda.
Así nació un icono: la princesa del pueblo que primero miraba todo y a todos con miedo, y que terminó bailando con John Travolta.
© Ilustración: Mar Lorenzo / Fotografías: ©GettyImages.
El vestido de novia de Lady Di, diseñado por los Emanuel, inauguró una nueva era en lo que a bodas reales se refiere. Para algunos, su mangas abullonadas de grandes dimensiones, sus más de 10.000 perlas bordadas y los diferentes tejidos que convivieron en el mismo –todos elaborados por artesanos ingleses– sentaron las bases de lo que posteriormente sería definido como el excesivo estilo ochentero. Para otros, los cinco cuerpos diferentes que la pareja de diseñadores había preparado para adaptar el modelo final a la silueta cambiante de Lady Di (que perdió hasta 13 centímetros de cintura durante los estresantes preparativos de la ceremonia), el improvisado tetris que la joven y su padre tuvieron que llevar a cabo para poder encajar en el exquisito pero diminuto carruaje que iba a llevarlos hasta la catedral de San Pablo y las escasas 13 veces que Diana y Carlos se habían visto antes de la ceremonia fueron señales claras de que el cuento que la familia real británica había escrito a la fuerza iba a contar con un inesperado final.
Kate Middleton y el Príncipe Guillermo el día de su boda.© Ilustración: Mar Lorenzo / Fotografías: ©GettyImages.
Otras novias reales vinieron después dispuestas a hacer historia con sus respectivos vestidos y entre ellas, una tal Kate Middleton que al parecer solo se permitió llorar cuando varios medios británicos filtraron el nombre diseñador del suyo a tan solo unos días de su boda con el Príncipe Guillermo. Un drama mayúsculo para la organizada y serena Duquesa de Cambridge que por lo demás disfrutó de la boda de cuento que quería. Su impecable vestido de McQueen –ideado por Sarah Burton– era la perfección: cuerpo de encaje francés de manga larga con escote en uve, falda con volumen y cola de tres metros de largo. Sin embargo, el modelo no goza de momento del estatus de icono del que lució la que ahora, si la fatalidad no hubiera intervenido, sería su suegra. Le faltó historia. Un poco menos de perfección y control, y algo más de caos; un poco menos de boda de ensueño y más de un cuento "real" (si es que eso es posible) en el que la bella princesa llega al altar más cansada que feliz y aterrada que eufórica. Solo la alarmante pérdida de peso de Middleton y la pequeña dama de honor que se tapó los oídos –en una clara señal de auxilio– cuando Kate y Guillermo se besaron en el balcón de Buckingham Palace fueron las manchas de un enlace tan esperado como aburrido, y cuyo vestido estrella sigue siendo copiado por novias varias alrededor del mundo. Y poco más.
Meghan Markle y el Príncipe Harry el día de su boda.©GettyImages.
Si el McQueen de Kate Middleton fue el vestido de reina que toda princesa querría llevar, el Givenchy de Meghan Markle fue el vestido de reina con el que toda estrella de Hollywood soñaría. No obstante, ella no es una chica "normal" que se casó con un apuesto príncipe, es una actriz que le robó cada plano a su ahora marido porque sabe hacerlo y porque así lo quiso la audiencia. Se dice que por primera vez se vio amor en el rostro de dos contrayentes reales y británicos –las lágrimas de Federico de Dinamarca están en otra liga, la de los hombres (reales) extraordinarios–, que las arrugas del impecable vestido de Givenchy de Meghan y los mechones que se le desprendieron del recogido fueron dos de tantos errores naturales que contribuyeron a añadir cercanía al enlace –sí, los nuevos royals son cercanos y lo aprendieron de Lady Di–. Estamos hablando de una boda en la que George y Amal Clooney estaban invitados, y en la que el padre de la novia había dado titulares varios y polémicos antes del enlace y había pasado de invitado imprescindible a persona non grata. Una mezcla perfecta de tradición, realeza, rumores y romanticismo regada con litros de naturalidad y cientos de celebridades, y que si de algo pecó fue una vez más de exceso de perfección, porque incluso los detalles oscuros de la misma fueron trasladados al bando de lo políticamente correcto. La boda y el vestido de cuento del S.XXI fue la suya y no la de Guillermo y Kate, que se pasó de real y perfecta.
Beatriz de York junto a su prometido, Edoardo Mapelli Mozzi.©GettyImages.
Hace una semana, Buckingham Palace anunció que Beatriz de York y Edoardo Mapelli Mozzi contraerán matrimonio el próximo año y con permiso de Kate, Meghan e incluso Eugenia de York, cuyo enlace fue una estudiada prolongación del de Harry y Meghan, esta boda sí que podría suponer un antes y un después. Para empezar, se trata del segundo intento de Edoardo que además es padre de un niño –el pequeño Wolfie de dos años, fruto de su anterior matrimonio– y aunque en teoría este es un tema más que superado en las monarquías del S.XXI, una gran parte de los medios de comunicación y la opinión pública considera que todavía es carne de titular, así como los numerosos novios que la hija de Sarah Ferguson ha tenido y que en su caso (siendo mujer y princesa) se ha traducido como "mala suerte en el amor". Y para terminar, los novios han confirmado que la boda no será financiada con dinero privado, una decisión que ha congraciado a la pareja con esa parte de la ciudadanía británica que no contemplaba con buenos ojos otra costosa fiesta de la familia real.
Enredos de alta sociedad y teorías feministas aparte, el vestido que según los rumores Beatriz de York podría llevar en su boda sería la guinda definitiva de este cambio de dirección. Los cuentos ya no son lo que eran y ni el caballero que cabalga a lomos de un caballo blanco es tan caballero, ni la princesa del guisante tan princesa.
© Ilustración: Mar Lorenzo / Fotografías: ©GettyImages.
Entre Susie Cave –fundadora de la marca The Wampires Wife– y Beatriz de York no hay en apariencia ni un solo punto en común, más allá de que ambas son inglesas, pero la moda, el circuito de las tendencias, la bendita suerte o Kate Moss –icono transversal donde los haya– han querido que la segunda se enamorara de los vestidos de la primera y que ésta además estuviera encantada de vestirla. ¿En qué extraña galaxia la mujer de Nick Cave y la hija de Sarah Ferguson comparten gustos? En la misma donde los diseños de estética victoriana elaborados por Susie han encandilado a parte de y mitad de la alta sociedad. Lo extraño del asunto para quien no haya visto nunca un diseño de The Vampires Wife es que jamás se imaginaría a una princesa ataviada con uno. A una vampira, sí; a una estrella de la música, también; a una extraña actriz de ojos saltones y flequillo negro, también; pero nunca a una princesa. Sin embargo, las creaciones de Cave se han colado por la puerta de atrás de la sacristía, y si Charlotte Riley en la boda de Meghan Markle y Harry o la propia Beatriz en en el enlace de Ellie Goulding ya los han lucido, solo era cuestión de tiempo que una novia real decidiera enfundarse uno.
De corte midi, mini o largo; de terciopelo, seda o incluso pana; con estampado floral o liso, mangas ligeramente afaroladas y pequeños volantes cosidos en la parte inferior. Así son los complejos y evocadores vestidos que forman parte del universo de la firma, entre cuyas referencias se citan el atuendo de los pioneros, peregrinos, mormones fundamentalistas y primeros victorianos. Un armario complejo, oscuro y que desde luego atesora un discurso con el que nos hemos familiarizado este año gracias a su desembarco en firmas asequibles, pero que necesitaba un último empujón para asentarse como tendencia y Beatriz de York podría dárselo.
Hemos visto a princesas casarse por amor, a otras caminar hacia el altar con tristeza y secretos, a otras ser la novia de cuento que les tocaba ser, pero nunca antes habíamos visto a una que llevara el vestido de sus verdaderos sueños, con independencia de cómo sean estos y con permiso de la Reina. ¿Será Beatriz la primera?
De momento, toca repasar los 10 vestidos reales y bellos de la historia, AQUÍ.
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