Quizá el confinamiento lo haya acentuado. Todos los banners de las webs que visitas lo saben. También los post promocionales que saltan en tu feed de Instagram. Si tienes veintimuchos o ya estás en la treintena y, de repente, te has obsesionado con las plantas (incluso con los huertos urbanos), no estás sola o solo, y tiene explicación. El capitalismo y el afán por tener cierto control sobre un presente y un futuro cada vez más incierto y amenazante forman parte de ella.
El confinamiento por el coronavirus ha tenido consecuencias de esas que resultan obvias solo a toro pasado. Además de las repercusiones en la salud y la economía de toda la sociedad, el impacto en la salud mental de la ciudadanía (incluso en personas que no se hayan visto afectadas de cerca por la enfermedad) y en el comportamiento doméstico ha sido muy reseñable.
El confinamiento y la llegada masiva de las plantas a Instagram
Nuestra casa se convirtió en todo nuestro mundo durante varios meses. La redescubrimos, nos dimos cuenta de la importancia de tener espacios ordenados, diferenciados (hola, teletrabajo) y agradables. Y en esto último, las plantas son un recurso poco costoso y muy agradecido para conseguir que una vivienda se convierta en un hogar. No negamos el papel que las redes sociales han jugado en esto; como ya no teníamos vida social de la que presumir en Instagram, necesitábamos presumir de algo: nuestra casa y, sí, nuestras plantas.
Cuidar de un vergel «es este hobby maravilloso sobre el que ejercemos cierto control, especialmente porque no tenemos patios ni espacios que sean nuestros en realidad», explicaba la ‘plantfluencer’ Summer Rayne Oakes en un artículo de Jia Tolentino (excelente cronista y analista de ‘lo millennial’) en The New Yorker.
No puedo cuidar de un bebé (pero sí de mis suculentas)
Esto conecta con la realidad de una generación que retrasa (cuando no renuncia a) la paternidad y maternidad cada vez más (la edad media para tener el primer hijo se sitúa en los 31 años y subiendo), se independiza cada vez más tarde (en no pocas ocasiones seguimos compartiendo piso a los 30) y no alcanza la estabilidad laboral. Con este panorama, las plantas son nuestra fuente de satisfacción bonita y asequible favorita. También algo que podemos cuidar y de lo que podemos responsabilizarnos y ver crecer que requiere menos recursos que una mascota (por no hablar de un bebé).
Por último, y no menos importante, las plantas conectan con esa conciencia de bienestar y autocuidado tan presente en los adultos jóvenes (y que tan bien explota la industria de la moda con el diseño sostenible o la de la cosmética con el maquillaje bio, por ejemplo). «Entre la comunidad amante de las plantas hay una broma común, y es que las plantas son una forma de terapia más barata«, explicaba Jennifer Coates, una joven de 33 años de Los Ángeles en la edición estadounidense de The Huffington Post.
La desconexión con la naturaleza en grandes y medianas ciudades con mucho cemento y pocos espacios verdes, la preocupación por el cambio climático y el equilibrio con el entorno o la oportunidad de anclarnos en el aquí y ahora (vamos, de hacer mindfulness) que nos requiere su cuidado son otra de las razones por las que nos hemos convertido en locos de las plantas. Bueno, y porque no es lo mismo un selfie en una pared blanca que en una pared blanca adornada con una sansevieria.
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