Hay una placa de metal en la entrada de la propiedad de Tina Turner que dice “Vor 12.00 Uhr nicht läuten, keine lieferungen,” que es como se dice en alemán “Ni se le ocurra pensar en molestar a Tina Turner antes del mediodía”. La cantante, que se convirtió en una estrella junto a Ike Turner cuando tenía 20 años, que logró escapar de sus abusos a los 30, que peleó su ascenso hacia las listas de éxitos a los 40 y dio incontables giras alrededor del mundo a los 60, ahora quiere descansar. Así que llego puntual a la cita, a las dos del medio día. Y Erwin Bach, el encantador marido alemán de Tina, me recoge en su todoterreno para acercarme hasta las puertas del chateau Algonquin, donde viven, de alquiler, desde 1994. La mansión desprende el encanto de un palacio de dibujos animados: la hiedra recorriendo los muros, jardineros podando con precisión los setos; la escultura de un caballo de tamaño natural suspendida de un techo abovedado, una imagen enmarcada de Turner vestida como una reina egipcia. Al fondo, una habitación amueblada con sofás dorados al estilo Luis XIV y, recostada en uno de ellos, esperándome, la propia artista.
No echo de menos el escenario. Estaba cansada de cantar y hacer feliz a todo el mundo”.
Tina Turner cumple 80 años el próximo 26 de noviembre. Lleva retirada una década y todavía disfruta de no hacer absolutamente nada. “No canto. No bailo. No me arreglo”, me dice. Incluso su peluca –una parte esencial del look Tina Turner, como escribió ella misma en sus memorias– ha abandonado su voluptuosa verticalidad para adoptar en una sexy pero discreta horizontalidad. Su voz es tan seductora como siempre, aunque hoy la utiliza para cosas diferentes. Es suave cuando llama su marido, pero vuelve a su habitual tono profundo y raspado si está bromeando con él.
Dice que no echa de menos el escenario. Ya en 2009, cuando recorrió el mundo con las últimas actuaciones del tour Tina! 50th Anniversary, fantaseaba, por mucho que nos duela, con la idea de tener tiempo para redecorar su casa. Por fin había llegado el momento de disfrutar de las impresionantes vistas del Lago de Zúrich.
“Simplemente, estaba cansada de cantar y de hacer a todo el mundo feliz –me dice–. No he hecho otra cosa en mi vida”. Sin embargo, aún hoy de vez en cuando, se sube al coche, pone la radio y con su marido tarareando respetuosamente a su lado, le da a la canción que esté sonando una completa interpretación a lo Tina Turner, ronroneando en su asiento para una audiencia invisible.
Cuando conocí, a Erwin me gustaron sus ojos y detesté su peinado”. Llevan 30 años juntos y él le donó un riñón».
Sobrevivir a un infierno
Puede que Turner no cante mucho estos días, pero hay un ejército de Tinas, como clones, actuando alrededor del mundo en representación suya. El montaje Tina: The Tina Turner Musical, basado en su biografía, ha llevado a una Tina a Londres; otra a Hamburgo y otra a Broadway, donde es la protagonista absoluta de una producción de 16 millones de dólares dirigida por Phyllida Lloyd (Mamma mía!). El show cubre cuatro décadas de la vida de la cantante, empezando por su infancia en Tennessee, cuando solo se llamaba Anna Mae Bullock, y atravesando la década de los 80, cuando se convirtió en una de las estrellas del pop más importantes del planeta. El musical traza su ascenso triunfal como artista en solitario y su romance con su actual marido, Erwin Bach, pero también los 16 años de éxito público y fracaso personal que sufrió al lado de Ike Turner.
36 centavos en el bolsillo
Le conoció cuando tenía 17 años, todavía se llamaba Anna Mae y era la alocada cantante de un grupo de chicas de St. Louis. Ike Turner le abrió camino como artista. Fue él quien le cambió el nombre, pero aprovechó para registrarlo y la convirtió prácticamente en un objeto de su propiedad. La explotó. Le robó todas las ganancias. Le arrojó café ardiendo a la cara. Le partió la mandíbula a golpes. Y mientras hacía todo eso, la obligaba a cantar, aunque tuviera que tragarse su propia sangre entre canción y canción.
Cuando finalmente se alejó de Ike en 1976, Tina llevaba solo 36 centavos en el bolsillo. Su cabeza estaba tan hinchada por los golpes que no se podía poner la peluca. Y, además, arrastraba deudas. Todos los empresarios de los locales en los que se había cancelado el show de Ike & Tina Turner llamaban a su puerta para intentar cobrar.
Para empezar de nuevo, lejos de Ike, Tina puso un océano de por medio y se vino a Europa. Además, decía que estaba harta de los hombres americanos. En aquellos años, le gustaba flirtear con un holandés, luego un italiano y después un griego. Le encantaba la manera en que los europeos decían su nombre, “Tina”, porque Ike siempre lo había pronunciado como “Tinu”. Grabó Private dancer, su álbum de regreso en 1984, en Londres, y posó para la portada de su single de 1990, Foreign affair, literalmente colgada de la Torre Eiffel, con París a sus pies.
Acababa de llegar a Colonia (Alemania) cuando le vio. Era un ejecutivo de su compañía de discos, EMI, que emergió de detrás de una columna con una vistosa cazadora, como una especie de novio alemán caído del cielo. Dice que le encantaron sus ojos y su nariz. “No me gustó su peinado”, pero pensó que tenía solución.
Ella tenía 46 años y él 30. La prensa le llamó “hombre objeto”. Pero aquí están, juntos, más de 30 años después. Ahora Erwin lleva el pelo plateado peinado hacia atrás, de una forma que a ella le encanta. Él la llama a veces bärli [osito, en alemán] y a veces schatzi [corazón], pero no revela bajo ninguna circunstancia cómo le llama ella a él. Hace años, cuando Tina estaba en tratamiento de diálisis y cerca de la muerte, su marido le donó un riñón. “Y lo volvería a hacer”, dice, a lo que ella responde: “Bueno, es probable que necesite…”.
La cantante ha sido el símbolo de muchas cosas –el atractivo sexual, la capacidad de supervivencia, el emponderamiento– con las que no se siente especialmente identificada. Nunca intentó ser sexy en el escenario; sudaba para vender sus canciones. Y la idea de conectar su vida al movimiento feminista o de interpretarla en clave del #MeToo le suena marciano. “Solo me identifico conmigo misma. Mientras todo el mundo estaba convirtiendo en un símbolo, yo estaba ocupada ganándome la vida”.
La fuerza de su voz y el poder de su historia parecen haber construido un personaje casi invencible, pero solo es un personaje. “No quiero ser necesariamente una persona fuerte. He tenido una vida terrible. Todo lo que he hecho ha sido para poder salir adelante. Muchas veces no sabes ni cómo seguir y solo esperas a que algo te llegue”. Hace un gesto abarcando lo que hay a su alrededor. “Y mira, llegó esto”, reconoce.
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