En 2010, pocos meses antes de que falleciera a los 89 años, aquí, en Vanity Fair, hicimos una sesión de fotos a Luis García-Berlanga. Yo, y vaya si lo siento, no pude acudir pero en mi lugar fue una de las redactoras de la revista. Estoy seguro de que él lo prefirió, porque la periodista volvió a la redacción contando que le había lanzado varios piropos al aire desde su silla de ruedas y que la había invitado varias veces también a bañarse en la piscina. Pero si la piscina está vacía, le respondía ella incrédula al cineasta. Y él le soltaba, todavía ágil para lo que le interesaba de verdad: pues tome usted el sol entonces, señorita. Imagino que incluso al final de su vida quería ver carne, que sería ver luz. Lo que sentía de verdad lo había confesado ya diez años antes, en el último plano de París-Tombuctú, su última película. Sobre un cartel con un toro de carretera, una folclórica y una bandera, aparece pintado un mensaje con letras blancas: “Tengo Miedo. L.”.
Me acuerdo mucho estos días del cartel, del mensaje y de García-Berlanga porque intento tomarme con humor lo que sucede, disfrutar, como él habría hecho, con los episodios más absurdos que esto deja y pensar, también, claro, en lanzar y que me lancen piropos pronto. Pero no puedo esquivar la sensación de angustia, de temor, que está ahí latente en todo momento, agazapada, y que aflora cuando menos te lo esperas agarrándote de las solapas del esófago. Como Berlanga, sí, lo confieso, tengo miedo.
He tardado más de un mes de encierro en terminar de leer El amor en los tiempos del cólera. Pocas armas hay ahora mejores para espantar o aplazar los temores que la lectura. Pero no me concentraba, me despistaba y leer cada página era una odisea. Y eso que esta no es una novela, sino un libro de magia. La leía pensando: esto es. Esto es escribir. Y no esto otro que hacemos el resto. Casi al final del libro hallé la frase maravillosa. Cuando el protagonista, Florentino Ariza, está a punto de confirmar lo que sabe de toda la vida: que existen los amores eternos, que las pasiones no caducan, confiesa: “No creo en Dios, pero le tengo miedo”. También aquí se aplica.
David López Canales es periodista freelance colaborador de Vanity Fair y autor del libro ‘El traficante’. Puedes seguir sus historias en su Instagram y en su Twitter.
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