"Cuado salimos de Cincinnati, acordamos someternos a un afeitado y lavado completos cada domingo, y a menudo he sentido impaciencia por ver llegar el día". El hombre que habla tiene 36 años y está inmerso en un viaje fascinante: recorre el río Misisipi en una barca para retratar las aves que viven en sus riberas. Es 1820, y no hay sitio más propicio para su misión porque Lousiana es un cruce de caminos casi inexplorado entonces y acumula millones de pájaros que John James Audubon pintará para legárnoslos. Para hacerlo, antes tendrá que matarlos.
Esas láminas están en mi cabeza desde que tengo memoria. No recuerdo cómo ni dónde vi una por primera vez, pero su trazo y su mirada fueron reconocibles para mí desde ese día, antes incluso de conocer el nombre del autor: eso es un artista, alguien a quien nunca puedes confundir con nadie. Aquella aventura le cambiaría la vida, el estilo y a nosotros nos dio otra historia de la ornitología. Nórdica Libros publicó hace unas semanas el diario de esos días, unas páginas bellísimas donde se "escucha" a Audubon hablando de jilgueros, gansos y colimbos o de cómo se embelesa, parando la barca y bajando el rifle, ante una magnolia o una gallina que mata a un cernícalo que está poniendo en peligro a sus pollitos. Pero también lo oímos pensar sobre asuntos tan prácticos como el ansiado afeitado de los domingos o la manera que tiene de ganar dinero: hacer retratos a seres humanos para poder seguir dibujando pájaros. Lo leo y lo comprendo: ¿quién no prefiere observar un ser alado?
La portada del libro es tan hermosa como el resto: un primer plano de un águila de cabeza blanca obra de Audubon. Qué acierto, Nórdica Libros, porque aunque en este diario los datos biográficos son escasos, otros documentos dedicados a su vida y a su obra confirman que ese pájaro sería un buen autorretrato de John James Audubon. Así lo describe su biógrafo, Richard, Rhodes, en el documental A Summer of Birds: tenía un ego enorme, era atractivo, fuerte, tenaz, voraz, observador y decidido. Sólo le falta decir que era diurno para retratar también a esa majestuosa ave a la que Audubon retrató como quien pinta a una reina.
¿Y qué dejó atrás Audubon para llevar a cabo su sueño? Primero, la comodidad que conoció por ser hijo de un francés que empezó su vida laboral como el paupérrimo aprendiz de un ballenero y acabó haciéndose rico como agente de la delegación del rey Luis XVI en Santo Domingo. Después, abandonó a una familia: cuando llegó al Misisipi no era la primera vez que se ausentaba de casa. Dieciocho meses antes había hecho un viaje parecido. Por eso, cuando dice en ese diario que echa de menos a su mujer y a sus hijos, el sentimiento no es nuevo. Pero no lo detiene. Nada puede frenarlo después de haber pisado hasta la cárcel por gestionar mal un negocio del que se ausentaba para pintar pájaros. Por eso cuando Audubon llega a tierra, acepta comer y dormir con los criados en la casa de Nueva Orleans donde le dan un salario, comida y cama a cambio de que él le dé a la hija de los dueños clases de francés, de baile y de piano. Y lo hace encantado porque tiene las tardes libres para buscar y pintar gaviotas, pájaros carpinteros o cardinálidos.
Audubon era un gran tirador, pero con cada uno de sus tiros no mató un pájaro, lo inmortalizó. Ni siquiera él, naturalista por convicción, hablaba de que los animales tuvieran derechos, pero se lamenta cuando ve como los cazadores se ceban "sin piedad" con las perdices para comérselas o él mismo mata dos pájaros de la misma especie cuando para su cometido le basta uno. Casi se puede palpar el mimo que pone en abrirles la tripa y contarnos que tienen dentro: semillas, gusanos, alas de insectos. Y así, tiro a tiro y trazo a trazo, Audubon mata tántalos, chorlitos o martinetes para que el resto del mundo, entonces y siempre, conozcamos el pasado y las especies.
Aunque él los pinta ya pinchados en una tabla con un alfiler, su intención no es enseñarnos pájaros muertos. Eso le obliga a trabajar muy rápido, antes de que la muerte le cambie a las aves el color de los ojos y las plumas. Para lograrlo, recurre a la memoria, pero la vida es movimiento, por eso los retrata en pleno vuelo, o comiendo, o bebiendo o posados en una rama mirando al Misisipi. La prioridad no es que parezcan vivos, sino que los demás (en otro lugar u otro siglo) viéramos lo mismo que él ha contemplado. Para aumentar el rigor, busca recursos que le ayuden a contar mejor lo que está viendo. Por eso tira los lienzos viejos y empieza de nuevo. Y se pringa las manos con clara de huevo para crear el halo que ve en elMisisipi mientras observa unas grullas.Y amplía sus técnicas usando óleo, tizas, lápices, acuarelas… Y también las tramas. Por eso aparca los retratos y empieza a pintar escenas: como la que capta al aguililla de Swainson atrapando una liebre o alarrendajo azul rompiendo el huevo que ha robado a un pájaro de otra especie para alimentar a los de la suya.
Así pasa Audubon de ser un naturalista y un cronista a ser un dramaturgo. Así se convierte en artista, uno que en 1827 publica su Birds of America, la idea por la que dejó a su familia y recorrió el Misisipi, además de otros ríos y otros Estados. Viajes en los que no hubo días libres porque un día sin explorar, disparar y retratar era un día desapasionado. "Que la luz del domingo nos vea cargando nuestros baúles y nuestras mesas de dibujo", escribió incluyendo en los dias laborales el último de la semana, el destinado al descanso, donde la única diferencia para él y su equipo era el cambio de camisa y el afeitado.
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