Cuando el 25 de marzo de 2001 Julia Roberts ganó el Oscar a la mejor actriz por su papel en Erin Brockovich la mujer que había inspirado su interpretación no pudo aplaudirla en el Auditorio Shrine de Los Ángeles. Uno de sus hijos estaba enfermo y tuvo que perderse la ceremonía, pero la veía entusiasmada por la televisión. Desde su salón contempló emocionada cómo Roberts completaba lo que se denomina una “carrera perfecta”: antes de aquella noche había triufado en Globos de Oro, BAFTA, SAG y Critics Choice Awards, lo que viene a ser como ganar el Grand Slam de la interpretación. Gracias a aquel papel Roberts se convirtió en la primera mujer en romper la barrera de los 20 millones de dólares por actuar en una película y puso el colofón a una carrera que había estado basada durante demasiado tiempo en papeles que se apoyaban más en su sonrisa y eu su aura de novia de América que en su inmenso talento. Pero a partir de aquella noche dejó claro que era alguien a quien la historia del cine tenía que tomar muy en serio y todo gracias a un papel basado en una mujer que había sugerido que quería ser interpretada por Goldie Hawn porque consideraba que, textualmente, Roberts no tenía "ni las tetas adecuadas ni la boca suficientemente sucia".
Pero lo cierto es que sin el empuje y el talento de Roberts la historia de Brockovich probablmente no habría pasado de un telefilme de sobremesa de fin de semana, en concreto el del medio, el que tiene poca chicha porque no hay gemelos malvados ni vecinos inquietantes. Sin embargo, con Steven Soderbergh al mando y protagonistas tan solventes como la propia Roberts, Albert Finney y Aaron Eckahart se convirtió en una de las películas del 2000 y con un presupuesto de 45 millones acabó recaudando más de 250 y hoy se codea con clásicos de la denuncia social como Norma Rae y Silkwood. Todo gracias a una historia que parecía demasiado buena para ser real aunque lo era, al menos, como declaró su protagonista, al 99%.
Y en ese 99% estaba la parte más irresistibe, la que hizo que Universal le pagase a su protagonista 100.000 dólares por los derechos de su vida: la fabulosa historia de una niña de un pueblo de Kansas con problemas de aprendizaje por la dislexia que acabó poniendo a un gigante a sus pies.
Aprovechando su buena planta Brockovich, que se había graduado en arte, se dedicó a la moda y en 1981 fue elegida Miss Pacific Coast, una anécdota con la que es fácil imaginar que la guionista de la película Susannah Grant se frotó los las manos, demandas legales millonarias y mises, la historia del siglo. Tras varios empleos eventurales acabó trabajando como secretaria en una empresa de construcción y allí conoció a su primer esposo, Shawn Brown, pintor y decorador. Tuvieron dos hijos, pero tras mudarse a Nevada la relación se terminó. Se instaló con sus hijos en California donde sigue viviendo y volvió a casarse, esta vez con Steven Brockovich, con quien tuvo un hijo y una historia breve, pero un apellido eterno. En su nuevo y definitivo hogar conoció a otro hombre que iba a ser determinante en su historia, Jorg Halaby, el motero interpretado en la película por Eckhart que le sirvió como nexo para conocer al otro hombre esencial en su historia: el abogado Ed Masry que en la película interpreta Albert Finney. Erin había sufrido un accidente de coche y necesitaba asesoría legal; perdió el caso, pero ganó un trabajo en el despacho y una vez dentro su instinto y su colmillo destaparon una historia que culminó con la mayor demanda civil de la historia de EEUU. Revisando papeles Brockovich comenzó a notar un patrón relacionado con las ofertas inmobiliarias de Pacific Gas and Electric a propietarios de viviendas en Hinkley que habían enfermado, se puso manos a la obra y tras investigar a fondo descubrió que el agua subterránea de la zona podía haber sido contaminada con cromo hexavalente, lo que explicaría el reguero de enfermedades que sufrían los pacientes de la zona.
Tras varios años de reuniones, investigaciones y amenazas presentaron la demanda contra la empresa y llegaron a un acuerdo tres años después: cada uno de los más de 600 afectados recibiría medio millón de dólares. Ella se llevó dos millones y medio, tenía 36 años y su familia pasó de no poder pagar el alquiler a ser rica casi de la noche a la mañana. Todo le sonreía, también el amor: se casó de nuevo, esta vez con el cantante Eric Ellis.
Aquella madre soltera de tres niños y sin un dolar en el bosillo se había convertido por azar en una quijotesca defensora de pequeños Davides que sin renunciar a su cardado y su escote doblegó a Goliat sólo con su buen corazón y una inteligencia que todos minusvaloran porque le estaban mirando las tetas. Era una historia en la que se nombraba demasiado el cromo hexavalente y tal vez había demasiada química para un blockbuster, pero sobre todo era una historia humana cargada de detalles que hacían que el público aullase de gusto, como cuando gracias a la dislexia que padecíay por la que desde niña se había acostumbrado a memorizar, recordaba los datos de los más de 600 demandantes o como cuando le ofreció un vaso de agua de la zona presuntamente contaminada a un abogado rival. Todo aquello era real. Era una historia tan deslumbrante que hubo que suprimir, por ejemplo, que ella misma acabó ingresada por las toxinas, una secuencia que desapareció del montaje final porque a veces la realidad puede ser increíble.
Pero también hay un 1% en la historia cinematográfica que no se ajusta a la realidad. No fue real, por ejemplo, la celeridad con la que los habitantes de Hinkley cobraron su cheque ni la docilidad de una empresa que sigue coleccionando demandas. Y también está edulcorada la historia sentimental: el motero real en la vida de Brockovich no era tan amantísimo como el personaje interprtado por Eckhart. Tras el ingreso del sustancioso cheque, Jorg Halabyla chantajeó a ella y a Marsy: si no le pagaban 310.000 dólares le contaría a los medios que ella y su jefe eran amantes y que era una mala madre. Finalmente fue arrestado junto con el primer exmarido de Brockovich, Sam Brown, que también estaba en el ajo. Una posible secuela de Erin Brockovich también resulta prometedora.
Tras su éxito juntos Brockovich trabajó en la firma de Masry durante 12 años y cuando él murió en 2005 ella estaba a su lado. Desde entonces ha seguido centrada en temas medioambientales con grandes grupos de afectados y desafortunadamente tiene mucho trabajo. En 2003 ella fue la afectada por la presencia de moho tóxico en su casa de California: también ganó esa batalla y desde entonces es junto con la problemática del agua una de sus grandes causas y la mantiene muy ocupada: el afán de las ciudades por abaratar el coste de sus suministros de agua ha llevado a localidades a perder casi por completo el acceso a agua potable. Su conocimiento del agua le ha llevado precisamente a sentir pánico por ella y cuando viaja a determinados países cuyo suministro no le ofrece confianza bebe exclusivamente cerveza e incluso se lava los dientes con ella.
Pero su lucha reciente más mediática ha sido contra otro gigante, Bayer, y desde su propia consultora Brockovich Investigation & Consulting. Y el objetivo, un producto, el anticonceptivo Essure. Utilizando el mismo sistema que había puesto contra las cuerdas a Pacific Gas and Electric, o sea, cientos de entrevistas y reuniones personales, encabezó un recurso colectivo en el que se reunian casi 10.000 denuncias contra un contraceptivo que se había hecho muy popular por sus ventajas: era barato y su implantación era sencilla, y no requería cirugía, lo que lo hacía más asequible que las ligaduras de trompas. Sin embargo no tardaron en alzarse voces en su contra y en salir a la luz efectos secundarios como graves infecciones, perforaciones ováricas e incluso depresión. Gracias al trabajo de Brockovich la agencia federal dependiente del departamento de salud estadounidense revisó la licencia del producto y Bayer lo retiró del mercado. Solo en España hay más de 3.000 afectadas. “Estos productos están diseñados por hombres. Y, por supuesto, los hombres siempre saben exactamente cómo funciona todo ", declaró Brockovich a la web The Gentlewoman. "Para mí, lo frustrante es que cuando las mujeres hablan de eso, no las creen, se limitan a decirles ‘oh, estás loca".
El tremendo espaldarazo que fue el éxito de la película sobre su vida la convirtió en una celebridad mediática habitual que contó con su propio programa, Final Justice, da charlas alrededor del mundo y ha escrito un libro cuyo título define muy bien su trayectoria La vida es una lucha pero puedes ganar. Ahora, su último proyecto vuelve a vincularla con la ficción: junto a Krista Vernoff, una de las mentes tras Anatomía de Grey y la cadena ABC, prepara Rebel, una versión televisiva de su vida en la que Katey Sagal, la madre de Matrimonio con hijos, interpretará a Annie ‘Rebel’ Bello, un trasunto de Brockovich que junto con un abogado interpretado por Andy García se implicaría en diversas causas justas, con John Corbett, el Aidan de Sexo en Nueva York, como interés romántico. ¿Repetirá el éxito de la película? Es dficíl, pero más complicado habría sido creer que aquella reina de la belleza con dificultades de aprendizaje acabaría doblegando a varias corporaciones multinacionales.
Artículo publicado originalmente el 22 de junio de 2020.
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