Más intensas o más light todos hemos visto alguna vez alguna película de miedo en Halloween, o al menos, inquietante y seguramente en este Halloween confinado que nos espera más de uno ya tiene seleccionado en favoritos las series y películas de terror que se va a poner en bucle. ¿Pero por qué nos gusta experimentar en el confort de nuestra casa las falsas amenazas que suponen los zombies, hombres lobo y fantasmas televisivos? La psicología tiene la respuesta.
1. Nuestro cerebro no distingue.. y actúa en consecuencia
Cada vez que el asesino/payaso/fantasma sale en la pantalla de donde menos te lo esperas, pegas un salto en el sofá. Y eso es porque tu cerebro no distingue entre amenaza real y amenaza ficticia, para él solo hay un señor con un cuchillo dentro de tu campo visual y actúa en consecuencia: los neurotransmisores que más te activan recorren tu torrente sanguíneo a la velocidad del rayo y la adrenalina hace el resto, un subidón que, aunque desagradable, no deja de ser mucho más excitante que una partida de parchís o de cartas y que hace que algunos se “enganchen” a él.
2. Porque nos enseña a manejarnos en todo tipo de situaciones
Tú estás pasándolo mal viendo a esos muchachos de campamento y tu voz interior te advierten, no deberían salir de la cabaña. Pues sí, no deberían porque tú sí has aprendido la lección. Ver películas de miedo permite a la mente aprender sobre cómo hacen frente otras personas situaciones de peligro y saca sus propias conclusiones: o sea que si te persigue un asesino con una motosierra mejor esto y no aquello. Tú ahí comiendo palomitas y tu mente intentando sacar alguna enseñanza de todo ello.
3. Porque, en realidad, estamos a salvo
Ver peliculas de miedo es como cuando los niños pequeños comienzan a caminar hasta una distancia que les permita volver al regazo de su padres con seguridad. Estás al filo del peligro, pero vuelves a salvo. Esta sensación ayuda a reforzar algunas cosas positivas en nuestra mente, recuerda, para tu cerebro el peligro era real y has sobrevivido asique la autoestima se apunta una medalla y acabas con una sensación final de “qué bien lo he hecho que me he librado” de lo más gratificante.
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