La practica hace el maestro. El perfeccionismo te lleva a la excelencia. Sin duda, de todas las cualidades de las que puede presumir un ser humano ser un perfeccionista es una de las que mejor prensa tiene (especialmente en las entrevistas de trabajo). El discurso de “seguiré trabajando duro hasta conseguirlo” es un mantra que se ha incrustado en nuestro adn y nos sigue causando admiración. ¿Pero es buena idea tener una mente inflexible en los tiempos que corren? ¿Tener una actitud perfeccionista sirve de algo para controlar el estrés?
Nuestras celebrities favoritas saben que ser perfeccionista es considerado una virtud y hacen gala de ella en su discurso muy a menudo. Pero cuando escuchamos a Shakira confesando que puede ser muy dura consigo misma si no logra la perfección y lo insatisfecha que se queda pensando en todo lo que podría haber hecho mejor. O a Gwyneth Paltrow confesando que considera su obsesión por los pequeños detalles como la cualidad que más detesta de ella misma o vemos a Kim Kardashian advirtiendo que a pesar de todos sus esfuerzos es tan perfeccionista que no está realmente feliz con su cuerpo nos llaman la atención cómo el perfeccionismo se puede convertir en un trampa para nuestra mente.
“Contrariamente a lo que solemos pensar, el perfeccionismo es lo contrario a la seguridad. De hecho, cuanto más insegura es una persona más tiende a buscar ese perfeccionismo”, asegura la psicóloga Rosana Pereira Davila, Directora de Haztúa Psicología Positiva. Desde un punto de visto psicológico, el perfeccionismo es una respuesta aprendida basada en un mal análisis de la realidad. Los perfeccionistas piensan que cuanto más se esfuercen en hacer las cosas perfectas mejor les irá cuando, en realidad, lo que van a conseguir es generar mayor ansiedad. Esto en un escenario normal, ¿pero qué pasa cuando ese perfeccionismo choca con una realidad como la que estamos viviendo en este momento? Pues que muchos perfeccionistas están ahora misma pasándolo fatal encerrados en sus casas.
¿Cómo reacciona un perfeccionista cuando no puede aspirar a la perfección?
Partamos de la base de que la perfección no existe, ni nosotros somos perfectos (nadie lo es) ni el mundo tampoco. Ahora vayamos un paso más allá y reconozcamos que, por mucho que nos esforcemos e intentemos hacer siempre lo mejor, es muy probable que no consigamos el resultado deseado. ¿Por qué? Porque toda situación depende de una gran cantidad de factores, tanto internos como externos, que se escapan a nuestro control. Y ese es precisamente el talón de Aquiles del perfeccionista: el control.
“El perfeccionismo es una forma de querer controlar lo que ocurre fuera o incluso dentro de nosotros mismos. Responde a la idea de “tengo que ser perfecta” y eso lleva a querer realizar comportamientos que son agotadores porque no hay ser humano que pueda vivir en una manera sana emocionalmente si su objetivo es ser perfecto. Ser perfecto es incompatible con la salud mental”, explica Rosana Pereira Davila.
¿Es intentar ser nuestra mejor versión un error garrafal para nuestra autoestima? La ciencia acude al rescate y pone los puntos sobre las íes. Durante años se ha investigado algo llamado pensamiento incremental, y en él reside la diferencia entre ser un perfeccionista “saludable” o uno con capacidad para amargar su vida y la de los demás. El pensamiento incremental consiste en algo sencillo y complicado a la vez, en distinguir dos actitudes que parecen iguales pero no lo son: la de tratar de hacer las cosas lo mejor posible (mejor que ayer) de la de intentar que todo sea perfecto. “Aunque parezca lo mismo, no lo es. Decir “voy a tratar de hacerlo lo mejor posible pero teniendo en cuenta las circunstancias” no es lo mismo que decir “quiero que sea perfecto”. El perfeccionista deja a un lado las circunstancias, lo suyo es hacerlo bien por hacerlo bien. Muchas veces esas circunstancias ni siquiera dependen de nosotros y ponernos como objetivo esa perfección, es sufrir”, advierte la psicóloga.
La clave del perfeccionismo es que no nos haga sufrir
En psicología tienen claro que no hay dos personas iguales, que lo que para unos es asumible, para otros es insoportable. Y en el perfeccionismo sucede lo mismo: si a ti la búsqueda del selfie de confinamiento perfecto o el tirar a la basura las magdalenas que acabas de aprender a hacer porque no te han quedado dignas de Instagram no te hace sufrir, pues adelante.
Y si insistes en que tus informes bordeen la excelencia como pasaba en la oficina aunque ahora los hagas en precario porque los niños no te dejan teletrabajar, pues tú misma. Pero si todo ese canto a la imagen ideal, el escrito perfecto, la vida social de película y el outfit preciso te está empezando a quitar el sueño, está impidiendo que te relaciones con las personas que convives (y eso que estáis todos encerrados en la misma casa) y te deja una sensación de derrota y negatividad en el alma, ha llegado el momento de intervenir porque, además, lo más seguro es que tu afán porque todo quede de 10 esté afectando al resultado final.
“Paradójicamente el perfeccionismo no siempre es garantía de un mejor resultado. Ser perfeccionista te puede llegar a paralizar. Es la llamada parálisis por análisis: te vas a lanzar a un proyecto y dedicas tanto tiempo a analizar que todo sea perfecto, que sea el momento adecuado, que todo esté bajo control… que al final no lo haces. Muchas veces es preferible algo que esté hecho aunque no sea perfecto, que algo perfecto que solo existe en nuestra mente”, advierte Rosana Pereira.
Para no caer en el perfeccionismo hace falta una buena autoestima
La pregunta del millón es si se puede desaprender a ser un perfeccionista, y la respuesta es que sí. “Si provoca malestar, sin duda alguna, se puede trabajar. Podemos aprender que el ideal no es o perfecto o nada, sino «voy a hacer lo que mejor pueda en las circunstancias que me encuentro». Eso ayuda mucho a aliviar la tensión, el ser capaz de aceptar que aunque algo no sea perfecto puede ser igualmente válido”, expone la experta.
Como para muchas otras cosas, para dar ese paso se requiere una buena autoestima. La autoestima nos permite diluir la autoexigencia, aceptar que podemos cometer errores y que por eso no se acaba el mundo. “No necesitas demostrar ni a ti mismo ni a los demás que todo lo que haces lo haces estupendísimamente bien. Te puedes relajar un poco, porque lo que provoca esa búsqueda de la perfección es muchísima ansiedad. Una persona con una autoestima ajustada puede aceptar lo que le venga y decir “pues mira, yo hice todo lo que pude y hasta ahí llegué«. Y eso es bueno”, expone Rosaba Pereira. ¿Y acaso no es esa la actitud más saludable para la situación en la que nos encontramos?
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