Lo hemos visto mil veces en películas de Hollywood, desde Ana y el rey a El príncipe y yo, pasando por El príncipe y la corista. La historia de una joven anónima que viaja a un país lejano y se enamora de un príncipe o un rey, logran superar las dificultades y, a veces, ser felices y comer perdices, funciona siempre en pantalla. Otra cosa es que lo haga en la vida real. A Lisa Halaby le ocurrió de verdad. Durante un viaje a Jordania conoció al rey Hussein, comenzaron una relación y él le propuso matrimonio, en una decisión que cambiaría su vida de forma radical. Para empezar, tuvo que renunciar a su propio nombre. Pasó a ser Noor de Jordania, y así la conocemos todavía hoy. Como Noor vivió amenazas de muerte, intrigas palaciegas, la desgracia de la enfermedad y lo que parecía el inicio de la tercera guerra mundial.
En la historia de Noor y Hussein los momentos de película no están solo en el argumento general, también en los detalles. Muy cinematográfico es su primer encuentro, en el que la joven Lisa ve a su futuro esposo a través de la lente de una cámara en pleno aeropuerto de Ammán. Con 25 años, en el verano de 1976, ella estaba allí acompañando a su padre, un ejecutivo de aviación que había sido designado por el monarca jordanopara crear una línea aérea panárabe en Oriente Próximo. Política y vida privada unidos desde el primer momento, en lo que se convertirá en una constante en su trayectoria. Lisa sacó una fotografía del rey y su padre ignorante de que en breve serían familia. Como sacado de un guion es también lo que sucedió unos meses antes en Irán, cuando después de una cena un conocido le leyó la fortuna en los posos del café y predijo: “Volverás a Arabia y te casarás con alguien de alta cuna, un aristócrata de la tierra de tus ancestros”.
Cuando llegó a Ammán en 1977 para dirigir el departamento de planificación y diseño de la compañía aérea Arab Air Service, Lisa parecía la encarnación del sueño americano en todas sus glorias y contradicciones. Nieta de emigrantes sirios y suecos que habían logrado triunfar en Estados Unidos, era la típica hija del baby boom, con una relación ambigua con sus padres entre la confianza, el amor y el individualismo. En sus memorias, habla de lo difícil que era estar a la altura de las expectativas que su exitoso padre había puesto en ella, del sufrimiento por las constantes mudanzas y de la mala relación entre sus padres, que acabarían divorciándose. En sus propias palabras, “Una típica familia americana de finales del siglo XX, moderadamente disfuncional”. Pero no a todas las familias americanas les iba tan bien como a los Halaby. La vinculación de su padre con JFK y su trabajo para la Pan Am había conseguido que se educase en la prestigiosa escuela Chapin para señoritas, como otra ilustre primera dama, Jackie O. Sus años de estudiante de arquitectura en Princeton la vieron manifestarse contra la guerra de Vietnam y tener conatos de rebeldía para encontrarse a sí misma, como un año en el que dejó la universidad para trabajar como asistenta o camarera en una pizzería en Colorado ante el horror de sus padres, que veían que su hija “se escapaba” para, quizás, hacerse hippie, una posibilidad común en aquella época. A Najeeb Halaby, su padre, le había costado duro conseguir su posición, y durante sus años trabajando para la administración Kennedy se contaban chistes sobre su origen exótico y apellido, que llamaban la atención en el entorno wasp de Washington. Sus hijos no tendrían por qué pasar por ello. Lisa resultó ser tan responsable y comprometida como parecía, y tras terminar la universidad trabajó en Australia y en Teherán, porque debido a sus raíces familiares sentía una vinculación especial con los países árabes.
Llevaba poco tiempo trabajando en Jordania cuando sus encuentros casuales con el rey comenzaron a llamar su atención, hasta que la invitó a almorzar en su residencia, Hashimya. Hussein acababa de convertirse de nuevo en uno de los solteros de oro del mundo, tras enviudar de su tercera esposa, la reina Alia, que había muerto en un accidente de helicóptero. La historia del monarca estaba tan llena de acontecimientos rocambolescos como pueda imaginarse. A los 16 años había presenciado como su querido abuelo, el primer rey de Jordania Abdullah, era asesinado en un atentado en una mezquita en Jerusalén. Tras un año de reinado, su padre Talal había sido apartado del trono por sufrir esquizofrenia. El joven Hussein, educado en Inglaterra, se encontró convertido en rey con solo 17 años, en 1952, en un momento en el que la situación en Oriente Próximo era candente, a pesar de que no dejaba de serlo jamás. De hecho, durante sus años de reinado sobrevivió a varios intentos de asesinato: su avión había sido casi derribado por cazas en Siria, había sufrido emboscadas con tiroteos –de los que se había salvado gracias a su tío materno, que le había ayudadoa esquivar las balas con riesgo de su propia vida– e incluso habían intentado envenenarle en dos ocasiones. Un ayuda de cámara egipcio llenó de ácido su botella de gotas para la nariz, pero la botella se rompió por accidente en el baño y el ácido se comió el esmalte del lavabo. La segunda vez sobornaron a un ayudante de cocina para que envenenase al rey, pero comenzaron a aparecer gatos muertos en el palacio (Hussein era un amante de los felinos y le gustaba que siempre estuviesen en sus viviendas) porque el aspirante a regicida tenía que practicar la eficacia de los venenos, y fue descubierto.
Su vida amorosa tampoco había sido tranquila, precisamente. Su primera esposa fue Dina bint ‘Abdu’l-Hamid, la reina consorte Dina. Una princesa hachemita también educada en Inglaterra y en apariencia una elección perfecta como esposa. Hussein y Dina se casaron en 1955; él tenía 19 años y ella 26. Pronto se descubrió que no tenían nada en común y que la independiente mujer tenía ideas y criterio propio sobre su papel en la corte, algo que su marido y su suegra desaprobaban. Después de un año y medio de matrimonio y una hija en común, la princesa Alia, la pareja se divorció. Dina se estableció en Egipto y para cuando apareció Lisa en el horizonte, había vuelto a casarse con un oficial de la OLP.
De nuevo el cine aparece en el horizonte, pero esta vez de manera literal. Antoinette Avril Gardiner era una joven hija de un oficial británico que trabajaba como asistente en el rodaje de Lawrence de Arabia cuando conoció al rey Hussein. Se casaron en el 61 y ella asumió el nombre de Muna al-Hussein, aunque nunca recibió el título de reina de Jordania. La pareja tuvo cuatro hijos, Abdullah, Faisal y las gemelas Aisha y Zen. El matrimonió duró 11 años, tras los cuales Hussein se divorció para casarse con Alia Toukan, una de tantas jordanas de familia palestina que residían en el país. La bella Alia y Hussein se casaron en el 72, y tuvieron tres hijos, Haya, Ali y la adoptada Abir, una niña refugiada palestina de uno de los numerosos campos que poblaban la región tras el conflicto con Israel.En el 77, la reina falleció tras un accidente de helicóptero, en lo que algunos rumores quisieron ver una conspiración internacional.
Así estaban las cosas cuando Hussein comenzó a invitar cada vez con más frecuencia a Lisa a palacio. Allí veían películas, charlaban y pasaban tiempo con los tres hijos pequeños del rey. Hussein tenía un carisma innegable, era poderoso, atractivo y gran conversador. Lisa tenía 26 años y estaba enamorándose de la cultura jordana a la vez que de su monarca. Cuando Hussein le dijo, a la vieja usanza, que quería ver a su padre para pedirle su mano, la joven se encontró de pronto ante la responsabilidad tomar una decisión trascendental: casarse con un rey, convertirse en madrastra de ocho hijos y vivir en primera persona los conflictos milenarios y nuevos a los que se enfrentaba el pequeño país jordano. Israel a un lado, los territorios palestinos a otro, Irak, El Líbano, Siria y Arabia Saudí, guerras cada dos por tres, atentados, conflictos, resoluciones de la ONU, terrorismo y también la inmensa belleza de un lugar al que ya sentía que pertenecía. Lisa dijo que sí. Pese al shock inicial, sus padres la felicitaron por la noticia. Su padre, sobre todo, la advirtió de los peligros de los tejemanejes, rumores e intrigas de una corte real. “No te preocupes”, respondió ella. “Esta corte no es como las demás”. En los años posteriores la ya reina Noor se reiría mucho de su ingenuidad.
En sus memorias, Noor dice incluso que nunca se había sentido identificada con su nombre de pila y que sí llegaría a estarlo con Noor al- Hussein, “la luz de Hussein” que le puso su marido. También se convirtió al Islam la misma mañana del enlace. La noticia de que el rey iba a casarse por cuarta vez corrió como la pólvora, y cuando se supo que lo haría con una estadounidense hubo quién apuntó a que se trataba de una maniobra de la CIA. Fue el primero de los muchos infundios que tendría que presenciar la pareja. La boda fue el 15 de junio del 78. Noor chocó desde el principio con el secretario de Hussein, que había encargado vestidos de novia en Dior, cuando ella quería algo bohemio, sencillo y romántico, como las novias a lo hippie de la época. Les dio como ejemplo un vestido de Yves Saint Laurent y el resultado fue un modelo de seda blanco muy de la época que todavía hoy resulta deseable y copiable. Para los zapatos se añadía la dificultad de que la novia era cinco centímetros más alta que el novio, y que “la moda del momento eran los zapatos de plataforma muy altos, que a mí me parecían tan horribles como poco prácticos”. Acabaron encargando unos zapatos planos a un zapatero de Beirut que llegaron la mañana de la boda.
El enlace duró solo cinco minutos, y Noor era la única mujer presente. Rodeadas de familiares y cargos políticos, las cámaras de fotógrafos llegados de varios países del mundo distrajeron un poco a la novia. Se había convertido en “la nueva Grace Kelly”, en la estadounidense en el trono de un país árabe, y la expectación en torno a ella era enorme, como lo sería durante las siguientes décadas. Ella relata sobre ese día: “Cuando miro ahora las fotografías de nuestra boda que aparecieron en primera página en los periódicos de todo el mundo, veo a una mujer joven llena de optimismo y esperanza que sonríe con todo su corazón a un apuesto hombre con barba que responde de forma parecida”.
Esos optimismo y esperanza comenzaron a verse un tanto maltrechoscuando quedó claro que la rígida corte hachemita tenía su forma de hacer las cosas, y no estaba dispuesta a que una recién llegada las cambiase. Noor refiere que cuando intentaba introducir cambios en el vestuario de su marido, como una camisa estampada o una corbata de diseño, esas prendas desaparecían de forma misteriosa de su armario. Otras normas no escritas eran menos inofensivas. El concepto de privacidad oriental, muy distinto del occidental, la hacía sentirse invadida y observada cuando estaba acostumbrada a un estilo de vida libre e individual muy americano, y aunque la familia extensa típica de Jordania le resultaba reconfortante y emotivo, no estaba exento de conflictos. No en vano estamos hablando de una familia real con hijos de cuatro madres distintas, pues pronto Noor y Hussein tendrían sus propios vástagos, cuatro en total. Cuenta Noor: “A lo largo de los años me esforcé tanto como pude por incluir en las relaciones familiares a todos los hijos, y siempre pareciera adecuado, también a sus madres, con la esperanza de que un contacto regular nos haría sentir más próximos y reduciría cualquier tensión que pudiera existir. Me gustaría poder decir que la estrategia fue un éxito inequívoco. Visto en retrospectiva, pienso que fue algo ingenuo. Yo pensaba que si irradiaba sentimientos positivos, me serían devueltos en la misma moneda. No era tan sencillo”.
Además, había que asumir que su marido era un hombre muy ocupado y con grandes preocupaciones en la cabeza, tan grandes que las suyas, íntimas, quedaban reducidas a la nada. Cuando Noor sufrió un aborto en el quinto mes de su primer embarazo, Hussein no estuvo con ella porque se encontraba inmerso en una conferencia internacional de alto nivel. Al terminar, se reunió con ella en una excursión de esquí en Austria en la que, sin embargo, eludieron el tema durante varios días. Cuando por fin Noor no pudo más, se enfadó con su marido y dejó de fingir que el aborto no había tenido lugar. “Bueno, este viaje también ha sido difícil para mí”, fue su respuesta. “La última vez que estuve en los Alpes sobre un trineo fue en Saint Moritz en compañía del sha y la shahbanou de Irán, y ahora han sido expulsados de su país”.
Noor se centraba en el cuidado de sus hijos, propios y los de su marido, en causas benéficas y de desarrollo del país. Además de la presión y el constante escrutinio sobre su aspecto físico, vestuario y gestos, también estaban las constantes habladurías y chismorreos sobre la relación de la pareja, con historias sobre infidelidades mutuas que salían publicadas incluso en prensa extranjera, y los ataques a sus gastos tratándose de un país en vías de desarrollo cuya prosperidad pendía de un hilo siempre a punto de romperse. Y se rompía con facilidad, fuese en forma de crisis del petróleo, de intifada o de invasión de Kuwait.
Noor fue la cara más amable de Jordania y de Oriente Próximo en un momento en el que la zona no podía tener peor fama. Era joven, guapa, culta, amable y rodeada de un encanto desarmante. Ayudaba también en esto que Jordania fuese un país más o menos neutral, no tan beligerante o conflictivo como sus vecinos Irak o incluso Egipto. Nombres como Saddam Hussein, Gaddafi o Yasser Arafat protagonizaban titulares de prensay reportajes televisivos siempre asociados a conflicto, violencia y guerras enquistadas. Esos personajes eran interlocutores habituales del rey Hussein, a veces enemigos, a veces aliados, en una compleja trama política y cultural que en la década de los 70 y posteriores bullía de tensión, y que aún hoy está muy lejos de relajarse. Esto tenía consecuencias en la visión que el mundo tenía de las poblaciones de esos países.La misma Noor habla en su biografía de la pésima imagen que se daba de los países árabes en su Estados Unidos natal y en occidente en general. “Los medios de comunicación presentaban indefectiblemente a los árabes como unos terroristas o unos derrochadores de petrodólares, como unos fanáticos religiosos o unos seres primitivos. Hasta en la primera escena de Aladín, un pequeño niño beduino en medio de un desierto de dibujos animados canta alegremente “Ah, vengo de una tierra donde te cortan las orejas si no les gusta tu cara. ¡Es una barbaridad! Pero bueno, es mi hogar”. Mientras, ella vivía en un país hospitalario, culto y generoso era del todo diferente.Por eso cuando surgió la oportunidad de que Spielberg rodase En busca del arca perdida en Petra, el tesoro de Jordania, la reina colaboró para facilitarles el rodaje. La película tuvo un efecto inmediato en el turismo de la región, aunque también sus consecuencias negativas: se podía morir de éxito porque el interminable flujo de visitantes causaba un deterioro de la piedra del monumento. Así ocurría todo el rato con la vida palaciega y los viajes internacionales: se pasaba de la brillantez al peligro de hundirse del todo en cuestión de días.
El cáncer de Hussein aceleró los acontecimientos. Tras más de cuarenta años de reinado, no estaba claro cómo sería la sucesión, pues la ley hachemita permite que sea o en el hermano mayor o en el hijo del Rey. De hecho, se esperaba que fuese Hassan, un hermano de Hussein, el próximo monarca, aunque el rey deseaba convocar un concilio familiar en el que se decidiese quién era el más indicado para el puesto, y que esto pasase a ser la regla general en la monarquía, cambiando la constitución. No sucedió así. El elegido tampoco fue el hijo mayor de Noor, el príncipe Hamzah, sino un hijo que había tenido con la princesa Muna, Abdullah. “Apoyé plenamente su decisión”, escribe Noor. “Contrariamente a lo que afirmaban los rumores mediáticos –que yo había estado presionando a Hussein para que nombrase sucesor a Hamzah– yo siempre había defendido que Hamzah debía tener la oportunidad de ir a la universidad y de desarrollar sus facultades e intereses intelectuales”. Cuando Abdullah supo que él era el heredero, le aseguró a Noor “cumpliré los deseos de mi padre para con Hamzah”.
Hussein murió en Ammán el 7 de febrero de 1999, después de largos y penosos tratamientos en la clínica Mayo que no pudieron eliminar su linfoma. Hamzah se convertía en heredero de Abdullah y la reina Rania, pero en 2004 fue destituido de su papel simbólico. Siguieron cinco años de frenéticos rumores y especulaciones hasta que en 2009 el hijo mayor de Rania y Abdullah fue nombrado príncipe heredero. Las tornas habían cambiado, y se consideró que la reina viuda, Noor, a caballo entre Washington, Londres y Jordania, había sido vencida. Se planteó esto como un giro definitivo de intrigas palaciegas y de un sordo pulso entre dos reinas, Noor y la popular y mediática Rania. No se consideró que podía ser una decisión del rey que procuraba perpetuar su linaje en el puesto en forma de su hijo, no de su mediohermano, porque si había dos mujeres hermosas y poderosas a las que poder culpar y un aire de exotismo a lo guerras de harén con el que poder relacionarlo, la noticia estaba hecha. Hoy, Rania es tan criticada por sus gastos y su imagen frívola como lo fue Noor en su día. Parece que en efecto la relación entre ambas no es muy fluida, y apenas se las ha fotografiado juntas. Los cuatro hijos que tuvo con Hussein viven en distintos lugares del mundo dedicados a negocios y manteniendo un perfil relativamente discreto. Ella sigue siendo teniendo una presencia intachable pese a su aparición en listas de propietarios en paraísos fiscales hace pocos años. Colabora con organizaciones internacionales, hace de vez en cuando alguna aparición en medios y mantiene ese aire de serenidad y paz que se convirtió en la mejor imagen posible por duros y oscuros que fueran los tiempos.
Artículo publicado originalmente el 15 de junio de 2019 y actualizado.
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