Maya

Dos veces al día os cruzáis en el metro. Al ir y al volver. Siempre te mira directamente a los ojos y te desconcentra, tanto que a veces tu amiga Olga se enfada, porque te está contando la enésima bronca con su marido y tú a por uvas. Pero es que es tan guapo…

Siempre solo, recorriendo los vagones, todos los días.

Ayer le viste en el andén contrario al tuyo, estaba hablando con dos amigos músicos, y reía y bromeaba. Por primera vez en estos dos años estaba sonriendo y parecía casi feliz.

Nunca te habías planteado lo solo que debía sentirse, rodeado de cientos, de miles de personas cada día, pero sin nadie que le hable. Algunos incluso se apartan a su paso, arrugan la nariz, molestos, como si ser pobre fuera contagioso, como si él lo hubiera elegido.

Tampoco tú escogiste ser una criada. En el pueblo no había trabajo y como tu cuñada hablaba maravillas de Madrid, aquí os vinisteis, casi sin nada. Tampoco allí teníais nada, ni siquiera una oportunidad.

Pero nadie te dijo que tus días iban a comenzar antes de que saliera el sol. Que vas corriendo al metro para coger el primero, nada más abrir, y cruzas la ciudad para llegar a tiempo de levantar a los niños y llevarles al cole. La señora se enfada mucho si llegas unos minutos tarde. Una vez se estropeó el tren y casi te despide. «Madruga más» – te gritó – «vosotras siempre estáis de fiesta». No le contestaste. Tu cuñada te ha dicho que nunca hay que replicar a las señoras, aunque no lleven razón.

Tu cuñada. Otra que grita por todo y a la que tampoco le puedes contestar como quisieras. Buen truco el que os ha hecho: le pagáis por una habitación lo que cuesta el alquiler entero, porque sin un contrato ni sueldo fijo nadie os alquila nada. Así vive la tía, sin dar ni golpe y echándoos en cara que gracias a ella tenéis un techo. Japuta, qué mala es.

Así está tu vida, trabajando los dos de sol a sol, casi sin veros.

Antes, los domingos, como librabais ambos, os ibais a pasear y ver la ciudad. Al parque del Retiro o a la Plaza Mayor. Pero desde hace un año o más él se va con los amigotes al bar. O eso dice. Le saltan muchos mensajes en el teléfono, y se esconde en el baño para leerlos. Estás segura de que son mensajes de otra (como el marido de Olga, que está en Badoo, que le ha pillado varias veces, y por eso siempre están discutiendo) pero te haces la tonta. Desaparece después de desayunar y ya no regresa hasta bien entrada la noche, borracho como un piojo y oliendo a un perfume horrible. Casi agradeces que se vaya y te deje tranquila, porque te quedas en casa, viendo la tele y lavando ropa. Con suerte tu cuñada también sale y la casa es solo para ti.

Caes en la cuenta de que apenas hablas con nadie, con los niños, con Olga y poco más. De español sabes lo justo para entender a la señora y hacer la compra sin que te timen, no te da para hacer amigos. Estás sola, aunque estés rodeada de gente todo el día, como el chico del metro.

Hoy, si le ves, le piensas sonreír, quizá así os sintáis un poco menos solos.

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