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Como es habitual en ella, no fue solo lo que dijo, sino cómo lo dijo. Las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso el pasado miércoles en la Asamblea de Madrid no tardaron nada en entrar en los boletines informativos de radio, en las cuentas de memes y en general en uno de los tres o cuatro temas de conversación a tratar en el zoom de después de los aplausos con los amigos o con la familia. En su ya famosa intervención defendiendo los menús de pizza y coca-cola para los alumnos madrileños con beca comedor es importante el contenido pero también el tono y el copy. “Los niños están confinados y jartos”, dijo la presidenta, que sabe cómo puntuar sus declaraciones con frases y expresiones que las hacen memorables y memeables, como cuando habló de los políticos “paletos” o de los atascos como seña de identidad de Madrid.
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Díaz Ayuso no es la única política que recurre al tono coloquial e incluso vulgar en las instituciones. Albert Rivera dijo el verano pasado en el atril del Congreso que “si no tienes el carnet del PSOE o discrepas de los socialistas, estás jodido”, el diputado de Podemos Castilla y León Pablo Fernández se refirió en rueda de prensa a una proposición no de ley de Vox que le tocaba presentar como “una puta basura” y casi todos los partidos tienen al menos un representante que hace del desparpajo su principal arma dialéctica, llámense Aitor Esteban o Gabriel Rufián, aunque éste ha moderado su verbo desde que se ha convertido en un diputado formal.
Aun así, el caso Ayuso tiene sus particularidades porque ella viene del otro lado y ejerció durante años la comunicación política, en el área de redes de la presidencia de la Comunidad, antes de pasar a la primera línea política –se la suele citar como community manager del perro Pecas, aunque ella negó haberse encargado de esa tarea– y es lógico pensar que todas sus declaraciones están más calculadas de lo que se suele cree. En su visita del primero de mayo por la clausura del hospital de campaña de Ifema, por ejemplo, repitió varias veces la palabra “milagro” y se refirió a los sanitarios madrileños como “soldados de la vida” que “obran milagros”.
Nunca hay que olvidar quien fue su mentora, Esperanza Aguirre, una política con una capacidad natural para captar la atención. “Hay muchas similitudes entre ellas. Esperanza fue la primera en ponerse la camiseta del equipo que ganaba la Copa del Rey, el maillot amarillo de Contador… con esa política de gestos conseguía portadas de periódicos y que se hablara de ella. Díaz Ayuso está manteniendo parte de ese modelo, aunque luego tenga una personalidad diferente”, opina el experto en comunicación política Eduardo González Vega, que conoce bien a la presidenta de la Comunidad de Madrid de sus tiempos al otro lado de la trinchera. González Vega no tiene claro si el “jartos” estaba en el guion o se le escapó pero cree que el hecho de que se esté publicando este artículo prueba que la intervención de Ayuso consiguió al menos una parte de sus objetivos. “Que la gente entienda lo que dices y lo comparta ya es un fin en esta época en que todo caduca tan rápido. Ella está cuidando a su parroquia y que te identifiquen como a un rival no tiene por qué ser malo”, apunta sobre las reacciones polarizadas que suele suscitar Ayuso. El asesor también aprueba la famosa foto del rímel corrido, en la que se veía a la presidenta de la Comunidad de Madrid llorando en la misa funeral por las víctimas del COVID-19 en la catedral de la Almudena. “Si lo pensamos con perspectiva y quitamos carga política, muchos ciudadanos se hubieran emocionado. Era una ceremonia con carga simbólica y ella se mostró como persona. Creo que le salió bien y he visto hasta a periodistas de izquierdas que lo han defendido. Otra cosa es que ella le saque beneficio difundiendo la imagen, que también es lícito”, opina.
Su compañero en el CIGMAP, el Centro Internacional de Gobierno y Marketing Político de la Universidad Camilo José Cela, Jorge Santiago Barnés, no es tan benévolo con el “jartos” de la presidenta. “No lo veo bien. La situación actual no nos lleva a tomarnosa la ligera ni a minimizar ni a banalizar lo que está pasando. No sé si estamos para reírnos o para salirnos del tiesto. No estamos en momentos de llamar la atención ni ser protagonistas de nada. Lo que esperan los ciudadanos de sus representantes públicos es que atiendan las necesidades del país. Banalizar no le viene bien a nadie. Yo cuando ejerzo la asesoría a menudo llamo la atención a los políticos, les riño mucho cuando se salen de la línea”, admite este asesor que ha trabajado para distintos gobiernos y partidos y, como Casanova, prefiere no decir cuáles. “Además, hay que pensar en el contexto, añade. Lo que está bien para El Hormiguero no está bien para la Asamblea”.
Ambos discrepan también sobre el hecho de que Ayuso colgase en sus redes la parodia que hizo el usuario de Twitter Artist Unknown que la mostraba con la gorra de una empleada de McDonald’s despachando comida rápida. “No es el momento, yo no lo hubiera hecho. En estos momento no estamos para hacer gracias y mostrar lo ‘guay’ que eres, no estás par hacer reír, estás para solventar temas”, opina Santiago. En cambio, González cree que es algo que hacen muchos, apropiarse de la parodia para desactivarla. “Da bola al político para reforzar su personalidad. Emite un mensaje de: contra mi no pueden, a mi esto no me ofende. Y al sector más afín le gusta ver cómo su político se defiende y saca pecho ante los ataques”.
Los dos coinciden, sin embargo, es que para ejercer de político campechano hay que tener cierto talento natural o, de lo contrario, es mejor no intentarlo. “Han pasado años y todos recordamos las chuches o la niña de Rajoy. Tiene más importancia de lo que parece porque es de lo que se termina hablando. Cuando los políticos intentan hacer cosas que no pegan con su personalidad, les sale mal”, tercia González. En el extremo opuesto citan al animal televisivo que es el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. “No hay programa por el que no haya pasado. Es una persona que utiliza el lenguaje coloquial, de la calle. Con eso consigue que parte del público piense ‘es uno de los nuestros’ y eso no hay campechanía que lo supere. Pero él sabe cuando hay que hacerlo y cuando no, y pocas veces es vulgar. No te genera ruido cuando le escuchas”, apunta Santiago.
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