Hace unos días, pasé dos horas en la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma. Me lo había propuesto Palmira, mi agente y amiga: “Una charla, escuela de enfermería, Las incorrectas…”. “Claro, vale”. Siempre se me olvida lo poco que me gusta hablar en público hasta que la necesidad de Sumial me lo recuerda. En la puerta del Decanato, me recibió una mujer inteligente, elegante y llena de energía. Eva. Otra Eva para mi colección de Evas extraordinarias.
Me contó lo que buscaba: que hablara a sus estudiantes de tercero de enfermería de las mujeres, del dolor, de la amistad… De la vida. Que les ayudara a ver con otros ojos. Nada más y nada menos. “De vez en cuando, les traemos gente diferente: escritores, directores de cine, pintores… Otra mirada”. Y yo, hipnotizada por su voz, su serenidad y su solidez, pensaba que, con ella al frente, a mí no me necesitaban para nada… Pero volví a decir que sí, hipnotizada.
La sala estaba llena. Apagaron los teléfonos, cerraron los ordenadores y… Atendieron. No hablé del libro, claro. Ante decenas de estudiantes que te miran con sed de saber, hay que quitarse cualquier disfraz y contar solo la verdad.
Hablamos de la depresión y la amistad; de lo poco que se ha escuchado la voz de las mujeres; del dolor y la integridad; de la inseparable relación entre vulnerabilidad y valentía; de la gente tóxica que te quiere pequeño (como ellos); de la belleza y el deporte (fútbol, baloncesto y tiro con arco); de abrazar árboles; de mantener un espacio propio y seguir siendo (completo); de la empatía y la distancia óptima; de la condescendencia y el respeto; de exigir y practicar la igualdad; de la obsesión por el móvil y el falso espejo de Instagram…
Con veintitantos años menos que Eva, Palmira y yo, aquellos estudiantes estaban igual que nosotras: intentando vivir (y trabajar) con honestidad, intentando aportar al mundo, intentando encontrar paz y, a ratos, felicidad.
La mayoría eran chicas y, después de que Eva resumiera, hablaron ellas. Son todavía niñas y, a la vez, mujeres valientes. Su mayor pesadilla es que las obliguen a conformarse, a ser peores, a no dar siempre lo mejor que llevan dentro. “Hay gente que se empeña en podarte, como a los bonsáis, para que no crezcas…”. “No os dejéis: manteneos libres y coherentes, construid una red, buscad una habitación propia…”.
Aprendí yo más que ellas, claro. Su hambre y sus ganas reavivaron las mías y, ya de madrugada, recordé una frase de Gandhi que es una obligación: “Be the change you want to see in the world”. Se la mandé a Eva, sabiendo que ella y sus estudiantes son el cambio que quieren ver en el mundo; y no se van a conformar con menos. ¡Qué suerte tenerlos!
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