Era su cuarta nominación y por fin se llevó el Oscar. En 1946, Olivia de Havilland ganó el premio de la Academia a la mejor actriz por su papel de madre arrepentida en La vida íntima de Julia Norris, un melodrama de Mitchell Leisen en el que la actriz interpretó a una mujer soltera que se queda embarazada de un soldado en la Primera Guerra Mundial y decide dar al niño en adopción, pero se arrepiente toda la vida. Ese mismo año, De Havilland se casó por primera vez con Marcus Goodrich, un periodista, guionista y escritor, que era también veterano de guerra. Su novela más exitosa, un best-seller en 1941, se titula Delilah, que no era en este caso el nombre de una mujer, sino de un barco de guerra.
De Havilland había tenido romances con Howard Hughes y con James Stewart, que le acompañó al estreno de Lo que el viento se llevó, y una relación que duró casi una década con el director John Huston, que contó con ella para su segunda película, La historia de tu vida. Hacían una pareja extraña, ella con fama de ser la chica buena de Hollywood, y él el irlandés mercurial amante del alcohol y las emociones fuertes. Ella dijo de él que “fue un gran amor” de su vida y que le hubiera gustado casarse con él.
Pero fue con Goodrich, que había sido miembro de la pandilla parisina de Ernst Hemingway, con quien terminó teniendo a su primer hijo, Benjamin, en 1949. La boda generó uno de los legendarios dardos cruzados entre De Havilland y su hermana y rival Joan Fontaine. “Todo lo que sé de él es que ha tenido cuatro esposas y escrito un libro. Qué lástima que no sea al revés”, dijo del flamante marido de su hermana.
La pareja se separó en 1952. Benjamin Goodrich, que terminó siendo matemático y experto en banca internacional, tuvo una vida relativamente breve y marcada por la enfermedad. A la edad de 19 años le diagnosticaron linfoma de Hodgkin’s. A pesar de su dolencia, pudo licenciarse en la universidad de Texas. Murió en París en 1991 de una enfermedad cardiaca causada por el Hodgkin’s. Apenas tres semanas más tarde moría también su padre, que llevaba desde los años 60 retirado de Hollywood y viviendo en Richmond, Virginia.
En 1952, estando en pleno proceso de separación, De Havilland tuvo que asistir al festival de Cannes. El encargado de comprarle el billete de avión era el editor de Paris Match, Pierre Galante. Ella pidió dos pasajes. “¿Es que se trae a su amante?” se preguntó. Y, al recogerla en el aeropuerto de Le Bourget en París le sorprendió saber que el pasajero extra era su hijo de tres años. “En cada proyección en Cannes me lo encontraba sentado a mi lado. Luego fui a California y allí estaba otra vez”, solía contar De Havilland sobre el cortejo del periodista. Se casaron en 1955 y ahí empezó la etapa francesa de la actriz, que se fue a vivir a París, a una casa de dos pisos cerca del Bois de Boulogne, en parte por el trabajo de él, pero también, según publicó la prensa de la época, para evitar perder la custodia de Benjamin.
A la actriz no le importó dejar Hollywood en aquellos años. “Se convirtió en un lugar muy deprimente en los 50”, dijo en una entrevista con la edición irlandesa de The Independent en 2009. “La era dorada se había acabado y la televisión había arrasado con todo. Los mismos estudios que hacían 100 películas al año en la década de los 30 estaban haciendo entonces 25 ó 10. Había una sensación de declive terminal, de depresión real”. Su país de acogida, sin embargo, no le abrió las puertas de su industria, como luego si haría con Jean Seberg o Jane Fonda. “No me ofrecieron papeles. Yo creía que había hecho grandes progresos con mi francés cuando una grande dame me dijo un día: hablas muy buen francés, Olivia, pero tienes un ligero acento yugoslavo. Supongo que no había papeles en películas francesas para actrices con acento yugoslavo”, dijo en la misma entrevista.
Al año de casarse con Galante, nació la única hija que tuvieron en común y la única superviviente de la familia, Gisèle. Cuando tenía cinco años, su madre dijo de ella en una revista: “Tiene todos los requisitos para una vida feliz: todos sus dientes, piernas bonitas y una boca para besar”. El matrimonio se separó en 1962 pero llegaron a una solución amistosa: decidieron seguir viviendo juntos durante seis años más para criar a su hija, y más garde Galante se mudó al apartamento de en frente.
En 1976, The New York Times publicó un curioso reportaje del tipo “dónde están ahora” retratando a la antigua Melania de Lo que el viento se llevó como un ama de casa francesa. “¿Qué hace Olivia de Havilland a día de hoy? A decir de ella, tiene un papel secundario frente a la protagonista, a la que describe como una ‘belleza de 19 años’. Ella y Gisèle Galante, su hija con su segundo marido, viven juntas en París y describe su principal función como coger el teléfono y apuntar los mensajes cuando llaman los muchos amigos de su hija. ‘Puede ser Rene, o Olivier o Bruno. Cuando ella da una fiesta, yo ayudo con la comida. Vivo a través de ella. Me puse a trabajar a los 18 años y nunca viví la vida normal de una chica de 18 años”, contaba al periódico.
Gisèle Galante estudio Derecho en la Universidad de Nanterre pero ha trabajado sobre todo como periodista en Francia y Estados Unidos. En 1987 tuvo una relación con la estrella nacional francesa, Johnny Halliday, y llegaron a estar comprometidos, pero no a casarse. Gisèle pasó periodos de depresión, durante los cuales recibió el apoyo de su madre, que también se dedicó a cuidar a su hijo mayor, Benjamin, en los años de su enfermedad, y a su ex marido, Pierre, que sufrió cáncer de pulmón antes de morir en 1998. Aunque llevaban separados desde los 60 y formalmente divorciados desde 1979, la actriz se convirtió en su principal apoyo. “Como vivía justo delante de casa, me resultaba fácil”, explicaba ella quitándole importancia al hecho.
Gisèle Galante se ha casado dos veces, con el coleccionista de arte Edward R. Broida, que fallecio en 2006, y con el editor de televisión Andy Chulack. La periodista representó a su madre en la vista judicial que tuvo lugar en 2017, cuando De Havilland denunció a Ryan Murphy y a la cadena FX por el retrato que se hacía de ella en la serie Feud, en la que le interpretó Catherine Zeta-Jones. A la actriz no le gustó que se la retratara como una cotilla y una persona “vulgar”, según sus alegaciones, que utiliza la palabra bitch en dos ocasiones y habla mal de Frank Sinatra. Los abogados de Ryan adujeron que en realidad la serie, que narraba la relación entre Joan Crawford y Bette Davis, dejaba muy bien a De Havilland, como una profesional seria que además era una buena influencia para Davis.
En los últimos años, De Havilland seguía viviendo en París, donde tenía varias cuidadoras, que le permitían tan solo una copa de champagne a la semana y hablaba con Gisèle y el marido de ésta, Andy, cada día por Facebook o Skype.
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