Hace unos meses, una escuela infantil de Barcelona desterró de las aulas de tres a cinco años 200 cuentos infantiles, entre ellos clásicos como Caperucita roja. El centro argumentó que aquellos títulos eran sexistas y que, dado que los patrones sociales básicos, incluidos los de género, se asientan en las mentes infantiles hacia los tres años, era necesario vetarlos a esas edades. Corrieron ríos de tinta sobre aquella alternativa: ¿era mejor renunciar a los relatos de toda la vida o que los cerebros de los niños se formatearan a golpe de princesas indefensas y príncipes valientes?
La acción de un único centro educativo no habría levantado ampollas si no fuera porque responde a todo un clima de preocupación por las enseñanzas que la literatura transmite a los niños. No es nada nuevo: las versiones revisadas de los cuentos de siempre (caperucitas que se salvan a sí mismas, princesas alérgicas a las bodas) llevan mucho tiempo entre nosotros. Pero ahora, en plena onda expansiva del MeToo, la cuarta ola del feminismo y la era de las princesas Disney empoderadas, el cambio está en el ojo del huracán.
“Sí, nuestros hijos leen ahora relatos más abiertos e inclusivos, más libres de esterotipos –asegura Alice Incontrada, editora del sello infantil Blackie Little–. Se nota enseguida releyendo algunos clásicos. Por ejemplo, en los libros de Richard Scarry, la mujer siempre está en la cocina o cuidando a los niños y, cuando el marido llega, tiene la cena hecha. Eso sería impensable en un libro actual, y está muy bien que estemos concienciados para detectarlo”. El equipo de la revista especializada en literatura juvenil El Templo de las mil puertas está de acuerdo: “Los libros juveniles se han preocupado por ser cada vez más diversos, y esa renovación ha ayudado a dejar atrás muchos estereotipos: cada vez más novelas demuestran que las chicas no necesitan que las rescate ningún príncipe”.
Ellos son médicos, bomberos y pilotos
Sin embargo, el cambio podría no ser tan profundo como creemos. El informe británico Drawing the future reveló en 2017 que, a los siete años, niños y niñas ya imaginaban su futuro laboral de acuerdo con los estereotipos clásicos: las niñas, en concreto, soñaban con trabajos relacionados con los cuidados o la enseñanza. En ese estudio, se pidió a niños y niñas que dibujaran a bomberos, médicos y pilotos: 61 de los 66 participantes les otorgaron rasgos masculinos, aunque la tarea se había asignado, cuidadosamente, sin atribuir a los personajes ningún género.
Solo el 29% de los títulos infantiles tiene una protagonista femenina. Incluso cuando los personajes son no humanos, como objetos, monstruos o verduras.
Y sí, parte de estos prejuicios infantiles viene de la literatura. El estudio A favor de las niñas: el sexismo en literatura infantil, de Teresa Colomer, revela que 62,8% de los protagonistas de los libros destinados a los niños son de género masculino y que solo un 29% de los títulos cuenta con una protagonista femenina única. Este predominio del canon masculino se extiende incluso a los personajes no humanos: hay un 73% de protagonistas varones en los títulos protagonizados por objetos domésticos, monstruos y hasta verduras. Es más, en los libros de animales parlantes, un clásico de la literatura infantil, es muy raro ver depredadores de género femenino; ellas se quedan con los pájaros, gatos o insectos… porque la ferocidad es cosa de chicos. Y es que no se trata solo de un problema de presencia, también de caracterización. Según el estudio de Colomer, el 69% de los personajes femeninos adultos que vemos en la literatura infantil se ocupan de las tareas domésticas y solo un 10,3% tiene un trabajo cualificado.
Otro estudio, titulado Roles y estereotipos de género en la literatura para niños, de Sandra Sánchez-García y Elisa Larrañaga, menciona que solo el 20% de las mujeres adultas aparece en los libros infantiles en su lugar de trabajo, frente al 48% de los hombres. Idéntica segregación sufren los personajes no humanos; y no solo en textos clásicos, como Winnie the Pooh (ocho de los nueve personajes principales son chicos, y la única dama es una madre canguro).
En uno de los álbumes ilustrados más populares de los últimos años, El día que los crayones renunciaron (Fondo de cultura económica), protagonizado por lápices de colores, solo uno es descrito con género femenino. ¿Hay que especificar cuál? Por supuesto, el rosa.
Sin sentimentalismos
Las niñas no son las únicas perjudicadas por estos clichés. Los chicos también sufren encasillamiento en roles tradicionales: los personajes masculinos tienen vetados, demasiado a menudo, sentimentalismos, tareas de cuidados o determinadas expresiones artísticas, como el baile. Un interesante estudio de E. Fernández-Artigas, X. Etxaniz y A. Rodríguez-Fernández, Imagen de la mujer en la literatura infantil y juvenil vasca contemporánea, menciona que entre los protagonistas de libros infantiles en euskera publicados el año del estudio (2013), había 21 niños y siete niñas caracterizados como “fuertes”. Entre los “débiles” había cinco niñas… y ningún chico. Conclusión: los varones débiles no merecen papeles principales.
Por suerte, hay títulos que buscan romper esa barrera, como el clásico Oliver Button es una nena (Everest), Sirenas (Kókinos) o Cuentos para niños que se atreven a ser diferentes (Aguilar), una recopilación de biografías de grandes hombres que no responden a los cánones clásicos de masculinidad. “Estamos intentando romper el estereotipo femenino, pero no el masculino, cuando las dos cosas van de la mano: los roles de género tienen que cambiar al unísono.
Y ahora mismo, en muchas ocasiones, los niños no tienen dónde mirar”, asegura la doctora Begoña Regueiro, directora del Grupo de Investigación ELLI (Educación Literaria y Literatura Infantil) en la Universidad Complutense.
Así que sí, el feminismo en los textos para niños resulta necesario. Y hemos visto mejoras, que cabalgan sobre las reivindicaciones igualitarias del momento y sobre la tendencia de realismo social, no ficción y biografías que vive la literatura infantil. Proliferan títulos como Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes, Mujeres de ciencia e incluso versiones con reversión de género de esos relatos clásicos que están ahora en la picota.
Sin embargo, la asociación cultural italiana Hamelin, especialista en tendencias literarias infantiles y colaboradora en la Feria de Bolonia, la más importante del mundo sobre literatura para niños, advierte de los peligros de esas reescrituras: “Los cuentos tradicionales proporcionan una interpretación simbólica del mundo y responden preguntas antiguas y profundas. Reescribirlos para que sean políticamente correctos solo les priva de su sentido más profundo y, por lo tanto, de su fuerza. Lo mismo puede decirse de los clásicos de la literatura infantil que hoy se consideran sexistas o racistas. Hemingway decía que Huckleberry Finn es la fuente de toda la literatura estadounidense. ¿Queremos borrarlo, junto con miles de obras maestras? ¿Acaso hay clásicos de la literatura, o incluso textos sagrados, libres de estereotipos? No matemos moscas a cañonazos”.
Razas, familias y otros retos
Y los de género no son los únicos estereotipos o tabúes que se quieren romper. “En los últimos años –dice Elena Pasoli, directora de la Feria de Bolonia–, hemos visto cómo han llegado a los títulos infantiles temas que hasta ahora no se consideraban apropiados para jóvenes lectores: política, muerte, pobreza, medio ambiente, guerra, migraciones… Y esto ha traído consigo una tendencia de corrección política que aún tiene que encontrar su equilibrio”.
Junto a esos temas “adultos”, empieza a normalizarse la “integración de lo diferente”, como lo llama Sonia Antón, editora del sello infantil MaevaYoung: otros tipos de familia o de orientación sexual y mayor presencia de personajes de otras razas, algo que sigue siendo una asignatura pendiente en la literatura infantil. No hay datos del caso español, pero en Gran Bretaña, según el estudio Reflecting Realities (2018), solo en el 4% de los títulos para niños aparecen personajes no caucásicos, cuando en ese país el 32% de los menores pertenecen a otras razas o etnias. Y, como sucede con los personajes femeninos, incluso cuando aparece la diversidad racial viene con un problema de caracterización: “Sí, vemos más personajes de color en la literatura infantil –dicen desde la asociación italiana Hamelin–, pero muy a menudo son secundarios o ayudantes de los protagonistas. Y no hay, en realidad, personajes icónicos de raza negra en la literatura, especialmente la infantil. ¿Se te ocurre alguno que no sea un ejemplo de exageración de los clichés raciales, como Jim en Huckleberry Finn o Calpurnia en Matar a un ruiseñor?”.
Nos crecen los enanos
A pesar de todo, la literatura infantil es consciente de la batalla por la igualdad de género y la diversidad. Pero los niños crecen y los textos juveniles encuentran frentes más complejos en los que luchar. En 2008, la trilogía distópica Los juegos del hambre (Salamandra), escrita por Suzanne Collins, marcó un antes y un después en la literatura para adolescentes. El personaje principal era una chica con todos los atributos del héroe en tiempos revueltos: valiente, individualista, insurrecta, cínica hasta el extremo y tan desprovista de atributos clásicos femeninos que su momento de mayor tribulación no es cuando se enfrenta a una muerte casi segura en un macabro reality show, sino cuando la obligan a ponerse un vestido e intentar seducir al público para lograr su apoyo.
Ese cambio de paradigma era necesario en un grupo de lectores (y, sobre todo, lectoras) que sigue cayendo con demasiada frecuencia en las garras de la relación tóxica disfrazada de romance pasional. Se han escrito miles de artículos sobre ciertos libros de género romantico juvenil con trasfondo de relación abusiva. “Crepúsculo, por ejemplo, demuestra que seguimos enganchados a Don Juan y Doña Inés: el héroe torturado al que salva la mujer buena y sumisa –explica Begoña Regueiro–. Y lo malo es que las adolescentes se lo creen y se van con los malotes porque están convencidas de que con mucho amor lo van a cambiar. Crepúsculo no es romántico, es enfermizo”.
Y es solo la punta de un iceberg con glaseado vampírico: Tres metros sobre el cielo, After, incluso 50 sombras de Grey (que, tras entrar subrepticiamente en los hogares de la mano de las madres, fue leída, también a escondidas, por las hijas). ¿Por qué siguen gustando? “Son historias con las que las adolescentes conectan porque el contexto cultural en el que viven las ha entrenado para pensar así –afirma la asociación Hamelin–. No podemos culpar a las chicas por no ser capaces de librarse de siglos de convenciones culturales (que es lo que están haciendo cada vez más, por otra parte). En este sentido, la industria editorial es responsable de perpetuar estos modelos”.
Ser populares
Y, teniendo en cuenta que las relaciones abusivas entre adolescentes están alcanzando niveles preocupantes (en los últimos cinco años se ha duplicado el número de agresores menores de 20 años, según los datos del Consejo General del Poder Judicial), debería preocuparnos mucho lo que leen nuestras jóvenes. “Afortunadamente, hay más opciones que antes, pero a veces hay una pátina tan bien integrada que casi no nos damos cuenta de que estamos ante los estereotipos clásicos –dice Sonia Antón–. El descubrimiento del amor y la utilización de la moda como creación de la propia identidad siempre van a estar ahí, son temas clave en la adolescencia. Lo difícil y lo importante es descubrir esa capa invisible e intentar contar muchas más cosas y de otra forma. Cuando todas las tramas adolescentes o preadolescentes vienen marcadas por el estereotipo del “ser popular o no”, por ejemplo, estamos subrayando un prejuicio y, aunque se critique, lo alimentamos”.
Por suerte, como dice Antón, hay más opciones. La colección de novela gráfica de MaevaYoung es un buen ejemplo de ese cambio, con títulos protagonizados por chicas preadolescentes preocupadas por el deporte, la evolución de su amistades infantiles o la preservación de la identidad contra la presión de grupo. “En general, en las obras recientes vemos una mayor preocupación por plasmar la diversidad humana en todas sus formas (cultural, religiosa, sexual, identitaria, de género, etc.) y acercarse a la realidad de los adolescentes en la actualidad –aseguran desde El templo de las mil puertas–. Es algo que responde al movimiento #ownvoices, que ha dado paso a autores de literatura juvenil que hasta ahora tenían casi vetado el acceso a este público y que quieren contar sus historias”.
Esta mayor diversidad camina al unísono con dos cambios sociales: primero, los adolescentes se han convertido en un potente grupo de consumo cultural alimentado por el fenómeno fan que amplifican las redes e incluso las plataformas audiovisuales (solo hay que ver el éxito de Por trece razones o A todos los chicos de los que me enamoré, ambas adaptaciones de novelas juveniles, (en Netflix); y segundo, se alimentan de las recomendaciones que les llegan de su propio grupo generacional, a través de esas redes o de influencers literarios como los booktubers.
Pasarse de vueltas
Pero la literatura es un juguete delicado, que rechina cuando tiene que rendirse a demasiadas presiones exteriores. Y en este caso, la corrección política es un arma de doble filo. “Parece que al niño ahora haya que hacerle “estudiar” feminismo, en lugar de contarle cuentos en los que una niña es la heroína en una historia fantástica (sin lección ni moraleja) –explica Alice Incontrada–. En muchos casos se deja atrás la esencia del libro infantil (que es, para nosotros, aprender a imaginar, divertirse, conocer nuevos mundos, fantasear, soñar) para primar la función pedagógica o “concienciadora”. Estamos viendo un montón de libros en esa dirección que para las niñas y los niños son más bien… aburridos”.
Se ha hablado mucho de la generalización de los sensitivity readers en las editoriales: se trata de lectores pertenecientes a un grupo de población específico que hacen una lectura crítica de los textos que puedan resultar ofensivos para ese sector. Así, si un autor escribe, por ejemplo, una novela protagonizada por un adolescente adoptado, una niña musulmana, o una persona transexual, contratará a un lector que lo sea para que le ayude detectar estereotipos o interpretaciones erróneas de las características de ese grupo y sugerir cambios al autor. Los profesionales tienen opiniones encontradas sobre estos profesionales. “¿Quién mide la sensibilidad del lector de sensibilidad? –se pregunta la asociación Hamelin–. El riesgo de utilizarlos es que puede resultar en la trivialización y en la creación de estereotipos a la inversa, algo que no haría ningún bien a los jóvenes lectores, a la literatura o a nuestra capacidad para construir una visión compleja de la realidad”.
Dos ejemplos pueden ayudarnos a ver la complejidad del problema. En 2010, la editorial Hachette “actualizó” las novelas de Los Cinco, de Enid Blyton, eliminando gran parte de los contenidos sexistas, clasistas o racistas del texto original. En 2016, la editorial declaró que las ventas del nuevo texto habían sido un fracaso y que volvían al original: las aventuras de Julián, Jorge, Dick y Ana habían perdido todo el sabor cuando se permitió que la corrección política se sentara al volante. Más curioso aún es el caso de Manolito Gafotas, la popular serie de novelas de Elvira Lindo, que en su traducción al inglés modificó sobrenombres ofensivos (Susana Bragas Sucias, el Imbécil, Yihad) y eliminó las alusiones a la obesidad infantil, al consumo de alcohol, a las collejas maternas y hasta al hecho de que Manolito compartiera cama con su abuelo. Sí, son detalles que pueden crear incomodidad, pero ¿acaso no reside el encanto de Manolito, precisamente, en su incorrección?
Lo mismo podría decirse de los libros de Roald Dahl, donde a menudo el adulto es el enemigo a vencer, o de personajes como Pippi Calzaslargas. “Precisamente, decidimos publicar Pippi Calzaslargas porque representaba lo que pretendemos en los libros infantiles –afirma Alice Incontrada–: diversión, gamberrismo, humor dirigido a los niños (que a veces el adulto no entiende), y muchísima fantasía. Pippi es puro feminismo, sin querer ser ejemplarizante ni moralizante. Eso es lo que nos gusta”.
Y esa es la conclusión a la que podemos llegar: la integración del mensaje –feminista, diverso, inclusivo– en un texto literario es algo que hay que hacer desde el amor a la literatura y el respeto a los lectores, por jóvenes que sean. Los títulos “instrumentales”, que sirven a un propósito extraliterario, no calan entre el público cuando incumplen el objetivo principal de cualquier libro: contar una historia fascinante.
En defensa de Caperucita
¿Tenemos que jubilar los cuentos tradicionales, plagados de estereotipos sexistas y princesas a la espera de salvador? Ni mucho menos, según Begoña Regueiro: “Esos cuentos transmiten cosas muy importantes. Y no solo porque sean relatos que entienden muy bien, con malos y buenos muy definidos y una historia sencilla, sino porque muchos de sus mensajes siguen siendo válidos. Pensemos en Caperucita: mientras siga habiendo secuestros y violaciones, el mensaje “Ten cuidado con los desconocidos, aunque parezcan amistosos”, será válido”.
Pero las razones pedagógicas no son las más importantes. Los cuentos de hadas están pensados para calmar las ansiedades infantiles, sobre todo la de verse separados de sus padres; por eso en esos relatos las madres mueren o los niños se pierden en el bosque. “Pero los protagonistas siempre superan las dificultades y triunfan. Eso transmite a los niños tranquilidad; les dice que, aunque en la vida encuentren obstáculos, podrán con ellos. Incluso el hecho de que muchos cuentos terminen en boda es significativo: quiere transmitirles la idea de que, aunque sus padres no estén con ellos cuando sean adultos, encontrarán otras relaciones firmes y significativas, y no estarán solos”.
La experta puntualiza que hay que tener perspectiva: “Son historias que tienen miles de años, algunas proceden del antiguo Egipto. Y la mayoría llegan en versiones del siglo XIX, empapadas de la ideología de quienes recopilaron las versiones orales, Perrault o los Grimm; o, peor aún, de Disney”.
Lecturas recomendadas:
- Coraline. Neil Gaiman (Salamandra).
- Sobre patines. Victoria Jamieson (MaevaYoung).
- Tipos duros: también tienen sentimientos. Keith Negley (Impedimenta).
- Las cosas que le gustan a Fran. Berta Piñán, Antonia Santolaya (Hotel papel).
- Irene la valiente. William Steig (Blackie Little).
- La historia de los bonobos con gafas. Adela Turin (Kalandraka).
- Supersorda. Cece Bell (MaevaYoung),
- Cuentos para niños que se atreven a ser diferentes (Aguilar).
- Pippi Calzaslargas. Astrid Lindgren (Blackie Little).
- Matilda. Roald Dahl (Aguilar).
- Cuentos de buenas noches para niñas rebeldes. Elena Favilli y Francesca Cavallo (Destino Infantil).
- El odio que das. Angie Thomas (Gran travesía).
- El galáctico, pirático y alienígena viaje de mi padre. Neil Gaiman (Roca).
- La mitad de Juan. Gemma Lienas (La Galera).
- Yo voy conmigo. Raquel Díaz Reguera (Thule).
- Bonitas. Stacy MCAnulty, Joanne Lew-Vriethoff (Astronave).
- Daniela Pirata. Susanna Isern & Gómez (Nubeocho).
- Pequeños hombres libres, Un sombrero de cielo, La corona de hielo y Me vestiré de medianoche. Terry Pratchet (Fanctasy).
- Simón. Juliet Pomés (Tusquets) Leila. Miriam Hatibi (Timun Mas).
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