La primera boda que se celebró en Meirás no fue de ningún miembro de la familia Franco. Fue en 1910 y la prensa aún no lo llamaba pazo, sino Las Torres de Meirás. Sus dueños, los condes de Bazán, preferían referirse a esa casa de veraneo como La Granja. En 1868 se había casado en la capilla la hija de los nobles, la que acabaría siendo la escritora más relevante de su tiempo: Emilia Pardo Bazán, pero ese no era el pazo, granja o torre que hoy conocemos. El actual, ayudó a idearlo y construirlo la propia autora, que lo convirtió en un lugar muy conocido por las fiestas que allí organizaba.
Una de las más sonadas fue aquella primera boda, la de Blanca Quiroga, nieta de la entonces condesa, Amalia María de la Rúa-Figueroa y Somoza, e hija mediana de la escritora, que tenía un vástago mayor y una más pequeña, Jaime y Carmen . El prometido era el oficial José Cavalcanti. Tanto él como Blanca eran unos novios algo mayores para los tiempos: basta echar un vistazo al censo de aquel año para ver que la media de edad de las mujeres que se casaron en España en 1910 era de 25 años y de casi 28 para los hombres. Blanca tenía 31, José 39.
Como recoge Isabel Burdiel en la biografía dedicada a Doña Emilia, el yerno era muy del gusto de la escritora: “No me extraña que Blanca esté tan ilusionada, porque el muchacho vale un Perú”, le escribió a su amiga Blanca de los Ríos sobre un coronel apodado el “héroe de Taxdirt” por su labor en las operaciones coloniales españolas en Marruecos. Los halagos al hijo político no se quedaban ahí. “Él dice que yo no soy su suegra, sino su suegro, a lo sumo”, decía con evidente satisfacción sobre un hombre que encajaba perfectamente su corrosivo y directo sentido del humor. “Cállate Pepe, que tú sólo eres un héroe”, le replicaba en tono de chanza, como le siguió contando a su amiga Blanca, escritora como ella y crítica literaria, con quien mantuvo la correspondencia más larga –27 años– que se conserva en España entre dos mujeres.
Más que una boda
Aprobado el novio, quedaba organizar la ceremonia, algo que Doña Emilia no esquivaba, pues sabía que un evento de ese tipo era más que una fiesta. Como recuerda la profesora Patricia Carballal Miñán de la Universidad de A Coruña en un artículo sobre el homenaje que en 1883 se hizo en Meirás a José Zorrilla, ni las veladas poéticas eran sobrias en casa de Doña Emilia. De hecho, las crónicas de aquella fiesta que recopila la investigadora recrean un ambiente más parecido al de una boda. Así describían a la dueña del lugar: “La condesa estaba radiante de esplendor y de belleza; vestía traje de raso color fresa y nutria con encajes de Inglaterra, valiosas joyas de diamante y perlas y ceñía su artístico cuello una sarta de perlas magníficas”. Y así a su hija y organizadora: “Emilia –la autora de Un viaje de novios y de La cuestión palpitante– ostentaba el traje más encantador que puede soñar un artista: falda de raso y moaré blanco; sobrefaldas de encajes costosísimos de Bruselas; cuerpo de terciopelo amaranto con encajes también de Flandes y deslumbradores broches de brillantes”.
Piedras preciosas tampoco faltaron en la boda de Blanca.“La desposada vestía traje de raso blanco cubierto de gasa y encajes y un antiguo ramo de azahar prendido con brillantes”, se lee en la crónica de La Vanguardia. Esa celebración, como todas las demás, la convirtió la madre de la novia en una exhibición de poderío económico y patrimonial, que incluía un legendario collar de siete hilos y 629 perlas cuyo paradero se desconoce. Era una de las piezas favoritas de la condesa madre, y aunque hay quien cree que podría ser parte de las propiedades que se quedaron los Franco, otras fuentes aseguran que finalmente se cumplió el deseo de su dueña y las cuentas de la joya se repartieron entre sus herederos.
Pardo Bazán, relaciones públicas
Lo que tampoco faltaron fueron periodistas. En todos los artículos encontrados sobre el enlace, los cronistas destacan el buen trato y las facilidades ofrecidas a la prensa. Como recordaba Carballal sobre la fiesta de Zorrilla, esa tarea de relaciones públicas que tan bien desempeñaba Pardo Bazán obedecía a una necesidad de refrendar un estatus, el de la aristocracia de la que formaba parte.
Consciente del tirón legitimador que para la nobleza tenían fiestas y bodas, la periodista que fue Pardo Bazán siempre abrió las puertas de su casa para exhibir costumbres, riquezas y vestidos
Doña Emilia, que tenía 23 años cuando el Borbón Alfonso XII recuperó el trono de España. Y como recuerda el historiador Antonio Manuel Moral Roncal, aquel regreso supuso un tiempo de bonanza para los suyos: ”A comienzos del siglo XX, se mantenía vigente el sistema de la Restauración Canovista, donde la nobleza mantenía su lugar preeminente en la estructura social del país”. De hecho, en el periodo comprendido entre 1874 y 1931, se dieron 214 títulos de marqués, 167 de conde, 30 de vizconde y 28 de barón. Entre ellos, el que le dio el monarca al yerno de la escritora, marqués de Cavalcanti. También habla el profesor del enorme “atractivo que su cultura y estilo de vida ejerció sobre las restantes clases sociales". Muy consciente de ese tirón legitimador, la periodista que fue Pardo Bazán, siempre abrió las puertas de su casa para exhibir costumbres, riquezas y vestidos.
Es lo que hizo con la boda de su hija, donde no dejó nada al azar. Ni siquiera el sacerdote, pues la ceremonia la ofició Antolín López Peláez, obispo de Jaca y el religioso que dio la cara por la escritora cuando publicó el cuentoLa sed de Cristo y desató una polémica. En esas páginas, publicadas en El Imparcial de Semana Santa en 1895, la devota que era Doña Emilia no dudó en escribir un relato en el que define a María Magdalena ante la cruz de Jesús como “una idiota de dolor”. El texto formó parte de sus "cuentos sacroprofanos", con los que puso de manifiesto la hipocresía y la intransigencia de un sector importante del catolicismo español. El obispo, en contra de la opinión mayoritaria, salió en su defensa, algo que chocó especialmente por ser una mujer la que se atrevía a ponerle pegas a una institución de la que ella misma formaba parte.
Noble y feminista
Muchos de los ataques por ese cuento –como los que tuvo que aguantar cuando solicitó una silla en la Real Academia de la Lengua Española y Juan Varela llegó a decir que no se la daban porque a Doña Emilia no le cabría el culo– los recibió por ser mujer. Su lucha en ese sentido fue feroz y fueran del calibre que fueran los insultos, estaba convencida de que una mujer no debía esconder sus talentos y exigir lo que considerara justo. Como indica Purbiel en su biografía, Doña Emilia creía que “la humildad y la modestia en las mujeres conscientes de sus méritos no eran una virtud sino una forma de sumisión a los estereotipos más asentados sobre la feminidad respetable”.
Esa "feminidad respetable" fue uno de sus caballos de batalla: "La mujer en España sigue reducida a aquellas KKK tradicionales: Kinder Küche y Kirche. Niños, cocina e iglesia", escribió una señora para quien “la educación actual de la mujer no puede llamarse tal educación, sino doma, pues se propone por fin la obediencia, la pasividad y la sumisión”. ¿Qué habría dicho de haber visto ocupada su Granja por Francisco Franco, el hombre que auspició la Sección Femenina y un modelo de mujer que Pardo Bazán aborrecía?
Ni lo vio ni lo conoció aunque compartió con él haber casado tras esas paredes a un ser querido. Ella murió en mayo de 1921, por lo que no vio cómo su hija Blanca, la que casó en la granja que ella misma imaginó, construyó y amplió, y su nuera Manuela Esteban Collantes firmaban los papeles de venta de la casa a las autoridades franquistas para que éstas pudieran regalárselas a Franco. Desde ese momento, una pedida de mano –la de Luis Alfonso de Borbón a Margarita Vargas en 2004– y cuatro bodas familiares se celebraron allí: la de su nieta favorita, Merry Martínez-Bordiú con Jimmy Giménez-Arnau en 1977; la de su sexta nieta Arancha Martínez-Bordiú Franco con Claudio Quiroga Ferro en 1996; la de su bisnieto Jaime Ardid Martínez-Bordiú con Carmen Panadero Reyes en 2004 y la de Leticia Giménez Arnau, también bisnieta del dictador, con el empresario salvadoreño Marcos Sagrera Palomo.
De las puertas abiertas a la exclusiva
Ese último enlace tuvo lugar en 2008, pocos días antes de que la Xunta de Galicia iniciara el expediente para convertir el recinto en Bien de Interés Cultural, primer paso para quitarle Meirás a la familia Franco. El día de la boda, un 8 de agosto, una comparsa de la Comisión por la Recuperación de la Memoria Histórica de A Coruña simulaba otra fiesta nupcial con gente disfrazada que incluía a un manifestante caracterizado como el bisabuelo de la novia. Pedían a la familia que devolvieran la casa. Dentro, 300 personas, incluidos los novios, celebraban la unión de los jóvenes con las puertas cerradas a cal y canto y los jardines llenos de carpas para evitar ser vistos. Nada que ver con las fiestas de Pardo Bazán.
Tampoco con la que organizaron los padres de Leticia Giménez-Arnau, donde se coló Hola previo pago de un millón de pesetas por la que fue la primera exclusiva de una boda en España y donde según contó la hermana del dictador, Pilar Franco, los invitados bebían y fumaban marihuana sin control. Sin embargo, aquel enlace de 1977, ya fue un retroceso en cuanto a exhibicionismo y quedó muy lejos en relevancia social y mediática con la que había tenido lugar sólo cinco años en la misma familia: la de Carmen Martínez-Bordiú con Alfonso de Borbón, con Franco como padrino y celebrada en El Pardo.
Las razones de que su boda tuviera menos brillo las resumió así Giménez-Arnau en La vida jugada (Arzalia Ediciones, 2020): "El mundo social, ensombrecido y omnipotente, se iba apartando de los Franco parara intentar hacer sus maniobras en el nuevo universo que estaba creando la incipiente democracia. Las falsas alabanzas habían elegido nuevos derroteros y no valía la pena apostar por un clan en pleno proceso de derribo”.
Al derrumbe al que hace referencia Giménez-Arnau, contribuyó el dictamen de la jueza Marta Canales, que en 2019 consideró "fraudulenta" y "simulada" aquella venta que puso en manos del dictador la casa de Pardo Bazán y ordenó la devolución de la finca al Estado. De ese modo, la legitimidad que tan bien buscó y encontró Emilia Pardo Bazán con bodas y actos sociales, quedaba vetada para los Franco del siglo XXI. Al menos en Meirás.
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