Leos Carax ha inaugurado la 74ª edición del Festival de Cannes con la última de sus creaciones: el drama musical Annette. El filme, protagonizado por Adam Driver y Marion Cotillard, parece haberse ganado el favor unánime de la crítica. Sin embargo, casi todas las reseñas publicadas hasta el momento adjetivan la nueva obra de Leos Carax de forma enormemente ambigua: extraña, rara, bizarra, inquietante, loca, siniestra, excesiva, desequilibrada. En realidad, nada nuevo bajo el sol: con Carax siempre ha sido así.
Más cercanas a la poesía y a las artes plásticas que a la narrativa clásica, las películas de este cineasta francés ocupan ya, por derecho propio, una posición privilegiada entre los mejores films europeos de los últimos 50 años. Único e inclasificable, todo el cine de Carax –exceptuando, quizá, su película inmediatamente anterior, Holy Motors (2012), una reflexión sobre el propio cine que precisamente por ello obviaremos en este artículo– sitúa en su punto de partida emocionantes y desoladoras historias de amor. Un amor alocado, pasional, espinoso y profundamente hiriente.
Deseosos de disfrutar Annette en las salas comerciales, repasamos, a modo de aperitivo, esa visión profundamente desesperada de las relaciones amorosas en la obra de uno de los cineastas más subversivos e interesantes del cine actual.
Chico conoce a chica (1984)
Con apenas 24 años, Carax se sacó de la manga una película pequeñita e independiente, muy personal e innovadora, rodada en un delicioso blanco y negro y con la que obtendría el Premio de la Juventud en el Festival de Cannes, así como una nominación a los Premios César a la Mejor Ópera Prima.
Heredera directa de la Nouvelle Vague francesa en su apuesta por la experimentación y el vanguardismo, Chico conoce a chica cuenta la historia de Álex (alterego del propio Carax), un joven de 23 años que ha sido abandonado por su compañera Florence. Una noche, en una fiesta, el chico (interpretado por un excelente Denis Lavant) conocerá a Mireille, una joven de su misma edad cuya pareja ha huido con otra mujer. Una nueva puerta se abrirá entonces para ambos.
Angustiosa y desoladora, aunque también hermosa y cargada de un humor tan surrealista como físico (Carax da muestra aquí, por primera vez, de su profunda admiración por el maestro Chaplin), Chico conoce a chica es un tenebroso melodrama sobre la dificultad de la comunicación humana protagonizado por dos corazones rotos que, en su encuentro, intentarán recuperarse cosiéndose mutuamente las heridas.
Mala sangre (1986)
En los años en los que el SIDA golpeaba duramente, Leos Carax filmó este drama de ciencia ficción en clave alegórica en la que un grupo de cuatro personas buscan robar, con el fin de conseguir dinero, el único suero contra una nueva enfermedad mortal que ataca a aquellos que “hacen el amor sin amor”.
De nuevo protagonizada por Denis Lavant, quien en esta ocasión comparte plantel con Juliette Binoche (pareja de Carax entre el 86 y el 91), Mala Sangre continúa transitando la senda que el cineasta había abierto en su primer film (homenajeando, además de al Chaplin de Candilejas, al Godard de Al final de la escapada, Pierrot el loco o Banda aparte), pero sustituyendo en este caso aquel poético y austero blanco y negro por un uso expresivo de los colores primarios.
El punto de partida de Mala Sangre, fusión de thriller gansteril y ciencia ficción, terminará siendo para Carax una mera excusa: lo que de verdad le interesa el cineasta, una vez más, es hablar de la búsqueda de ese “amor puro” imposible, tantas veces derribado por una pasión no correspondida que lleva, finalmente, a la destrucción de los amantes.
Los amantes del Pont-Neuf (1991)
Probablemente, el film más redondo de Carax hasta la fecha. También, el que hundió su carrera como cineasta a causa de un desastre económico de proporciones bíblicas. Y es que durante el rodaje de la película, que tiene lugar mayoritariamente en el famoso Pont Neuf de París, hubo numerosos problemas presupuestarios debido a la dificultad para conseguir permisos municipales. Finalmente, Carax hizo construir una réplica del puente en un publecito de Lamargue. Los precios, evidentemente, se dispararon.
Los amantes del Pont-Neuf narra la peligrosa y tierna historia de amor al límite entre dos excluidos sociales que viven en la miseria y la mendicidad. Alex (de nuevo Denis Lavant), antiguo actor circense adicto a los sedantes y al alcohol, y Michele (otra vez Juliette Binoche), pintora que sufre de una ceguera progresiva, son dos sin techo solitarios que viven en un ruinoso Pont-Neuf, cerrado al tráfico por obras.
Entre ellos se desarrollará una relación de amor sincero y apasionado, reforzado por la enorme belleza visual y sonora que destila la película –con esos largos travellings y ese hermoso uso lírico de las luces–, pero también dependiente, posesivo y terriblemente tóxico.
Pola-X (1999)
Ocho años después de Los amantes del Pont-Neuf, la película que parecía haber terminado con su carrera, Leos Carax regresaba a la gran pantalla con esta adaptación de la novela Pierre o las ambigüedades, del escritor norteamericano Herman Melville.
Inscrito en la llamada New French Extremity (corriente de cine francés contemporáneo que pone sobre la mesa el sexo y la violencia de manera explícita) y considerado por Jacques Rivette, el aclamado director de la Nouvelle Vague francesa, como uno de los mejores films de los años 90, el cuarto largometraje de Leos Carax resulta tan espeluznante como bello, y como siempre más cercano a los lenguajes de la poesía, la música y la pintura que al propio de la narración clásica.
Protagonizada por los jóvenes Guillaume Depardieu (hijo de Gérard Depardieu) y Yekaterina Golubeva, ambos fallecidos a la temprana edad de 37 y 45 años respectivamente, Pola X narra, de nuevo, el descenso a los infiernos de un amor pasional y enfermizo a través de la óptica existencial y profundamente pesimista a la que nos tiene acostumbrados su director. Un joven escritor burgués, de nombre Pierre, conoce a una mendiga (de nuevo, la figura del vagabundo que tanto interesa a Carax) junto a la que terminará precipitándose inevitablemente hacia la tragedia.
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