La tragedia de los herederos del inventor del Tetra Pak: otra manera de contar un escándalo

Seguramente, el 7 de mayo de 2012, Eva Rausing, multimillonaria y heroinómana, murió de un fallo cardiaco en su mansión de 70 millones de libras en el barrio londinense de Chelsea. Eso concluyó la autopsia, porque en realidad su cuerpo no fue hallado hasta dos meses más tarde, el 9 de julio, cuando la policía detuvo a su marido, Hans, por “conducción errática”, sospechó de su estado y fue a hacer un registro a su casa. El salón y las dependencias del piso de abajo, donde aún trabajaba el servicio, estaban impolutos, pero el dormitorio de la pareja parecía, según los propios agentes, “una vivienda de okupas”. Flotaba un olor putrefacto. Había una lona y varios televisores sobre la cama. Bajo la lona, mantas y edredones con polvos blancos desodorantes. Los agentes fueron levantando capas hasta que vieron un mechón de pelo rubio. Ahí estaba, en efecto, el cadáver de Eva, que su marido había mantenido oculto durante dos meses.

Para entonces, los cuatro hijos de la pareja ya llevaban cinco años viviendo con su tía, la hermana de Hans, la antropóloga y escritora Sigrid Rausing, que es dueña y directora de la revista literaria Granta.

Los Rausing son nietos del fundador de Ruben Rausing, el inventor del Tetra brick y, aunque en la actualidad son sus primos quienes controlan la mayor parte de la empresa Tetra Pak, fue su padre quien hizo crecer la empresa hasta convertirla en la mayor compañía de envasado del mundo y han vivido siempre con niveles de riqueza difíciles de imaginar. Hasta ahora el desgraciado relato de los Rausing se había contado sobre todo en titulares del Daily Mail (“la trágica historia de la heredera de Tetra Pak”, “Cuerpo de milmillonaria hallado en Belgravia”) pero Sigrid, que ya había publicado un libro sobre el año que pasó viviendo en una granja descolectivizada en la Estonia postsoviética, pensó que ese material merecía un relato más digno que tuviera en cuenta el sufrimiento de los implicados, empezando por el suyo. Sin atreverse a decírselo a su hermano –quien, desde entonces se ha rehabilitado en la alta sociedad británica, se ha vuelto a casar con la hermana pequeña de Isabella Blow y le ha comprado otra mansión en Chelsea a Roman Abramovich–, empezó a escribir Maelstrom (Literatura Random House), unas memorias de los peores años de adicción de su hermano y también una exploración de la culpa asociada al estatus. “Me siento culpable por el dinero, culpable por los privilegios, culpable por Hans, culpable por los niños”, reconoce Rausing, que ha sufrido graves depresiones a lo largo de su vida.

Los problemas de su familia no eran los de las demás familias. De niña, Sigrid vivía temiendo que la secuestrasen. La policía danesa descubrió un complot terrorista, de un grupo afiliado al Frente Popular para la Liberación de Palestina, para raptar a uno de sus primos. Iban a meter al niño en una jaula y arrojarla al mar si la policía los alcanzaba. Su abuelo Ruben, fundador de Tetra Pak, se fue a vivir a Roma a principios de los 70 y tras el secuestro de un vecino por lo Brigadas Rojas, se refugió en Lausana. “¿En cuántas ocasiones nos reunimos con empleados de seguridad para barajar hipótesis de secuestro?, ¿cuántas veces tuvimos que ensayar y memorizar secuencias de llamadas telefónicas e imaginar las negociaciones?”, recuerda.

Otras aflicciones eran más comunes: un padre volcado en el trabajo, una madre algo distante. Rausing no los culpa, sin embargo, de lo que sucedió con su hermano, que probó por primera vez la heroína de viaje por Goa a principios de los 80. Su cuñada Eva, hija de un inglés y una estadounidense y criada en Hong Kong, se había enganchado a las drogas siendo aún más joven. Ambos pasaron por varias clínicas de desintoxicación y de hecho se conocieron en un programa de rehabilitación. Sigrid recuerda bien cuando la conoció: “Eva, con un traje rosa de Chanel, estaba apoyada en el respaldo del sofá de la biblioteca; rubia, delgada y un tanto reservada. Se la veía al mismo tiempo joven y mayor, convencional y rebelde, arreglada y desaliñada”. Resultó que los futuros consuegros ya se conocían: habían coincidido en el grupo de apoyo para familias de adictos del barrio de Chelsea.

Las páginas más duras llegan cuando la autora recuerda el juicio por el que consiguió la custodia de sus cuatro sobrinos. Cómo su cuñada trató de desacreditarla diciendo que ella bebía y sufría depresión y acusando a su marido de encubrir su homosexualidad –el tribunal desestimó este punto por homófobo– y las tristísimas visitas, cada vez menos frecuentes, que hacían los padres a sus niños. “Si hubieran estado sobrios habrían acudido al juicio llevando juguetes y ropa. Si hubieran estado sobrios se habrían alojado en un hotel cercano; habrían ido al colegio a hablar con la directo y los maestros (…) No hicieron nada de eso. Aun así, la culpa me corroe, como un murmullo de náuseas”.

La muerte de su cuñada no la sorprendió. Llevaba un marcapasos y ella misma decía a menudo, en los desquiciados correos electrónicos que le escribía, que moriría así. Lo que no esperaba, claro, era todo aquel sórdido episodio y los reporteros que llegaron hasta su casa de verano en una isla sueca. No sólo la prensa sensacionalista se ocupó del caso, que tuvo un extrañísimo epílogo cuando un periodista sueco, Gunnar Wall, publicó que Eva se había puesto en contacto con él para decirle que tenía pruebas de que su suegro, Hans Rausing, estaba detrás del asesinato de Olof Palme y que su motivación era evitar que colectivizase la empresa familiar. The Timessacó el tema en portada a pesar de las contradicciones del relato y de que Eva habló con el periodista cuando estaba ya muy afectada por sus adicciones. Mientras, el Daily Mail se asombra de la “increíble resurrección social” de Hans Kristian,que acude a Ascot de la mano de su nueva mujer. En septiembre, el tabloide se hizo eco de la boda de Lucy, una de las hijas de Hans Kristian, “en la finca familiar de 12 millones de libras” –en estos artículos los números son importantes: siempre aparece la edad de los protagonistas y el precio de sus casas–. En una de las fotos se adivina a Sigrid, con gafas y un foulard, como sorprendida aún de pertenecer a ese mundo.

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