Íntima del rey Juan Carlos, bisexual y modelo a los 86 años: la vida de película de Marina Cicogna, nieta del fundador del Festival de Venecia

"Pronto?"

Marina Cicogna (Roma, 1934) contesta personalmente el teléfono. Habla inglés con fuerte acento italiano y arranca todas sus respuestas con un “Bueno, ya sabes”. A veces, a la aristócrata, escritora, fotógrafa y productora de cine se le escapa una risa pícara. Por ejemplo, cuando le pregunto por su buen amigo el rey Juan Carlos. “Jugábamos de niños en Lausana. Su primo Alfonso, que después se casó con Carmen [Martínez-Bordiú], fue mi primer novio. Adoro la compañía de don Juan Carlos, es muy espontáneo y animado. La gente así puede puede parecer desenfadada, pero es un hombre muy serio. Hoy, la prensa supone un gran problema. Les encanta destruir la reputación de la gente conocida. Le admiro, ha hecho muchas cosas bien y le considero extremadamente inteligente. Pero: nadie es perfecto”.

Como muchas familias de la aristocracia y la realeza europeas, Cicogna pasó parte de su infancia Royal en Lausana, Suiza, para escapar de la II Guerra Mundial. Fue entonces cuando intimó con el monarca. En 2016 la condesa vino a España a la fiesta de Vanity Fair con Reinaldo y Carolina Herrera . Esa noche nos contó que había almorzado en Casa Lucio con don Juan Carlos. Los medios se percataron de la presencia en Madrid de esta enigmática mujer rubia de ojos verdes, elegantísima, y especularon con que se trataba de una “amiga entrañable”. Pero Marina Cicogna comparte su vida desde hace años con Benedetta, a quien ha adoptado como su hija por motivos financieros. Durante dos décadas fue pareja de la actriz brasileña Florinda Bolkan. También ha vivido romances con los actores Alain Delon, George Hamilton o Warren Beatty. “Siempre he creído que lo que pasa en tu cama es asunto tuyo”, confesó en 2009 a su buen amigo, el periodista James Reginato.

Asegura que nació predestinada para dedicarse al cine. Su abuelo, el conde Giuseppe Volpi, fundó el Festival de Cine de Venecia. “En 1932 era el presidente de la Bienal y veía a los actores de Hollywood que viajaban a Venecia, se alojaban en el Lido, iban a fiestas en el Movie Palace. Pensó que quizá sería interesante mostrar esa nueva manifestación artística: el cine. Puso una pantalla donde está ahora la piscina del Hotel Excelsior. Así nació el primer festival de la historia”, me cuenta desde la isla de Ischia, en el archipiélago napolitano, donde disfruta del certamen de la ciudad y despacha asuntos rela- cionados con la industria. Coproductora de títulos como Belle de Jour , de Luis Buñuel (1967) ; Érase una vez en América, de Sergio Leone (1984) ; o Hermano sol, hermana luna, de Franco Zeffirelli (1972) ; la condesa es una figura muy respetada en el sector.

¿Recuerda el primer filme que vio?
Bueno, ya sabes, es una pregunta muy complicada… Lo que el viento se llevó o Lloyds de Londres, en la que me enamoré de Tyrone Power. Mi favorita es Con faldas y a lo loco. Billy Wilder es el mejor director de cine. De joven, en California, cuando estaba triste, veía Con faldas y a lo loco y enseguida me sentía mejor.

Si su vida fuese una película, ¿cómo se titularía?
[Risas]. Ya sabes… Nunca he pensado en ello. Supongo que algo así como Día a día. O Lo que el viento se llevó. Es broma.

La condesa nació un 29 de mayo en el Palazzo Volpi en la Vía del Quirinal de Roma. Pronto sus padres —el banquero y aristócrata Giuseppe Cicogna y la condesaAnna Volpi di Misurata Cicogna Mozzoni— se trasladaron a Milán, donde Marina convencía a su institutriz para saltarse las clases e ir al cine desde por la mañana. “Veíamos hasta cuatro películas al día”. Cuando sus padres se separaron, la pequeña Marina empezó a pasar los veranos en Venecia con su madre y su abuelo. El conde Volpi, que era uno de los hombres más ricos de Italia, había levantado compañías eléctricas y ferroviarias e impulsado el Puerto de Marghera. También fue el primer gobernador de Libia “y logró la paz con los turcos”, recuerda. A su regreso a la metrópoli, fue nombrado ministro de Finanzas y del Tesoro. Cuando Marina tenía dos años, organizó el Festival de Cine de Venecia, donde había comprado en 1925 un palacio del siglo XVI que mandó decorar con frescos que reproducían las victorias del Ejército italiano en Libia. “Hoy es muy recordado por la Copa Volpi, pero hizo otras muchas cosas importantes por Venecia e Italia. Fue un hombre fascinante. Amasó una fortuna. Yo no he heredado sus talentos, especialmente con el dinero…”

El conde Volpi murió cuando ella tenía 13 años, pero Marina continuó ligada a Venecia y al cine. Un año después, recibió una visita muy especial: David O. Selznick, el productor de Lo que el viento se llevó, su mujer —la actriz Jennifer Jones— y sus hijos viajaron a la Mostra. “David le ofreció a mi madre adop- tarme, ella lo encontró divertido. Para mí fue como un padre, quizá el que siempre quise tener”, confiesa. Selznick le reveló su vocación. “Gracias a él tuve claro que quería dedicarme a mi pasión, las películas”. Pero el encuentro que cambiaría definitivamente su vida se produjo en 1951, cuando se matriculó en la Universidad Sarah Lawrence en Bronxville, Nueva York. Allí entabló amistad con Barbara, la hija de Jack Warner, el magnate de Hollywood. Los Warner la invitaron a pasar unos días en Pascua que se convirtieron en meses. Allí alternaba con Montgomery Clift o Marlon Brando... “No tenía ningún interés en volver a Bronxville”, admite.

Finalmente, decidió estudiar Fotografía en Columbia y volvió a Nueva York. “Monty Clift se convirtió en un buen amigo. También Rock Hudson, a quien conocía de Venecia”, rememora. “Los dos tenían el mismo problema: su homosexualidad. En aquel momento eso podía destruir su carrera. Monty era un ser atormentado, el mejor actor de su generación (incluido, en mi opinión, Brando) . Rock era el hombre más dulce”, me dice. “Incluso hoy, salir del armario limita los papeles a los que puedes aspirar. Bien lo sabe mi talentoso amigo Rupert Everett”.

¿Qué opina del movimiento #MeToo?
No soy muy fan de los movimientos, aunque entiendo que pueden ser necesarios e importantes. En este asunto particular es dudoso. Las mujeres se merecen ganar de acuerdo con su trabajo, igual que los hombres. Pero me temo que en ciertos estamentos pueden surgir temores a contratar a una mujer. Si un hombre le hace un cumplido o le toca el culo sin querer en el ascensor… Los hombres brutales y acosadores como Weinstein deberían ser castigados, pero en el show business ciertos hábitos existen desde hace mucho tiempo, desde que las mujeres aspiran a un empleo. Deberían, dentro de lo posible, ser más valientes y denunciar todas las ofensas de las que sean víctimas.

En la década de los sesenta volvió a Italia. Su madre invirtió parte de su fortuna en una distribuidora. “Lo hizo porque yo esaba metida en lo de las películas. Empecé a comprar filmes, se me daba bien, como Belle de Jour, que ganó el Festival de Venecia en 1967, y algunos otros que dieron dinero, por ejemplo Helga (1967) , que hizo mucho dinero [y por primera vez mostraba un parto en la gran pantalla; para publicitarlo, Cicogna mandó ambulancias a la puerta del estreno para los desmayos]. Pero yo estaba más cerca de ser… En aquella época me encantaba la pintura, la escultura, tomar fotografías. Soy una persona muy visual. El gran temor de mi vida es perder la vista. Mirar cosas bellas es lo que más placer me da. Y las películas forman parte de eso, al fin y al cabo”.

Su socio en la productora era su hermano Giuseppe, Bino. A finales de los sesenta perdió la cabeza y parte de la fortuna familiar y en 1972 se suicidó. Era un año menor que Marina. “Después de la tragedia dejé nuestra compañía y me instalé en Los Ángeles. Empecé a trabajar para Paramount y Columbia. Fue un desastre. Aguanté un par de años. Cuando regresé a Italia, la industria había cambiado por completo. Pude haber empezado de nuevo, pero cuando te acostumbras a tener una empresa detrás… Odiaba ocuparme de las finanzas. Así que dejé de producir. La películas ya no eran lo mismo. La calidad se había esfumado”.

¿Cuál es su gran película?
Probablemente Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, que ganó el Oscar [en 1970], Cannes y todo. Se convirtió en un gran clásico. Pero también Teorema y Medea, de Pasolini; Érase una vez en América, de Sergio Leone; Hermano sol, hermana luna, de Zeffirelli; y muchas otras.

Teorema (1968) se presentó en el Festival de Venecia. “Tiene que ver mucho conmigo. Va de un ángel/demonio que seduce a toda la familia, padre, madre, hijos, y a la doncella”, me dice antes de estallar en una sonora carcajada. “Pasolini estaba acostumbrado a trabajar siempre con sus amigos italianos, pero yo le convencí para que escogiese a Terence Stamp. Pasolini era misterioso. Hablaba poco, pero era muy carismático. Me fascinaba”.

¿Qué piensa de su asesinato, aún sin esclarecer?
[Suspira] Definitivamente, él sentía una pulsión irrefre- nable por la muerte. ¿Qué fue lo que pasó técnicamente? No lo sé. Buscaba ser asesinado. Por un lado era muy religioso y por otro muy depravado. Quería morir, pero no suicidarse, porque era muy católico. Quería que otra persona lo hiciera. Y eso es básicamente lo que pasó.

La condesa también produjo la primera cinta de Pasolini, Accattone, en la que trabajó como asistente de producción un joven prometedor: Bernardo Bertolucci. Gran aficionada a la fotografía, Cicogna lo retrató junto a Pasolini en el rodaje y la instantánea ilustró su libro Scritti e scatti (2009) , con imágenes de los grandes personajes del siglo XX. En 2005 publicó el primero, La mia Libia, que compila sus recuerdos del país que gobernó su abuelo y donde ella pasó largas temporadas entre 1957 y 1967, en la casa familiar con capacidad para 18 personas. Por allí pasaron Gianni y Marella Agnelli, Luchino Visconti, Henry Fonda durante su luna de miel con su tercera mujer, Jeanne Moreau con Pierre Cardin —a pesar de que el diseñador era abiertamente gay, la actriz francesa logró seducirle—, Florinda Bolkan y Helmut Berger o la duquesa de Devonshire. Cicogna retrató a todos, en blanco y negro y en actitud relajada. Al fin y al cabo, eran sus amigos.

¿Siente nostalgia de aquella época?
No pienso en esos términos, vivimos el tiempo que nos toca. Me alegro de verdad de no tener hijos, así puedo preo- cuparme menos por el futuro.

¿Cree que somos más puritanos?
Sí. Estamos moralmente paralizados, en un mundo con menos y menos talento y más y más dinero para unos pocos, menos y menos esperanza para el resto.

Los días de Marina Cicogna transcurren “de una forma muy interesante. Tengo una vida llena, muy variada”. Entre almuerzos con amigos y algo de deporte, lee numerosos proyectos cinematográficos. “Tengo la oportunidad, que me ha dado el ministro de Cultura, de escoger qué películas, documentales, cortometrajes, merecen subvenciones del Gobierno”. Tiene amigos “por todo el mundo, que a veces vienen a Roma. Otras soy yo la que les visita”. Todavía le divierte asistir a festivales, “especialmente al de Venecia”. Para la alfombra roja recurre a Valentino. “Es un viejo amigo y tiene esas prendas fantásticas. Me gustan Armani y Gucci para el día y Valentino para la noche. Es el mejor, creo”. En 2010, me recuerda, apareció en la Lista de los Mejor Vestidos de la edición estadounidense de Vanity Fair. “Nunca me he considerado un icono de moda, pero a medida que me he hecho mayor he aprendido lo que me favorece y he adquirido un gusto más preciso. Gasto muy poco dinero en ropa”.

En 2017 protagonizó la campaña de la colección crucero de Gucci “que ha estado en aeropuertos, centros comerciales y alrededor de todo el mundo. Divertido para una mujer de 83 años” y se hizo muy amiga de Alessandro Michele –“es un genio, absolutamente encantador”–. Posar como maniquí pasados los 80 años es una de las últimas aventuras de la condesa. “Las modelos solían ser niñas, ya sabes, es una prueba de que las cosas han cambiado. Es más, no ha sido un gesto estúpido: muchos amigos se me han acercado para decirme: ‘¡Ah, con que Gucci no es solo para gente muy joven!”.

Este reportaje apareció publicado originalmente en el número de ocubre de 2018 de Vanity Fair.

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