La primera vez que Cayetana Álvarez de Toledo (Madrid, 1974) sintió algún tipo de discriminación por cuestiones de origen e identidad fue a los siete años. Entonces, ella acababa de llegar a Buenos Aires desde Londres, la ciudad donde había vivido casi desde que nació. Su madre, la argentina Patricia Peralta Ramos, quería que su hija se criara allí para que conociera a su familia y tuviera arraigo por su país. La escolarizó en el colegio inglés Northlands School, uno de los más caros y elitistas de la capital. En esa época, Argentina estaba en pleno conflicto de las Malvinas contra Reino Unido. “Era muy pequeñita. Recuerdo que me sentía una inglesita y en el colegio eran todos argentinos. Y había una guerra de las Malvinas. Me miraban y me decían: ‘Tú eres distinta, tú eres la inglesa’. Y bueno… Yo no me sentía rara. Si hay algo que me caracteriza es el rechazo profundo a las políticas de identidad y a catalogar a las personas como bloques identitarios. Seguramente, por mi experiencia personal y porque es lo que ha llevado a los grandes conflictos civiles a lo largo de la historia. El siglo XX es la historia de los nacionalismos y sus masacres. El siglo XXI está siendo la historia del auge del nacionalismo. Me preocupa. Yo soy una mezcla de identidades absoluta”.
Su madre es argentina; su padre, francés; y su apellido, español. Tiene cuatro hermanos por parte de padre —Francisco, Marcos, Sandra y Carmen— y una hermana por parte de madre —Tristana—. Cayetana nació en Madrid, creció en Londres y de los siete a los 17 años vivió en Buenos Aires. Luego volvió a Europa a estudiar Historia en Oxford, y años más tarde se trasladó a Madrid, donde realizó parte de la investigación de su tesis. Allí conoció a Joaquín Güell, tataranieto de Eusebi Güell, mecenas de Gaudí y patriarca de una de las familias más poderosas de Cataluña, además de primo de Ágatha Ruiz de la Prada. Con él se casó en 2001. “En aquella boda felicité a los padres del novio: ‘Qué chica más lista’, les dije", recuerda la diseñadora. "A lo que ellos, con elegancia, replicaron: ‘Sí, nos hubiera gustado que fuera menos lista”. Juntos, tuvieron dos hijas, Cayetana —de nueve años— y Flavia —de siete—, que hoy, sorpresa, llegan con ella a la sesión. Curiosas, rubísimas.
“Veníamos muchísimo a Barcelona. Adoro esta ciudad. Pero tienen problemas políticos graves. Es la zona cero del nacionalismo y el populismo. Entre Ada Colau y Puigdemont…”, asegura con su voz profunda y su seductor acento argentino. Su figura se ha catapultado a los medios desde que Pablo Casado la presentara como la candidata del Partido Popular por Barcelona. “Nuestra Messi”, anunció eufórico el líder del PP.
Su nombramiento no ha dejado indiferente a nadie. ¿Una persona que vive en Madrid y no habla catalán, candidata por Barcelona? Las cejas de media España se levantaron sorprendidas —en Cataluña aún no las han bajado—. La primera extrañada fue ella misma, que hasta ese momento trabajaba como periodista en El Mundo. “Estaba feliz escribiendo mis crónicas”, recuerda antes de hacer una pausa para pedir una Coca-Cola al camarero: “Con todo. Ni zero, ni light, ni nada. Con mucho hielo y limón”. Y continúa: “Pero, a diferencia de lo que ocurría en otras épocas, la persona que me ofreció volver a la política es alguien de cuya convicción y coraje para afrontar este asunto en particular me fío. Me refiero a Pablo Casado”. Y sentencia: “Si no, yo no me hubiera vuelto al PP ni loca”.
Cayetana entró en el PP como jefa de Gabinete de Ángel Acebes en 2006 y salió del partido con una sonada carta abierta a Mariano Rajoy en 2015. Su crítica: la falta de mano dura del presidente en la política catalana. “Me sentía desamparada por el Gobierno y creo que muchos españoles sintieron lo mismo”. Entre ambas fechas, fue diputada durante dos legislaturas, 2007 y 2011. Sus conexiones con el establishment son indiscutibles. Entró en El Mundo de la mano de Pedro J. “Cuando empezó a salir con mi primo Joaco, me volqué con ella. Le presenté a muchísima gente. Entre ellos, al innombrable, que enseguida la metió en El Mundo”, me cuenta Ágatha Ruiz de la Prada. Y añade: “Es inteligentísima, pero brutal con las mujeres. Tiene cero empatía con ellas. Y claro, subestimar a la mitad de tu electorado…”. Con 30 años, se convirtió en la jefa de Opinión y también participaba en La mañana, el programa de Federico Jiménez Losantos. Desde 2011, es directora del área internacional de FAES, la fundación de José María Aznar.
El “asunto particular” que ha devuelto a Cayetana a la arena política es el que lleva casi dos años ocupando el debate general. A saber: el proceso independentista catalán. Un proceso que ha popularizado la palabra sedición, que ha conseguido que todos los españoles sepan que hay un artículo 155 en la Constitución y que ha generado suculentos beneficios a la industria textil especializada en la confección de banderas. Un proceso que ha polarizado a la sociedad española, que amenaza con resquebrajar la unidad de España y que ha encumbrado a héroes y villanos en ambos bandos.
En este escenario de contienda ha irrumpido Cayetana Álvarez de Toledo con un discurso tan desafiante y cristalino como su mirada. “[Pedro] Sánchez es peor que Vox. Es la inmensa amenaza que tiene este país”; “Hay que decir la verdad. El proceso separatista es más complicado y más grave que el 23-F porque el 23-F no se hizo desde las instituciones, ni lo apoyaban los medios de comunicación, ni había manifestaciones en la calle”; “Miquel Iceta no tiene principios, criterio, escrúpulos ni remedio”.
Su discurso puede parecer radical, pero su dominio del lenguaje y su retórica son impecables. “Tiene una preparación intelectual de altísimo nivel. Ha elevado el nivel de la campaña”, asegura su amigo Mario Vargas Llosa. Y continúa: “Es modesta, pero de convicciones muy firmes. En la intimidad, es una persona absolutamente sencilla, con mucho sentido del humor”. Isabel Preysler también muestra su apoyo: “Le tenemos mucho cariño. Es, además, una persona muy cálida”.
Sus debates son dignos de un maestro de esgrima. En las antípodas de aquel tuit que en la noche de Reyes de 2016 la lanzó a la fama, tan distinto a su tono elevado —y afilado— habitual: “Mi hija de 6 años: “Mamá, el traje de Gaspar no es de verdad”. No te lo perdonaré jamás, Manuela Carmena. Jamás”. “Twitter no entiende de ironías. Salvo que pongas emoticonos con muchas caritas. Y yo detesto los emoticonos. Nunca los pongo. Me da como pudor”. Y, tras un sorbo a su Coca-Cola, continúa: “Cuando empecé a ver las reacciones, pensé: ‘Qué delirio absoluto’. Al día siguiente, a las nueve de la mañana me llamó un chico de La Vanguardia. ‘Hola, Cayetana. Perdóneme… Bueno, lo primero, preguntarle qué tal está su hija. ¿Se ha recuperado?’. Yo no entendía nada. Luego, me preguntó por el tuit. Y le dije dos cosas. Uno: ‘Me parece alucinante que me estéis llamando con esto el día de Reyes por la mañana’. Y dos: ‘Llevo años luchando con el tema del separatismo con la plataforma Libres e Iguales y tu periódico no me ha llamado jamás. La primera vez que me llamáis es por poner un tuit sobre los Reyes Magos. Alucinante”.
Es sábado y Cayetana ha arañado tres horas de su agenda para hacer este reportaje. No ha sido fácil. A primera hora ha tenido un acto, una rueda de prensa y una entrevista. Esta noche, una cena de trabajo. Mañana domingo arrancará el día con otro acto y por la tarde viajará a Madrid. El lunes, una reunión importante en Génova. Esa misma tarde volverá de nuevo a Barcelona. Hasta las elecciones pasará casi todos los días en la ciudad. Por eso, cuando se sienta para que la maquillen, se desploma en la silla, exhausta. Sufre de una calentura en el labio por el cansancio. Tras el maquillaje y el estilismo, llegan las fotos. Miradas a un lado, viento en el pelo, pies en el agua… A pesar de las indicaciones de la fotógrafa, Cayetana no se termina de relajar. “Parece que me ha pasado un tren por encima”, susurra cuando acaba la sesión, y se muestra casi contenta de que empiece la entrevista.
¿Qué le diría a la gente que la critica por no hablar catalán?
El Estatuto de Cataluña dice que tiene el derecho y el deber de conocer el catalán y el español quien tiene vecindad administrativa de Cataluña. No es mi caso. Los españoles tenemos algo maravilloso que es la lengua común, que nos permite a todos comunicarnos.
Usted aboga por la aplicación dura del artículo 155 de la Constitución.
Bueno. Más o menos. Más allá de un artículo u otro, hay que hacer que la Constitución se cumpla. Si un corrupto se salta la ley y roba, debe tener un castigo. Si un político se salta la ley y destroza la convivencia, también.
¿No le da miedo que la aplicación implacable de la ley convierta a los independentistas en víctimas y se consiga el efecto contrario?
La dureza no es la del Estado que reacciona y protege a sus ciudadanos. La dureza es de quienes patean el tablero. Los separatistas son de una dureza y una radicalidad extremas. Intentar convertir a vecinos en extranjeros es profundamente radical.
El PP está en mínimos históricos en Cataluña. ¿No le parece suicida su candidatura?
No, porque estoy profundamente preocupada por la continuidad del Estado constitucional español nacido en 1978. Creo que las próximas elecciones generales son realmente un punto de inflexión.
Cayetana luce delgadísima enfundada en unos pantalones pitillo negros que le otorgan un aire rockero. Es agnóstica, se divorció en 2018, odia el rosa y tiene un lema: “Que por mí no quede”. En 2012, tras fallecer su padre, heredó el título de marquesa de Casa Fuerte. “Mis hermanos viven en Francia y no tienen mucho vínculo con España, así que se acordó que me lo quedara yo”, explica sin mucho interés esta mujer de nacionalidad francesa, por su padre, argentina, por su madre, y española, desde 2008, “por nacimiento y decisión”. Su amistad más mediática —más allá de la recientemente aireada con el periodista Arcadi Espada— es la reina Máxima de Holanda, amiga íntima de la infancia de su hermana Tristana. “Es tal y como la gente la percibe. Una mezcla de espontaneidad, simpatía e inteligencia. Lo que ha hecho como reina es admirable. No es fácil adaptarse a un país ajeno, con una lengua especialmente difícil y una tarea especialmente exigente”, asegura mientras aclara otras conexiones familiares con los Zorreguieta. “Mi primo es íntimo de su hermano Martín, y su madre, muy amiga de mi abuela. Ambas familias se conocen de toda la vida”, remata sin darle importancia.
Su madre pertenece a una familia clásica argentina. “Era una niña bastante rebelde que estudió Filosofía cuando nadie lo hacía y que a los 20 y pico años se enamoró de un pintor maravilloso de las vanguardias argentinas, Rómulo Macció. Un tipo muy de la izquierda, de los intelectuales, del universo de los pintores. Con él viajó a París, vivió el Mayo del 68 y visitó la Barcelona de los sesenta y setenta, una ciudad que en pleno franquismo se mantuvo efervescente y libérrima. Esa es la Barcelona que a mí me gustaría recuperar”. Juntos tuvieron una hija, Tristana.
Su padre, Jean Álvarez de Toledo, era hijo de un aristócrata de origen español nacido en Nápoles y una violinista francesa. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y los nazis invadieron Francia, se exilió en Nueva York. Con 14 años, alternaba las clases en el Instituto Francés con un trabajo en Voice of America, la radio gubernamental que informaba sobre la evolución de la guerra. Su jefe era Albert Camus, miembro de la Resistencia. “Tengo en casa el teletipo del desembarco de Normandía de cuando mi padre dio la noticia por la radio”, explica entusiasmada. Cuando Jean cumplió 18 años, en 1944, se alistó en el Ejército francés, cruzó el Atlántico empotrado en el Ejército estadounidense y se instaló en Casablanca. En la ciudad marroquí permaneció hasta el final de la contienda: “Mi padre era un hombre cultísimo y civilizadísimo, un gran seductor con un carisma apabullante que al terminar la guerra, en una Europa arruinada, tuvo que buscarse la vida”. Tras volver a París, encontró trabajo en una pequeña naviera en Róterdam que quebró y él compró al dueño por un dólar. Álvarez de Toledo no solo sacó la compañía a flote, la convirtió en millonaria. Sus barcos de carga circulaban por muchos países y fue así como, en los años sesenta, abriendo nuevas líneas de transporte marítimo, descubrió Argentina y se enamoró locamente del país: “Le recordaba a los paisajes de su infancia”. Allí también conoció a Patricia, la madre de Cayetana, en el estudio de Rómulo Macció cuando Jean, un hombre interesado en la pintura que llegó a tener una colección muy importante, fue a comprar un cuadro.
A pesar de las nacionalidades de sus padres y sus vínculos con distintas capitales del mundo, Cayetana llegó al mundo en Madrid. “La idea era que lo hiciera en Buenos Aires, pero me adelanté un mes”, recuerda. Su madre se puso de parto en una casa que ella y Rómulo tenían en Medinaceli, un pueblo de Soria, y donde la pareja disfrutaba largas temporadas. “Yo he pasado muchos veranos de mi infancia allí”. Para Patricia, Cayetana sería su segunda hija. Para Jean, la cuarta. “Tenía dos hijos, Francisco y Marcos, con una prima lejana que se convirtió en su primera esposa, Jacqueline. Luego, llegó Sandra, nacida de su relación con Sonia, una griega francesa maravillosa”, enumera Cayetana. Y luego, su madre, aunque esa relación no perduró. En el ocaso de su vida, tendría una última esposa, Dolores Aramburu, con quien adoptó a Carmen, que ahora tiene 12 años, la hermana pequeña de Cayetana, que vive en Inglaterra. Entre medias, mantuvo una relación de siete años con la aristócrata española Pilar González de Gregorio, chairman de Christie’s, quien ha declinado participar en este reportaje.
Rómulo y Patricia mantuvieron una relación de amistad y cercanía toda la vida hasta la muerte de éste en 2016. De hecho, cuando Patricia y sus hijas se instalaron en Londres tras nacer Cayetana, Rómulo vivía solo a tres manzanas. Jean, sin embargo, residía principalmente entre París y Buenos Aires. “Rómulo ha sido como un padre para mí”, explica, consciente de lo poco convencional que resulta su vida familiar.
El sol ha caído sobre Barcelona y el bar donde estamos, con vistas a la ciudad, se ha oscurecido. Imposible darse cuenta. No perderse en el árbol genealógico de Cayetana es más difícil que entender el conflicto catalán. “Uy, qué lío tienes”, me replica cuando le pregunto sobre algún Álvarez de Toledo que he rastreado en Internet con el fin de reconstruir su historia. Su semblante también se ha ensombrecido y parece cansada. Sus respuestas son cada vez más cortas. Su mirada magnética y desafiante del principio está apagada y hundida. Cuando damos por terminada la entrevista, nos espera una sorpresa. Un problema técnico ha dado al traste con las fotos y hay que repetir la sesión. Cuando se lo comunican, Cayetana esconde desesperada su cara entre sus manos y su pelo rubio la cubre como una cortina. No sabe si reír o llorar. Opta por lo primero. El único hueco posible en su agenda son las ocho de la mañana del día siguiente. Domingo. De nuevo, el maquillaje, el estilismo y las fotos: miradas a un lado, viento en el pelo, pies en el agua… Así que cuando la veo desaparecer delgada, menuda, con un irónico “Hasta dentro de unas horas”, me viene a la mente su lema: “Que por mí no quede”. Que por el resto tampoco.
Asistente de fotografía: Claudia Sauret. Maquillaje y peluquería: Rafit Noy. Producción: Alba Vázquez y Bella Franco. Agradecimientos: Hotel NH Collection Barcelona Gran Hotel Calderón
Este reportaje apareció publicado originalmente en el número de mayo de 2019 de Vanity Fair.
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