Muy pocos afortunados van a empezar el año subiéndose a un avión para viajar al otro lado del mundo y consiguiendo una de las cosas que más ha echado de menos en ese 2020 que, afortunadamente, hemos dejado atrás. Garbiñe Muguruza (Caracas, 1993) es una de ellas. La tenista volará en unos días con destino a Abu Dhabi, para competir en el primer torneo del año. Y cuando termine, se embarcará de nuevo rumbo a Australia.
Allí, tras una férrea cuarentena que le obligará a estar metida durante 14 días en la habitación del hotel, salvo las cinco horas al día que podrá dedicar a su entrenamiento, cumplirá otro sueño: volver a ver público en las gradas. Si todo va bien, ese deseo se cumplirá tras el parón en las competiciones el año pasado y la vuelta a las pistas en verano, pero aún sin espectadores.
¿Y cómo se ve, de cara a la temporada que ahora empieza?
Llevo entrenando mes y medio, parte en Marbella. Son muchas horas, mucha concentración y poco entretenimiento. Me encuentro bien, intento hacer los deberes y llegar lo mejor preparada a la competición. Sé que tengo que hacer todo lo que esté en mi mano: entrenar fuerte, cuidar mi cuerpo, evitar lesiones… y a ver si sale todo lo que he ensayado. A veces tardas tres meses y otras la primera semana juegas el torneo de tu vida. Nunca sabes cuándo vas a levantar el trofeo.
Más de una vez ha dicho que le gusta jugar cada partido como si fuera el último. ¿Ha aprendido a sufrir menos ahora con las derrotas, a aceptarlas?
Bueno, hay derrotas y derrotas. Y lo que antes era más dramático, con la experiencia y la madurez deja de serlo. Fuera del tenis, me gusta hacer actividades que te obliguen a no estar cómoda, como subir una montaña. Eso te da fortaleza para que, luego, las situaciones duras lo sean menos.
¿Con quién está deseando enfrentarse?
Nadie especialmente. Me gusta la variedad, tener contrincantes con estilos diferentes y tácticas distintas.
¿Y quién es su tenista favorita?
Crecí viendo a Martina Hingis y a las hermanas Williams. Serena es siempre una rival buenísima, el partido más difícil.
Hablando de jugadoras, la vimos con Carla Suárez, que anunció en septiembre que sufría linfoma de Hodgkin, y a quien dedicó la primera victoria en el US Open este verano.
Estoy muy en contacto con ella. Nos hemos visto varias veces hace poco y la vi superanimada. Y eso me dio a mí una inyección de perspectiva. Nuestra idea es jugar juntas, si puede, en los Juegos Olímpicos, como pareja de dobles. Ojalá se recupere pronto.
Volviendo a lo que hace fuera de las pistas de tenis: dice que le gusta mucho la música y bailar.
Sí, lo llevo en la sangre venezolana. A toda mi familia le gusta y a mí siempre me ha gustado saltar, bailar… Siempre llevo música. Y soy de cadera fácil [Risas]. ¡Me pones una salsita y me animo sola!
La música y el baile los llevo en la sangre venezolana. Siempre me ha gustado. Y soy de cadera fácil. ¡Me pones una salsita y me animo sola!».
¿Qué música suele escuchar?
Música latina: salsa, merengue, reguetón… Pero también hip hop, pop… Ahora, estamos en una fase de bachata. En el equipo somos argentinos y españoles, y cada uno trae una canción que vamos poniendo. Yo, que no soy muy fan de la bachata, la estoy descubriendo y me está gustando. ¡Esta semana está siendo muy bachatera! [Risas].
¿Hace mucho que no va a Venezuela?
Pues hará unos ocho años, aproximadamente. Pero la mitad de mi familia vive allí. Por parte de mi padre están todos en el País Vasco, pero por parte de mi madre están en Venezuela.
¿Qué le cuentan? ¿Cómo están viviendo la pandemia?
Pues muy mal, la verdad, porque la Covid-19 es como el remate de todos los problemas que ellos sufren desde hace muchos años. Siento que, políticamente, está muy mal llevado. Venezuela es un país de recursos naturales, de gente alegre, tiene tantas cosas… Lleva mucho tiempo mal; la gente muere y hay muchísima miseria. Y, aunque es difícil de creer, sigue empeorando. No sé hasta qué fondo tiene que llegar para que finalmente haya un cambio.
Si a la hora de bailar le sale su sangre venezolana, ¿le sale la herencia vasca cuando se trata de cocinar?
Pues suelo hacerlo bastante, porque estoy todo el año comiendo en restaurantes. Puede sonar lujoso, pero llega un momento en que lo que aprecias es ir al supermercado y hacer la compra. Para mí, es una novedad elegir las verduras, ir a la pescadería… Lo disfruto. Cuando tengo la oportunidad de estar en casa, cocino de todo. No creas que soy Arzak [Risas], pero no lo hago mal para lo poco que cocino; lo mismo es un mes en todo el año. Mi madre comparte sus recetas y lo disfruto. Me encanta la repostería: mi placer prohibido son las tartas, los dulces, los flanes… Los hago y luego los reparto, para mí me quedo solo con una porción. Lo paso bien haciéndolos.
También le gusta la moda.
Como nunca voy de compras, cuando salgo, digo: “Preparaos, que voy”. Aunque cada vez compro menos. Si no tengo que ir de chándal me visto de Óscar, aunque vaya al lado. ¡Para una vez que puedo ponerme el tacón! Ya también sueño con un armario lleno de cosas.
¿Y ha conseguido ya ese armario?
Estoy en ello todavía. No soy muy de tendencias, me gusta comprar prendas clásicas, con colores fuertes, estampados, prendas de buena calidad… Así que prefiero comprar un poco menos y esperar a una que me guste de verdad, que sea buena y me dure más. De joven siempre tenía un montón de ropa, pero mi madre me dijo: “No compres trapos, compra cosas buenas, que dentro de un año te pongas igual de a gusto”. A ella también le gusta mucho la moda e íbamos juntas de tiendas.
¿Sigue teniendo mucha relación con sus padres?
Sí, aunque, con tanto viaje, no me ven el pelo. Pero al menos me siguen por la televisión y sufren con mis partidos.
África me ha dado mucho: perspectiva, riqueza, realidad. Allí no hay nada de superficialidad».
Decía antes que está deseando volver a viajar. ¿Qué viaje pendiente quiere hacer este año?
[Lo piensa] Tengo una lista muy larga fuera de los torneos. África es un continente que me encanta y he ido los últimos cinco años. Me ha dado mucho: perspectiva, riqueza, realidad. Siempre que estoy allí, me siento en paz, no hay nada de superficialidad. Vivo rodeada de torneos, hoteles, coches… y allí no hay nada de eso. Es gente más auténtica, que tiene otras cosas en las que pensar. Me da una cierta perspectiva y paz, me gusta mucho ir. Pero también me encantaría ir al Caribe a bucear. O quizá hacer otra aventura, como cuando subí al Kilimanjaro en 2019. O ver una aurora boreal…
¿Se ha enganchado a las aventuras?
Sí, porque me refuerza. Me demuestra que todos podemos hacer cosas que quizá dudábamos que podíamos hacer. Y, en ese proceso, también aprendes cosas. Me gusta superarme, porque eso amplia mi capacidad, expande mi autoconfianza. Pero no tiene nada que ver con el tenis. Mucha gente me pregunta si lo hago por jugar mejor, pero no: lo hago por que siento que me permite hacer otras cosas.
Además de subir el Kilimanjaro, ¿qué últimos retos ha logrado?
En octubre, estuve dos semanas entrenando con la Guardia Civil en Mallorca, y me gustó mucho. Hicimos rescates, defensa personal, pasé por todo lo que pude… Y, aunque no pude hacerlo todo porque estoy en activo, me encantó convivir con ellos. Eso me aportó más riqueza que tirarme de un helicóptero. Me pareció muy interesante saber cómo se enfrentan al miedo, atienden a una persona en pánico, se enfrentan a situaciones de dificultad, incluso de vida y muerte… Lo mío, al fin y al cabo, es un juego, pero lo suyo no.
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