¿Es la empanadilla de Móstoles arte contemporáneo? Breve historia del humor absurdo español

Pasaban muchas cosas en la España de 1985. Vaya si pasaban. El presidente Ronald Reagan vino en una visita oficial que se saldaría con nuestra entrada en la OTAN y una instantánea de Nancy bailando flamenco con la soltura de una muñeca ídem. La banda terrorista ETA perpetró su primer atentado con coche bomba en Madrid, anunciando a las claras que lo peor estaba por venir. Y el país se preparaba para ingresar en la Comunidad Económica Europea con un peaje bastante impopular llamado IVA. Para vender el nuevo impuesto a la sufrida ciudadanía se estaba recurriendo a argucias de marketing francamente extremas: “Todo es unión / de norte a sur / ya está completo / el Mercado Común”, canturreó con forzado entusiasmo Concha Velasco mientras brindaba con el ministro de Exteriores Fernando Morán en “¡Viva 86!”, la gala de aquella Nochevieja en TVE.

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Pero, para los espectadores de ese mismo programa, aquel fue el año que se cerró con el sketch de Encarna de noche y la empanadilla de Móstoles del dúo cómico Martes y Trece. Cuenta la leyenda –es un decir: en realidad lo cuentan sus protagonistas- que se trató de una escena básicamente improvisada, pues un fallo de atrezzo les obligó a alterar los planes y sacar a escena un sainetillo que solían representar en privado nada más que por diversión.

Por diversión nada más: quizá la clave fuera esa. El número provocó risas histéricas del público allí congregado, y de millones de españoles que desde sus comedores tuvieron que lidiar con un polvorón atravesado en la glotis. Durante días, meses, años incluso, el sketch impregnó todas las conversaciones. “¿Encanna? Tengo dos hijos haciendo la mili en Móstoles y me se quema la empanadilla”. Josema Yuste y Millán Salcedo, Martes y Trece, siguieron triunfando como dúo cómico y prescriptor de coletillas populares hasta 1997, año de su disolución -y aún después por separado- aunque nunca fueron capaces de repetir aquella bomba de Hiroshima, aquel caballo de Atila del humor. En realidad nadie lo ha logrado a día de hoy.

Solo eso justifica que el sketch de la empanadilla vaya a convertirse en la estrella de una exposición en el que posiblemente sea el museo de arte contemporáneo más puntero de nuestro país. Y que además está en Móstoles. Dónde si no.

Mery Cuesta es la comisaria de “Humor absurdo: una constelación del disparate en España”, que se inaugura el 30 de enero en el CA2M, el Centro de Arte Dos de Mayo de Móstoles (Madrid). Nacida en 1975, ella es, por generación, una de las niñas marcadas por aquel momento cumbre. Y para montar la expo se ha rodeado de un equipo de colaboradores nacidos en la misma época. Como el humorista Joaquín Reyes, artífice de los programas televisivos “La hora chanante” y “Muchachada Nui”. Reyes considera que la irrupción de cierto humor español en un museo cuyo programa se centra en difundir el arte más vanguardista es un acto de justicia poética. “El humor nunca ha sido muy bien tratado por la crítica, porque se considera que tiene poca solemnidad”, valora.

Pero, si tiramos del hilo genealógico, descubrimos que los antepasados de la empanadilla mostoleña son en realidad de lo más ilustres.

La tesis de la exposición ubica un posible origen en los Disparates, los grabados cuyas planchas realizó Goya hacia 1815 y que el propio pintor nunca llegó a ver impresos. Aquella serie mostraba unas escenas entre humorísticas y aterradoras, con una cualidad absurda tan acusada que muchas veces ni siquiera es posible descifrar qué es lo que está pasando en ellas. La ambigüedad convertiría a los Disparates en una obra seminal o, para entendernos, un paso del Rubicón de la contemporaneidad del humor.

Esta imaginería llegó al arte del siglo XX de la mano de otro pintor, José Gutiérrez Solana, autor de unas escenas carnavalescas donde se invertían todos los términos en un universo entregado al absurdo. Y a la literatura a través de su amigo Ramón Gómez de la Serna, quien acuñó las greguerías, esas sentencias que él mismo definió como humorismo + metáfora. “El filósofo antiguo sacaba la filosofía ordeñándose la barba”, era una. Otra: “Tocar la trompeta es como beber música empinando el codo”. Rara vez se ha escrito algo tan incuestionable a partir del sinsentido más absoluto.

Oficialmente, España queda fuera de los focos de las vanguardias artísticas de principios de siglo, los llamados “ismos”: aquel pescado se vendía en las lonjas de París, Zúrich o Milán. De hecho, los grandes “istas” españoles (Picasso, Gris, Dalí, Buñuel) forjaron su nombre en la capital francesa. También Gómez de la Serna recorrió Europa para tomar contacto con el dadaísmo, el futurismo o el cubismo, solo que él regresó con aquel bagaje en su maleta.

Un cargamento incendiario que iba administrando, diluido con humor, en sus tertulias del madrileño café de Pombo. A lo largo de los años 20 y 30 siguieron proliferando esas tertulias en cafés y botillerías, y de tales fuentes bebieron los escritores Enrique Jardiel Poncela, Edgar Neville o Miguel Mihura, autor de la gran joya de vanguardia teatral española “Tres sombreros de copa” y primer director de la revista satírica La Codorniz, que se imprimió de 1941 a 1978

Durante el largo inverno de las cuatro décadas franquistas, La Codorniz fue un campo de experimentación (y de juego) para el humor absurdo donde también operaron autores como Antonio de Lara “Tono”, Chumy Chúmez o Gila. Este último pronto ampliaría su ámbito gracias al advenimiento de la televisión, para convertirse con su costumbrismo surreal en el mejor cómico catódico de su tiempo. De esta época también hay que citar a Tip y Coll, que terminaban sus actuaciones con una promesa eternamente incumplida: “y mañana hablamos del Gobierno”.

Aquella catchprase era un juego de malabares, porque implicaba un tímido asomo de crítica social al tiempo que la negación rotunda de su mera posibilidad. Luis Sánchez Polack (Tip) y José Luis Coll (Coll), que en privado eran respectivamente un señor muy de derechas y un socialdemócrata de toda la vida en ciernes, oficialmente profesaban un estricto agnosticismo político. Por eso representaban mejor que ninguna otra cosa el espíritu que entonces imperaba en España.

Entre los momentazos televisivos que cierran aquella etapa, el más apasionante y también el más desconocido es el que protagonizó la escritora canaria María Dolores de la Fe cuando el 28 de junio de 1975, a cinco meses de la muerte de Franco, charló con José María Iñigo en el programa Directísimo como complemento a una entrevista con Alain Delon. En un híbrido entre performance y fake, toda acento isleño y falso candor, de la Fe afirmaba poseer pruebas científicas de que Cristóbal Colón era una mujer. Y con ello introducía un palo entre los radios del discurso nacionalista y androcentrista oficial, para estupor tanto de Iñigo como del público, que solo acertaba a responder a la provocación con risitas nerviosas.

Con la plena libertad de expresión florecieron en los 80 y 90 los emisarios del humor absurdo, de los que Martes y Trece fueron solo una (brillante) avanzadilla. Fue este el tiempo en que surgieron Pedro Reyes, Faemino y Cansado o el verdadero e indiscutible maestro, el más popular pero también el más radical de todos, Chiquito de la Calzada. Con su gestualidad hipnótica, sus estilismos psicodélicos (una de sus camisas se expondrá en el CA2M) y su discurso dislocado, él era la perfecta destilación de todo lo descrito anteriormente.

¿Y por qué Chiquito sería epítome del humor absurdo español y en cambio escapan a esta categoría, pongamos por caso, Los Morancos? ¿Por qué tampoco podemos contemplar aquí las Matrimoniadas de José Luis Moreno pero sí las poesías supuestamente naïves de Gloria Fuertes? ¿Quién o, mejor dicho, qué queda dentro y qué fuera del concepto “humor absurdo en España”? Mery Cuesta nos orienta: “Es un humor que se basa en la falta de lógica, pero que al relacionarse con la vanguardia busca romper con las convenciones sociales, mientras que Moreno y Los Morancos se apoyan en esos clichés. Por otra parte, el absurdo debe ser deliberado y no accidental, y eso también descarta a Leticia Sabater presentando su último disco, o Arrabal borracho hablando del milenarismo”.

Acotados los términos, el director del CA2M, Manuel Segade, procede a defender la presencia del humor absurdo español en un museo de arte contemporáneo tan selectivo como el suyo: “Cada dos años realizamos una muestra que profundiza en la cultura popular para incidir en problemas centrales del arte contemporáneo: la última fue “Elements of Vogue”, y ahora el humor absurdo.

Esas exposiciones tienen un enfoque relacionado con una tendencia en las nuevas museologías críticas de los 2000, que llevó a eliminar las separaciones alta y baja cultura en los museos de arte actual, para desligarse de un elitismo poco adecuado a la misión pública y democrática del museo. Y el absurdo ha dado lugar a herramientas semánticas de primer orden donde arte y humor se han contaminado o se han sumado. Un ejemplo claro: el propio Joaquín Reyes, que estudió Bellas Artes en Cuenca”.

Aquí conviene abrir un apartado para el cine, también cubierto en la muestra. Resulta curioso que el cineasta surrealista por excelencia –no ya español, sino mundial-, Luis Buñuel, dejara para México y Francia sus películas más cercanas al absurdo (de “Un perro andaluz” a “El fantasma de la libertad”), mientras que cuando rodaba en España su tono tendiera más bien a un naturalismo galdosiano. A cambio, otros directores han cubierto este hueco gracias a una obra a menudo teñida de costumbrismo: en ese registro estarían Neville, Berlanga, Fernán Gómez o José Luis Cuerda. Y por supuesto el guionista Rafael Azcona, salido de la factoría de La Codorniz y autor, entre otros muchos, de los libretos de dos de las mejores comedias negras españolas, “El pisito” y “El cochecito”, ambas dirigidas por el italiano Marco Ferreri.

Luis E. Parés, asesor de cine de la exposición, ofrece la mejor definición de este cine: “Son películas que no pretenden hacerte reír, sino congelarte la risa”.

En cuanto a las artes plásticas, la herencia de Gutiérrez Solana puede rastrearse en colectivos artísticos que han basado su práctica en un humor extravagante y corrosivo como Equipo Crónica, Zaj (aunque con intereses y trayectorias muy distintas, Esther Ferrer y Juan Hidalgo mantendrían este registro por separado), Estrujenbank (Patricia Gadea siempre ha de ser reivindicada como una gran humorista onírica) o Bestué/Vives.

Los asistentes a la exposición descubrirán además que no pocos humoristas han incursionado en el terreno artístico. Es el caso de Eugenio Jofra Bafalluy, Eugenio, fallecido en 2001, cuyas poco conocidas pinturas se centraban en el mundo del Más Allá. O el de Millán Salcedo, de Martes y Trece, que en los últimos tiempos ha iniciado una producción de collages de regusto pop empleando únicamente revistas publicitarias de buzoneo. De todo ello dará cuenta la exposición.

Por cierto, será inútil buscar en ella el sketch de Encarna porque, como advierte Mery Cuesta, se pretendía huir de la fórmula “Cómo nos reímos” en formato museístico. Pero a cambio habrá algo aún mejor: el artista barcelonés Antoni Hervás ha ideado un disfraz de empanadilla que, a modo de escultura, esperará en un escenario-sartén hasta que distintas personas lo vistan para ejecutar una performance. Señoras y señores, ya es oficial: la empanadilla vuelve a Móstoles.


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