Siempre estamos en algún lugar y ese lugar siempre está en nosotros”. Lo dice una vieja Siri Hudvedt acerca de la joven Siri, cuyo proyecto vital a los 20 años era “arder en la inteligencia”. En su último libro, Recuerdos del futuro (Seix Barral), una biografía novelada sobre aquella que fue y sigue siendo, la escritora hace dialogar a sus yoes desdoblados en el tiempo.
La mujer de 64 frente a la de 20; una aspirante a escritora, apodada Minnesota por su origen rural, fumadora compulsiva, lectora visceral de Baudelaire y de Shakespeare, habitante de un piso con cucarachas como ratas. Una mujer tan guapa que a veces se sorprende de sí misma en el espejo. Y se huye. Que anhela ser escuchada y no mirada; que aspira a lo brutal y a lo frío, y lo alcanza, si acaso, en la palabra.
Siri es la hija de un médico, la mayor de cuatro hermanas. En 1979 lleva consigo el estetoscopio de su padre y lo usa furtivamente para amplificar los sonidos de su vecina, una mujer que grita como un mantra: “I’m sad” [“Estoy triste”] y por la que vive intrigada.
La joven Siri, su garabato, ausculta la pared (literalmente). La de 30, la de 50, la de 60 nunca ha dejado de hacerlo (simbólicamente). Cada una de sus obras ha sido una indagación (en la tos, en lo que late, en el esputo); preguntas que contesta encabalgada en el psicoanálisis, la neurociencia, el arte…
Porque Siri Hustvedt sabe, y no finge no saber. Es obvio: ha logrado arder (y quemarnos) con su inteligencia.
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