El cuento navideño de Abel Caballero

Nadie celebra la Navidad como Abel Caballero. Hombre dado a la hipérbole indiscutible, a la fanfarronería bienhumorada, el alcalde más votado de España ha hecho que su ciudad eclipse al mundo durante estas fechas a golpe de bombillas led. Hablé con él unos días antes de que accionara la iluminación navideña de Vigo. Mi intención era realizarle un cuestionario de 101 preguntas que nos entretuvo cerca de hora y media. Así supe que, paradojas, se afeitó la barba de ministro socialista ochentero que le unía a Javier Solana, Narcis Serra o Joaquín Almunia, "porque se me estaba poniendo blanca". Con tan desbordante espíritu festivo, resulta una decisión comprensible: sólo le faltaría vestirse de rojo y soltar una de sus carcajadas para que le confundieras con Papá Noel. "Ese papel lo bordaría Felipe González", contestó rotundo y siempre leal al líder histórico del PSOE.

"Mira, sin ninguna duda, la Navidad es de todos", respondió con la misma contundencia cuando le pregunté cómo un ex militante comunista en la clandestinidad y una figura destacada del socialismo se había apropiado de una fiesta católica y conservadora que gran parte de la izquierda contempla con recelo. "¡Pero si hasta la alcaldesa de Barcelona pone luces para que la voten!". Entonces, ¿es una cuestión política? ¿También los polémicos Reyes Magos de Manuela Carmena? "Eran distintos, no lo niego, pero la famosa reacción de Cayetana Álvarez de Toledo fue una pura sobreactuación, hombre, eso está clarísimo".

Entre respuesta y respuesta, haciendo gala de esa verborrea incuestionable algo me llamó la atención. En casa de Abel Caballero no ponen el árbol. Tampoco se monta un Belén. Ni siquiera ponen una corona en la puerta. "Es que guardo todos mis esfuerzos para la ciudad", justificó. De todos los hogares de Vigo, resulta chocante que el menos navideño sea precisamente el suyo. Aunque por otra parte, tiene su lógica: ¿por qué iba a celebrar las fiestas en su casa si puede hacerlo a lo grande? ¿Quién se conforma con unas tristes lucecitas y un poco de espumillón cuando tiene en sus manos un botón de encendido que envidian en Madrid, París, Londres, Nueva York y Tokyo?

Mi teoría es que a Abel Caballero la Navidad se le hace grande y su casa muy pequeña. No está confirmada por el alcalde, pero es la sensación con la que me quedé cuando me hablaba de la cena de Nochebuena o de sus planes tras las doce campanadas. [Inciso: sabe perfectamente quién es Cristina Pedroche, "una mujer brillante e inteligente"] Desde que murió su suegra, pasa ambas fechas a solas con Cristina Alonso, la profesora de Filología Germánica jubilada con quién se casó en Lisboa en 1973. Se conocieron a los 16 años en la localidad natal de Caballero, Ponteareas, y juntos se exiliaron a Cambridge, Inglaterra, donde el alcalde se doctoró en Ciencias Económicas. No han tenido hijos y están tan omnipresentes el uno en la vida del otro que él mencionó a Cristina una docena de veces durante la conversación. "En Nochevieja nos vamos los dos juntos a una fiesta pública que hace en la Plaza de América el Ayuntamiento", decía evocando sin querer una imagen melancólica: la verdadera familia del alcalde son sus vecinos. Para bien y para mal"Ojo, es un riesgo, porque a las 2 de la mañana, y en esas condiciones, te pueden aplaudir o pitar".

"¿Sabes cuál fue la mejor Nochevieja de mi vida?", me preguntó. "La primera que pasé aquí [en Vigo] tras volver del exilio en Inglaterra". Sucedió a finales de los 70, cuando estaba germinando lo que más tarde se conocería como la Movida de Vigo. Tuvo lugar en uno de sus locales míticos, la discoteca Fausto. "Mi mujer y yo fuimos para allá y estuvimos bailando hasta altas horas", recuerda, celebrando que habían vuelto a casa y que se abría con el nuevo año una puerta a la esperanza.

Caballero sostiene que le quedan al menos 25 encendidos de luces como alcalde. Marcadas por aquel exilio, el recuerdo de las personas que ya no están –no faltan en el menú unas peras al vino, en homenaje a las que hacía su madre– y la necesidad de hacer algo más que una cena de dos felices jubilados, hay que buscar la clave de que la ciudad gallega sea la capital de las fiestas en el propio Abel y sus circunstancias. A pesar de lo que muchos críticos piensen, este fervor no es impostado. Abel Caballero tiene un espíritu navideño tan grande que no le cabe en el pecho. Tampoco en casa.

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