Hablaba con la Riezu hace un rato sobre si considerábamos o no un desperdicio usar un perfume especial (y prohibitivo en algunos casos) para estar en tu casa, sola, sin nadie más que lo aprecie que tú misma.
Es que ahora me ha dado por uno de Serge Lutens bastante poderoso, y me gusta oler así de bien, pero me da no se qué tanto lujo.
Aunque en el fondo soy un poco como Lola Flores cuando se negaba a subir a los reservados cuando iba a una discoteca: “¿pa eso me he arreglado yo? No no, yo me he arreglado para que me vea la gente”.
Será porque llevo tres días a base de meets y conexiones, y voy como las presentadoras de los telediarios, arreglada 50/50. De cintura para arriba como si tuviera una cita; de cintura para abajo el pantalón del yoga-que-no-he-hecho-en-mi-vida y las Crocks. Y no me huele nadie, pero yo, perfumada, porque la actitud es muy importante, aunque cueste mucho arrancar.
Me temo que todos andamos un poco así, con unas ganas locas de arreglarte para poder salir, pero con la pereza tremenda de quien se ha pasado tres meses con pantalones de cintura elástica y el rimmel muerto de asco en el cajón de las pinturas.
Pero hay que hacer un esfuerzo porque si no terminamos sumidas en el chandalismo (el malo, no el chándal-rosalía). De la cinturilla floja también se sale, amigas. Empecemos por acicalarnos y perfumarnos, aunque sea para nosotras mismas. O sobre todo por eso.
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