La escena es habitual esta semana. Dos conocidos se encuentran por la calle, esbozan un saludo y, de pronto, uno aparta la mano o la mejilla del otro, como si quemara. Otros dudan un momento. Negar un saludo no suele responder a los mejores modales y sus manos vacilan en el aire: ¿lo hacemos o no? Deciden que no y se ríen. Saben que han hecho bien: evitar los besos y apretones de manos es una de las medidas que han recomendado las autoridades sanitarias para frenar la expansión del coronavirus.
Pero es en política donde más se ha hecho vidente que el coronavirus ha cancelado el apretón de manos. Por un lado, porque se espera que los representantes públicos sigan las recomendaciones sanitarias y hagan cundir el ejemplo, pero sobre todo porque nadie da más apretones de manos a lo largo de la semana que un político. O, más aún, de un rey o de una reina como doña Letizia, que hace años tuvo que prescindir de su anillo de casada por las heridas que le producía el roce de la joya con cada saludo en las largas y numerosas recepciones de palacio.
En política, por otra parte, tanto los saludos como su rechazo suelen tener una connotación simbólica extra. Así, aunque el pasado febrero el coronavirus ya pululaba por Occidente, no fue precisamente ese el motivo por el que la mano de Nancy Pelosi quedó tendida en el aire cuando se la ofreció a Donald Trump. Cuando la semana pasada Angela Merkel quiso saludar al ministro del Interior de su gobierno y vio que este se mantenía impertérrito en su asiento, pareció dudar un momento qué crisis política vaticinaba ese desplante. “¡Tienes razón!”, dijo luego la canciller alemana, dándose cuenta del coronavirus y apartando a toda prisa la mano.
La política necesita saludos, así que para sustituir los apretones de manos y los besos a lo largo de las últimas semanas han comenzado a emplearse nuevos gestos. Uno consiste en chocar los codos o los antebrazos. Es uno de los recomendados por Sylvie Brand, directora de pandemias de la OMS, y se lo hemos visto utilizar al vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, o al príncipe Harry, a quien este lunes veíamos saludar de esa manera al cantante Craig David en la abadía de Westminster. Sin embargo, hay que reconocer que resulta un gesto un tanto brusco. No deja de ser un golpe. Por eso, mientras que algunos ministros de sanidad europeos se saludaban de esa forma en la cumbre extraordinaria sobre el coronavirus, otros preferían llevarse la mano al corazón.
En cuanto al leve puntapié en los zapatos que recomiendan también algunos parlamentos europeos estos días a sus miembros, suponemos que dependerá del nivel de crispación política de cada uno.
Otro de los saludos recomendados por la directora de pandemias de la OMS consiste en agitar una mano en el aire. Precisamente este es el gesto que suele hacer la realeza para saludar al público de lejos, y que haría cualquiera que tuviera que imaginar en un juego a la reina Isabel II. Sin embargo, de cerca no produce el mismo resultado y resulta un poco ridículo por lo exagerado del aspaviento. Tal vez por eso, el príncipe Carlos haya preferido adoptar el saludo de una cultura como la hindú que, al fin y al cabo, tanta presencia tiene en Reino Unido. En lugar de chocar los antebrazos como su hijo pequeño, en el acto conmemorativo de la Commonwealth del lunes el príncipe Carlos saludó al resto de asistentes con un “Namasté”, juntando las palmas de ambas manos a la altura del pecho.
Su madre, la reina Isabel II, tiene más sencillo solucionar este problema, y no solo porque suela acudir a sus actos con guantes blancos: la monarca siempre puede utilizar la mano mecánica que, según ha confesado su hija Ana, le regalaron unos estudiantes australianos para que no gastara demasiado sus articulaciones, y que tiene guardada en el castillo de Balmoral.
Para sustituir los besos, lo mejor es fijarse en lo que hacen los franceses, que en algunas regiones se dan hasta cinco para saludarse. De momento, se resisten a dejar de darlos, aunque por prudencia han comenzado a lanzarlos al aire. Es lo que vimos ayer cuando el presidente y la primera dama Emmanuel y Brigitte Macron recibierona los reyes Felipe VI y Letizia en el palacio del Eliseo, llevándose los dedos de ambas manos a los labios y tirándoles luego sus besos de lejos.
Horas después, sin embargo, el presidente y el rey usaron el mismo bolígrafo para firmar un documento, algo que el gobierno francés ha desaconsejado hacer en las elecciones locales.
Tal vez acabe triunfando la fórmula japonesa. La reverencia, sin embargo, no es un remedio tan sencillo como parece, y aparte de los lógicos problemas que supone para los que no están en las mejores condiciones físicas, exige dominar una serie de reglas de protocolo. No es lo mismo, por ejemplo, saludar a un amigo que al emperador. Se distinguen hasta cinco grados: la de 5, consistente en un pequeño gesto con la cabeza que se hace los conocidos o personas de menor rango; la de 15 grados o eshaku, para los saludos entre iguales; la de 30 grados o keirei, para mostrar espeto a una persona de más rango; la de 45 grados o saikeire, para pedir perdón; y, por último, la extrema o dogeza, que se hace de rodillas y tocando el suelo con la cabeza, afortunadamente ya en desuso.
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