Todo iba sobre ruedas la noche de aquel 23 de diciembre de 2016. Muchos malagueños habían agotado, semanas antes, las entradas del Teatro Cervantes para pasar la víspera de Nochebuena viendo a Celia Flores, la hija pequeña de Pepa Flores, interpretar alguna de las canciones que hicieron famosa a su madre. Como Marisol y como Pepa; porque como mujer y como artista las dos son caras de la misma moneda.
Entre el público, la actriz María Esteve y mayor de las hijas que tuvo Marisol con el bailarín Antonio Gades, acompañada por su amigo Pablo Alborán. Mimetizados con el resto de espectadores, aplaudían entusiasmados cada una de las canciones que interpretaba Celia, muchas de ellas recogidas en el disco homenaje ’20 años de Marisol a Pepa Flores’: ‘Me conformo’, ‘Mami Panchita’, ‘Chiquitina’…
Pero el concierto tocaba a su fin y todos echaban en falta una canción. Suele ocurrir siempre: el tema que todo el mundo espera, ese por el que se justifica que vayas, es el último que suena. Y sonaron los acordes de ‘Tómbola’. Todo el público comenzó a cantar –¡quién no se sabe esta canción llena de luz y de color– y, después, Celia Flores presentó a sus músicos. Cuando terminó esa presentación…
… sucedió el milagro. Allí estaba ella.
Diario Sur lo narró así: «La reacción del patio de butacas fue instantánea: todos en pie, aplaudiendo a todo un icono cultural de este país, hace décadas retirado de los escenarios y de la vida pública». Han pasado ya más de tres años de la última aparición pública de Marisol, que tiene para este próximo 25 de enero la cita más importante de su agenda profesional de todos los tiempos, recoger el Goya de Honor que la acredita como una de la mejores actrices españolas de la historia.
Pero la historia, valga la redundancia, se repite. ¿Irá, no irá? Según informa ‘El País’, parece que no tiene intención de salir de su casa para recoger el galardón, pero ‘El País Semanal’, al habla con Massimo Stecchini, pareja de Pepa desde hace 30 años, confirma que la estrella verá la gala desde casa: «Mira que ella es incapaz de hacer un mal gesto y sabe que el Goya de Honor es un reconocimiento y lo agradece, y se recogerá, como es lógico».
¿Será como Bob Dylan, cuando tardó tiempo en recoger su Nobel de Literatura y acabó haciéndolo a puerta cerrada? Por ahora, parece que la única presencia de Marisol-Pepa Flores en la gala de los Goya será a través del homenaje musical que le brindará su hija al alimón con Amaia Romero.
Un diamante en bruto
Josefa Flores González nació el 4 de febrero de 1948 en una humilde corrala de Málaga, casualmente bastante cerca del teatro Cervantes. Desde niña fue gran admiradora del cante flamenco, y se unió a un grupo de coros y danzas de la Sección Femenina llamado, agárrate, ‘Los joselitos del cante’ –en referencia a Joselito, otra estrella infantil de entonces–. Estaba empezando a cumplir un sueño, pero iba a ser a un precio altísimo.
En 1979, en una entrevista a ‘Interviú’ declaró: “Yo tenía ocho años y dormía durante el viaje en la misma cama que la querida del empresario, una tal Encarna, que me daba unas palizas de muerte […]. En Lérida me dio tal paliza que me dejó el cuerpo como el de un nazareno. El empresario me invitó a comer en Gerona y me dijo que me levantara el vestido. Cuando me vio, mandó a llamar a mi padre inmediatamente y me mandó para Málaga. Figúrate tú cómo tenía que estar yo que, cuando llegamos al corralón, mi abuela al verme se desmayó en la hamaca”.
Cuando ‘Los joselitos del cante’ actuaron en Televisión Española, Manuel Goyanes, un productor que pocos años antes había apostado por el cine social de Juan Antonio Bardem en ‘Calle mayor’ y ‘Muerte de un ciclista’, vio a aquel niña y pensó que, con sus apenas 11 años, era un diamante en bruto, con su manera de bailar, su voz espectacular, su desparpajo y su belleza.
Así que Goyanes hizo todo lo que estuvo en su mano para convencer a la familia de Josefa, empezando por su madre, doña María, de que se instalaran en Madrid. Bueno; ella en la misma casa del productor, su madre, en una pensión cercana. ¿El objetivo? Que saltara a la fama en el subproducto ‘Un rayo de luz’, al hilo de los éxitos cinematográficos de niños de la dictadura como Joselito. Y no solo saltó a la fama, sino que en la Mostra de Venecia la galardonaron como Mejor actriz infantil.
Como al ‘pequeño ruiseñor’, la fábrica Goyanes comenzó a modelar el producto ‘Marisol’, rebautizada ya como sería conocida toda su vida. En vez de clases de cultura general, la niña aprendía inglés, ballet, dicción… lo que fuera para ser una estrella. Le operaron la nariz. Le aclararon el pelo, para que fuera la angelical niña de ojos azules que se esperaba de ella.
El trabajo valió la pena. Aquello e-x-p-l-o-t-ó. Se convirtió en la niña que estaba en todas partes, en todas las portadas, en todos los actos con niños desfavorecidos; posando para fotógrafos el día de su cumpleaños, si se había comprado un vestido nuevo, si se había ‘echado’ un amigo… Agotador.
Y ella siempre con buena cara, con un enorme optimismo, proyectando la imagen de la niña que sabía dar la vuelta a todo y ser ideal. Era cordial con mayores y niños, no se dejaba rendir ante las dificultades, si un problema se ponía algo más complicado allí que venía una oracioncita con Jesusito, etc. Pero la realidad distaba mucho de ser así.
«Perdí el rumbo de mi vida»
«Desde que me llamó el señor Goyanes, después de verme en Coros y Danzas, perdí el rumbo de mi vida. Como hablaba con deje andaluz y no sabía actuar ante la cámara, el director se enfadaba y yo lloraba por la noche en la cama y me acordaba de mi vida anterior», confesaba en 1965 a Julián Navarro.
Tras ‘Un rayo de luz’, vinieron ‘Ha llegado un ángel’ (1961), ‘Tómbola’ (1962), ‘Marisol rumbo a Río’ (1963), ‘Búsqueme a esa chica’ (1964), ‘La nueva Cenicienta’ (1964), ‘La historia de Bienvenido (1964)’, ‘Cabriola’ (1965), ‘Las 4 bodas de Marisol’ (1967), ‘Solos los dos’… En ellas le juntaban con algunos de los ídolos de la época como el matador Palomo Linares, el Dúo Dinámico o el bailarín Antonio.
Pero Marisol-Pepa Flores ya se estaba queriendo (una vez más) despedir del icono infantil que había sido para convertirse en una mujer con otros objetivos cinematográficos, abordar otros papeles, demostrar su talento real como actriz y mostrar todos los ángulos de su maravillosa voz.
Pero Manuel Goyanes quería dejarlo todo «atado y bien atado», y sonreía feliz el día del matrimonio de su hijo Carlos (24 años) con Pepa (que entonces tenía 21). No obstante, el enlace estaba condenado al fracaso; eran dos personas totalmente opuestas. El novio recordaría, con el tiempo, que su mujer le confesó al año de la boda que estaba enamorada de Joan Manuel Serrat, con el que se citaba en distintos lugares de Cataluña.
Ahora Marisol ya no quería ser más aquella niña prodigio del régimen a la que obligaban a vendar los pechos y a acudir a casas de mandamases para exhibirse como si fuera un mono de feria. Ahora quería ser Pepa Flores y ser actriz, y comenzó la mutación con la sencilla ‘Carola de día, Carola de noche’, en la que daba vida a una princesa que quería vivir la noche de Madrid sin que nadie supiera quién es.
Fue el realizador Jaime de Armiñán el que la ‘rescató’ en esta película, pero luego el currículo comenzó a embellecerse súbitamente: Manuel Summers, Juan Antonio Bardem, Mario Camus, Carlos Saura… Títulos como ‘La corrupción de Chris Miller’, ‘Bodas de sangre’, ‘Carmen’ o ‘La chica del Molino Rojo’, la última cinta en la que cantó.
La resurrección de Pepa
Fue en 1973, el mismo año en el que conoció al primero de los dos grandes amores de su vida, el bailarín Antonio Gades –el otro amor sería su actual pareja, Stecchini–, una persona completamente afín a ella: “Es el compañero que, sin saberlo, había esperado toda mi vida”, declaró a Fotogramas. Con él tuvo a sus tres hijas, María, Celia y Tamara.
Fue, además, Gades el que le animó a hacer papeles en el cine, porque ella ya quería empezar una retirada, olvidar lo que fue, dejar el icono atrás. Dedicarse a su familia, a sus hijas, a ser madre. Por fin descansar. Pero los medios no le dejaban. De hecho, tres años después de conocer a Gades, llegaría esa portada.
La portada que la convirtió en estrella de la Transición, en su gran musa. Con la que simbolizaría el paso de Marisol a Pepa Flores. Unas instantáneas de César Lucas, su fotógrafo de cabecera, que tenían unos años, pero dio igual. La tirada media de ‘Interviú’ subió, en este número, de 150.000 a medio millón de ejemplares.
Gades y Flores se casaron en 1982 en Cuba con Fidel Castro como padrino, y se divorciaron a los cuatro años. Justo esta fue la etapa en la que Pepa intervino en sus últimos papeles: ‘Proceso a Mariana Pineda’ (1984), una serie de televisión, y ‘Caso cerrado’ (1985), el filme con el que concluye su carrera.
En ‘Caso cerrado’ participó porque se lo pidió el director, su amigo Juan Caño, y porque el argumento «plantea cuestiones que considera ético defender, como son la connivencia entre justicia, finanzas y policía en contra del individuo y la Libertad», aseguraba Javier Barreiro en su libro ‘Marisol frente a Pepa Flores’ (Plaza&Janés)
Por su parte, el actor Juanjo Puigcorbé , con quien compartió protagonismo en ‘Mariana Pineda’, da a la Academia de Cine la clave del final –que no ocaso– del mito: «Era una de las personas más progresistas del país, y recibía muchos palos, también de la gente que se consideraba progresista. Un día, rodando en Sevilla, recuerdo que le habían dado el Premio Limón, y ella se quedó anonadada. No entendía por qué la castigaban tanto».
Después de ser una de las personas más queridas de España, de haber sido explotada de todas las maneras imaginables en esta profesión, resulta que los premios y los aplausos significan muy poco para alguien que lo ha tenido todo. Ese poner el foco fuera de ti mismo, y dar esa potestad al público para premiarte o castigarte sin que lo merezcas… ella debió pensar que ya había tenido suficiente”, añade.
A ella, que había sido la niña del régimen, no le perdonaban que acudiera a manifestaciones contra la OTAN, que se pusiera pegatinas del PCE y que coreaba consignas izquierdistas. Según el actor Manuel de Blas, la famosa foto que publicó la revista ‘Garbo’ con el puño en alto bajo el titular ‘La musa del pueblo’ “sentó muy mal, y no solo a la derecha. También a una parte muy amplia de los socialistas. La gente pretendía que se hubiera momificado y hubiera seguido siendo Marisol toda la vida. Pero ella tenía sus ideas, su forma de vida y su lucha, como cualquier persona”.
Volatilizada
Y entonces, en 1987, cuando España ya había entrado en la OTAN y ni siquiera ese trabajo quedaba por hacer, Pepa Flores se fue callada a su Málaga natal. Ni siquiera tenía 40 años cuando se retiró de la vida pública, se fue a la Axarquía, donde cuida una casa con huerto, a sus dos nietos y vive con Massimo, su pareja.
En todos estos años, apenas ha tenido apariciones públicas. Mientras los fotógrafos le han capturado paseando por la calle, con sus nietos, su pareja o incluso sus perros, nos ha regalado su presencia en contadas ocasiones. Por ejemplo, en 2o12, mientras algunos productores con Enrique Cerezo a la cabeza le ofrecían millones por volver al cine cuando se cumplían los 50 años de ‘Tómbola’, ella prefería apoyar a su hija María en la presentación de una de sus exposiciones de cuadros.
También se ha implicado en causas solidarias, como su colaboración en la campaña de la Asociación Española Contra el Cáncer o su apoyo a mujeres con esclerosis múltiple. Poco más. Se ocupa de cuidar su casa, su familia, sus animales, su huertecito, su pequeña granja con gallinas.
Quienes la conocen aseguran que el sábado no pisará la alfombra roja de los Goya 2020, por mucho que sea el gran momento de su carrera, por mucho que todos los actores de su generación y de los que vinieron después estén dispuestos a ponerse de pie y a rendirle un homenaje.
Mariano Barroso, presidente de la Academia del Cine, sueña con que todavía es posible. Muchos soñamos con eso. Pero ella hará lo que quiera, como ha sido en los últimos 30 años. No en vano, en aquella entrevista de 1973 para ‘Informe semanal’, cuando le preguntaron qué era para ella un día feliz, respondió:
«Un día en el que pueda dormir muchísimo, que pudiera salir al campo, que pudiera montar a caballo, estar con mis amigos, jugar a las cartas, ir a un cine, hacer una vida absolutamente normal». Y los Goya, lo sentimos, no es nada de esto.
Perfil elaborado con información de la Academia del Cine, diario ‘El País’, ‘El País Semanal’ y diario ‘Sur’.
Vía: ELLE ES
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