De los más de setenta exministros y altos cargos que han firmado el manifiesto en defensa del reinado de Juan Carlos I, una mujer se ha erigido en su portavoz. Su nombre es el primero que figura en la lista: Soledad Becerril. Elegida diputada por la UCD en las elecciones generales de 1977 –las primeras libres– y nombrada ministra de Cultura en 1981 por el presidente Leopoldo Calvo-Sotelo, su carrera política corrió en paralelo al reinado que ahora muchos ponen en entredicho por las sospechas que ciernen las cuentas de don Juan Carlos, aunque la Transición no es el único lazo que la une al antiguo monarca. En 1970, Soledad Becerril pasó a formar parte de la nobleza española por su matrimonio con Rafael Atienza Medina, actual titular de un antiguo marquesado creado en 1795 por el rey Carlos IV: el marquesado de Salvatierra.
El marido de la exministra es además vocal de la Diputación de la Grandeza y Títulos del Reino, y como tal hace solo dos semanas tuvo la ocasión de dejar clara también su postura sobre la polémica que rodea a don Juan Carlos al firmar el manifiesto que esta agrupación de nobles españoles difundió para recordar que, “ante la campaña de acoso a Su Majestad el rey don Juan Carlos”, el antiguo monarca fue “el artífice de la instauración de la democracia en España y del rescate de las libertades y de los derechos humanos hasta la instauración de la Constitución de 1978”. Unas palabras que recuerdan a las del manifiesto que ahora firman la marquesa consorte de Salvateirra y colegas políticos como Alfonso Guerra o Esperanza Aguirre.
Soledad Becerril, sin embargo, nunca ha hecho alarde de su título, entre otras cosas porque fue el arma que utilizaron muchos enemigos políticos para atacarla cuando en los años ochenta comenzó su carrera en el Congreso. Mucho antes de que Cayetana Álvarez de Toledo, marquesa de Casa Fuerte, entrase en la escena política, a Becerril ya se le llamaba despectivamente “la marquesa” y se desconfiaba de la valía deuna mujer que era “una recién llegada, casada con un marqués” y cuyas declaraciones eran “propias de una niña de Serrano”. Para el socialista Alfonso Guerra, quien ahora la sigue en el manifiesto en favor del legado de Juan Carlos I, era “una señorita desocupada, miembro de un club deportivo de gente bien”.
"Sí, muchos me llamaban peyorativamente la marquesa. Cuando lo escucho, digo, bueno, mi marido tiene ese título, ¿y qué? Alguna cosilla habré hecho yo en la vida pública ¿no?”, se quejaba Becerril a El País en 2008.
En 1981, Soledad Becerril se convirtió en la primera ministra desde tiempos de Federica Montseny en la Segunda República, y su condición de mujer le pesó tanto o más que su título. Además de la altivez que se la suponía como consorte de un marqués, se la solía tachar de frívola por sus gastos en vestuario, especialmente desde que aquel año se presentó a recoger la cartera de ministra de Cultura con un traje de color fucsia. De nuevo, fue Alfonso Guerra quien la apodó como “Carlos II vestida de Mariquita Pérez”.
“Se me criticó mucho que no fuera vestida de negro a la jura de mi cargo. Como no había pensado que fuese a ser elegida, usé lo que tenía en mi armario. Y, en verano, a un partido de fútbol fui con un traje verde chillón muy criticado también”, recordaba Soledad Becerril a la revista XL Semanal hace un par de años.
Sus triunfos continuaron tras la derrota de la UCD. En 1995, cuando ya militaba en el PP, se convirtió en la primera alcaldesa de Sevilla, mientras que en 2012 hizo historia como primera defensa del Pueblo, un puesto que ocupó hasta 2017 y que la acercó a Juan Carlos I durante los dos últimos años de su reinado.
Durante la primera reunión que mantuvieron en 2012 quedó clara la buena relación que existe entre ambos: aunque protocolariamente correspondía al rey entrar en primer lugar a su despacho, don Juan Carlos la invitó a pasar a ella primero, deferencia que la nueva defensora del Pueblo rechazó hasta que, tras insistir el monarca otras tres veces, terminó entrando antes que él. Por su parte, la marquesa consorte de Salvatierra siempre ha defendido en las entrevistas que ha concedido todos estos años la misma idea: que la democracia no hubiera sido posible en España sin el papel que jugó el padre de Felipe VI.
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