En las últimas semanas me he enganchado a una serie llamada New Amsterdam, en la que un médico de buen corazón es contratado para dirigir el hospital público de Nueva York. Sus métodos son revolucionarios y disruptivos y en la primera de sus intervenciones despide a todos los cardiólogos “corruptos” de la plantilla, en su opinión, mucho más interesados en facturar que en dar servicio a los pacientes. Lo segundo que hace es preguntar a todo el claustro de especialistas: “¿En qué puedo ayudar?”. Lo repite mucho, casi como un mantra, casi como un tic. Reconozco que las primeras 20 veces me dio un poco de vergüenza ajena y creo que es porque la bondad cotiza a la baja.
En tanto que prescriptor de andar por casa, se la he recomendado a varios amigos y amigas ya. Cuando me piden más detalles les digo que es una mezcla entre House (por centrarse en un médico concreto más que en el resto, siendo este muy particular) y cualquiera de las series de Aaron Sorkin (por su idealismo desmedido), y se me ocurre pedir disculpas anticipadas por su buenismo. Sé que en algún momento su moderada cursilería podría descabalgar a algunos por vivir inmersos en tiempos cínicos, pero si me preguntan, necesitamos un poco del idealismo del doctor Goodwin —“¿En qué puedo ayudar?”—, ser parte de la solución y no del problema, preguntando a los demás cómo están con genuino interés y no solo vomitándoles lo que nos preocupa a nosotros o agradeciendo cosas que muchas veces damos por sentadas.
Cuando aterricé en Vanity Fair hace cuatro años rebusqué en el archivo histórico de la cabecera estadounidense y me propuse que hiciéramos un número verde como los tres monográficos que publicó el editor Graydon Carter a finales de los dosmiles. Nuestro experimento fue bastante insólito, pero el suyo había sido visionario. Hoy en día casi todas las revistas de Condé Nast y también de la competencia entonamos la sostenibilidad como una bandera con números verdes repartidos durante toda la temporada y creo hablar en nombre de todos mis colegas si digo que no es pose ni moda. Es que, como dijo el ex secretario general de la ONU Ban Ki-moon en 2013, “No puede haber Plan B porque no hay planeta B”.
La responsabilidad de los gobiernos con sus compromisos de reducción de la emisión de carbono; la de las grandes empresas, fomentando la responsabilidad social corporativa; y la de los particulares, con nuestro —ojalá— recto comportamiento… Somos todos copas flauta en ese castillo de champán que es la conciencia global. “¿En qué puedo ayudar?”, me pregunto mucho más desde que soy discípulo del doctor Max Goodwin. Al contrario de la misantropía sexy que desprendían los capítulos de House, las tramas escritas por David Schulner para New Amsterdam nos empujan a ser un poco mejores, a redimirnos por imitación. Y es lo que hemos pretendido con este cuarto Green Issue consecutivo de Vanity Fair España: buscar y mostrar desde la primera página hasta la última a ciudadanos que quieren ser ejemplares y están concienciados con otro mundo posible, que en realidad no es más que el nuestro pero sin echarlo a perder.
Pero que quede claro que esto no es labor de un día ni fruto de un manifiesto aislado. Vanity Fair es más verde que nunca cada junio porque el 5 de este mes se celebra el Día Mundial del Medioambiente, pero vaya por delante, asociado a mi firma, el compromiso de contar buenas historias al respecto los 365 días del año. Como dijo Graydon Carter en su primer editorial ecologista, “Green is the new black”.
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