No son unas niñas como las demás. Por suerte o por desgracia, la princesa Leonor y la infanta Sofía figuran en los primeros puestos de la línea de sucesión al trono de España, un privilegio que conlleva, también, una gran responsabilidad. Por ejemplo, dictar discursos, asistir a actos oficiales (algunos tan trágicos como el funeral de Estado por las víctimas de la Covid-19 celebrado hoy) o someterse al intenso escrutinio de los medios de comunicación, deseosos de mostrar cada etapa de la vida de las princesas, cada gesto y cada variación de estilo en sus looks. Aquí no hay vuelta de hoja: aunque la ley protege la imagen de los niños y jóvenes menores de edad, Leonor y Sofía son desde el minuto cero contenido de los medios.
Desde 1996, los hijos de los personajes famosos aparecen con la cara pixelada en los medios de comunicación, a no ser que sus padres o ellos mismos den el consentimiento expreso. Imposible que una exigencia así proteja a cualquier princesa. Sin embargo, lo que estamos viendo con Leonor y Sofía supera muchas veces el lógico interés de los medios por su evolución. Aunque aún no tienen ni 16 años, se disecciona cada movimiento, se critica cada estilismo y se escruta cada gesto como si fuera el de su madre, Letizia. Y, sin embargo, a nadie extraña que se someta a estas niñas a la misma estricta vigilancia que soporta cualquier reina europea. PEro recordemos: Leonor tiene 14 años y Sofía, 13, son niñas, y deberímos estar haciento todo lo posible por velar que se manteniene su derecho a la intimidad, a pesar de sus apariciones públicas.
Deberíamos preguntarnos qué ganamos convirtiendo a las mujeres de las casas reales, jóvenes y adultas, en un espectáculo de moda. Por qué el empuje igualitario de la sociedad no nos disuade de valorar constantemente por su físico a estas niñas y otras jóvenes que aterrizan en el espacio público.
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