“La libertad os sienta tan bien”. Esta frase en apenas unos caracteres la procesión, pública y privada, que ambas han afrontado ante los medios. Meghan Markle y Lady Di nunca se llegaron a conocer pero anoche en Londres, en la reaparición de la duquesa de Sussex ante los focos, de alguna manera cruzaron sus caminos.
Con un vestido azul de un turquesa superlativo y la sonrisa más amplia que ha llevado nunca, Meghan Markle escenificaba 27 años después el mismo renacimiento público que Diana en la gala Serpentine de 1994, cada una con una traumática separación a cuestas. A punto de recuperar su vida (y por tanto, de salir de la Familia Real) la estadounidense estuvo tan radiante anoche que su perfección lanzaba inevitablemente un mensaje: “Lo que no supisteis apreciar”.
El estilismo de Marke no podía ser más sencillo, ni estar mejor escogido. Primero, porque por primera vez en mucho tiempo elegía un color vibrante, luminoso, enérgico, que parecía acompañar a su estado anímico. Segundo, porque con este diseño no solo seguía representando lo que pudo ser (está firmado por la británica Victoria Beckham, apoyando la moda de su país de acogida hasta el final) sino porque además este patrón de cintura ajustada era una espinita personal que Markle tenía clavada desde hacía años. Cuando Meghan interpretó a Rachel Zane en la serie Suits, habló de su estilo personal en una entrevista con la edición estadounidense de la revista Glamour: “Lo que estoy empezando a aprender es que, aunque algunas prendas se vean increíbles en una percha, eso no significa que se vayan a ver increíbles en mí. Por ejemplo, me encantan los vestidos de Victoria Beckham, pero no tengo el torso lo suficientemente largo para soportar esa silueta". Aunque en 2018 eligió un look de la diseñadora para asistir a la misa navideña en Sandringham, aquella elección fue del todo sobria (en azul marino y con abrigo). Anoche, sin embargo, Meghan sí tenía “cuerpo” para sentirse confiada.
La duquesa, además, dramatizó un poco su maquillaje (labios más intensos, mirada muy marcada). El resto del estilismo reposó acertadamente sobre un mínimo de accesorios: bolsito de mano de Stella McCartney, brazalete de oro con diamante de Jessica McCormak y zapatos de tacón de ante de Manolo Blahnik (la única concesión no inglesa). La imagen de Meghan asida del brazo de Harry bajo una lluvia de agua y de fotógrafos es tan estética y tan perfecta que parece la foto final de una comedia romántica, cuando por fin todo sale bien y los protagonistas son felices para siempre. Estaba tan resplandeciente que, sin tener nada que ver con la foto de Diana tres décadas atrás, la comparación fue inevitable: el suyo era también un “vestido de la venganza”.
La historia del “revenge dress” (y por qué se llamó así)
En la noche del 29 de junio de 1994 ocurrieron dos cosas que cambiarían la historia de los Windsor para siempre. Diana de Gales asistía a la gala benéfica organizada por Vanity Fair en Londres para recaudar fondos para la Serpentine Gallery. En ese mismo momento, en horario prime time de televisión, el príncipe Carlos confesaba que le había sido infiel en una entrevista, anunciada a bombo y platillo. El objetivo era acercar su imagen al pueblo y sin embargo, tras aquella fatídica confesión al periodista Jonathan Dimbebleby (“¿Fuiste fiel y honrado?” “Sí, hasta que -el matrimonio- acabó irremediablemente roto, aunque ambos lo habíamos intentado”) acabó devolviéndolo al lodazal. La foto en los tabloides al día siguiente fue impactante y unánime: Lady Di, liberada y resplandeciente, gracias a un pequeño pero nada inocente vestido negro.
Aunque Carlos y Diana se separaron formalmente en 1992, el proceso de divorcio se prolongó durante varios años. En ese tiempo, Diana fue transitando hacia su nuevo papel a través de una nueva imagen: más moderna, menos aniñada, más decidida. El vestido negro que eligió esa noche de verano fue el sello definitivo: aquella fue la primera vez que el público vio a la nueva Diana, aquella que ya no necesitaba a la familia real. En aquel little black dress arrojaba confianza, un aire de felicidad e independencia. Por fin era Diana la que llevaba al vestido y no al revés. Tal y como contó después una de las asistentes al evento, Dame Julia Peyton-Jones, al diario The Telegraph, cuando Diana bajó del coche “parecía que quiera descendido a la Tierra desde otro planeta. Estaba sensacional con su modelo de hombros descubiertos y todos su lado parecíamos grises y anticuados”. Una impresionante nube de fotógrafos la estaban esperando para inmortalizar el momento.
Aquel fabuloso vestido negro representaba como ninguna otra prenda podía haber hecho a la nueva Diana. Lo curioso de aquella elección es que se trató de una decisión de último momento: cuando la firma del vestido que iba a llevar filtró a la prensa el boceto antes de la gala, Lady Di decidió sacar del fondo de su armario este diseño que llevaba tres años colgado en una percha esperando su momento. Diseñado por la griega Christina Stambolian. “Quería brillar como un millón de dólares. Y así fue”, dijo su estilista Anna Harvey en 2013. El “vestido de la venganza” había nacido.
En efecto, la Serpentine Gala 1994 fue el altavoz con el que Diana celebró su decisión de no sucumbir al papel de víctima y mostrar, a la vista de todos, su enorme magnetismo. Mientras los ojos de veinte millones de espectadores observaban atónitos las confesiones íntimas de su ex marido, ella mostró dignidad y elegancia, sin dar una sola señal de que aquella noche ninguna otra cosa estuviera en su mente.
La misma mirada, la misma sonrisa, el mismo triunfo coronaba anoche a Meghan. Solo que ella sí iba, mano con mano, asida a su príncipe.
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