Mariah Carey pertenece a ese grupo de personas que, este 2020, van a celebrar su cumpleaños confinados. La artista llega hoy a los 50 años encerrada en su mansión del barrio angelino de Beverly Hills donde, como ha mostrado en las redes sociales como divertimento para sus ‘followers’ para el tiempo cantando, cocinando, comprando ‘online’ y haciendo mucho deporte en el gimnasio que tiene en casa. Porque, no olvidemos que hay que intentar escapar de los excesos o, al menos, contrarrestarlos con algo de movimiento.
En estas circunstancias, celebrará su cuarto de siglo de una manera atípica y que le obligará, como hemos visto en el caso de otras ‘celebrities’ en estas dos semanas que llevamos ya de encierro, a agudizar el ingenio para tener una fiesta original. Ella, que es una auténtica diva, pero que ya ha relatado en numerosas ocasiones su complicada infancia en una familia humilde, no escatimará. Y quizás esas compras ‘online’ de las que alardea en sus redes, contengan algún que otro producto para esa celebración.
Porque no va a permitir que esta quede truncada, como sí se ha visto afectado por el coronavirus el lanzamiento de sus memorias ‘I had a visión of love’ (ha tomado el nombre de aquel ‘single’ que fue la primera piedra sobre la que edificó su fama en 1990). Las mismas en las que esperamos descubrir más detalles de esa infancia complicada que, puede, sea la que haya provocado que, ahora que tiene dinero para aburrir se permita ciertas extravagancias.
Entre su lista de manías de estrella encontramos la impuntualidad, casi por contrato, cada vez que concede una entrevista. No sale de compras si no es compañía de once guardaespaldas. Si ofrece una sesión de firma de autógrafos, tiene que ser sobre mesas de lujo valoradas en miles de dólares. Alguna vez ha comprado todos los billetes de un vuelo para viajar sola. Y es condición indispensable para que se aloje en un hotel que tenga un gimnasio al lado para no perder su rutina.
Carey, que ha recordado en más de una ocasión lo complicados que fueron sus inicios, cuando se plantó en Nueva York a mitad de los 80 sin apenas dinero, y las penurias que pasaba para llegar a fin de mes hasta que en 1988 se cruzó en su camino Tommy Motola, presidente de Columbia Record, con quien terminó casándose cinco años después, no repara ahora en gastos. Sabe lo que es pasar necesidad y, ahora, tras construir una figura de reconocimiento mundial con el sudor de su frente, disfruta de su fortuna exprimiendo hasta el último céntimo.
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