Los royals no suelen pasar por las urnas. Los reyes don Juan Carlos y doña Sofía han votado en cuatro ocasiones. Primero, en el referéndum para aprobar la Reforma Política (1976). Segundo, en el de la Constitución. Tercero, en 1986, día en el que Juan Carlos y Sofía participaron en una consulta que había generado una enorme crispación en el país: la conveniencia o no del ingreso de España en la OTAN. Cuarto, en 2005, cuando acudieron a depositar la papeleta sobre la Constitución Europea. Desde entonces no han vuelto a un colegio electoral.
Tal falta de costumbre generó algún que otro despiste: la reina Sofía olvidó el sobre con la papeleta en casa, o sea en su palacio, y el rey se dispuso a introducir la papeleta en la urna sin mostrar previamente su carnet de identidad a la presidenta de la mesa. En el mismo colegio de Fuencarral-El Pardo votaron también la Infanta Elena y los Príncipes de Asturias.
En otras monarquías de Europa ocurre algo similar. Tiene sentido: la monarquía no conjuga el verbo elegir. El sentido de la institución es aglutinar, situarse por encima de las opciones políticas. De modo que sería contradictorio decantarse por unas siglas concretas cuando han de congeniar con toda la gama de la paleta cromática. Pero ¿Por qué no hacer una ficción con los asiduos protagonistas de los cuentos infantiles?
Si los reyes votasen…
¿Por qué partidos políticos se decantarían? Es fácil colocarlos ante las opciones más conservadoras, defensores de la tradición y las buenas costumbres, como proclaman el ideario de los partidos situados más a la derecha. ¿Cómo imaginar a una institución milenaria jaleando las arengas revolucionarias de Owen Jones, Pablo Iglesias o Iñigo Errejón? ¿O votando a favor de las ansias republicanas de Alberto Garzón? Es una cuestión de supervivencia. No van a hacerse el harakiri.
Empezamos la ficción por el norte. Los príncipes Mette-Marit y Haakon serían reflejo de la sociedad noruega, donde han gobernado los socialdemócratas desde 1927 hasta 2013. Probablemente, los más progres de una Casa Real, en especial la princesa heredera, Mette-Marit, sensibilizada con los asuntos del SIDA y que no dudó en utilizar su pasaporte diplomático para ayudar a una pareja homosexual a recoger el bebé gestado en un vientre de alquiler en la India. Hecho loable para el colectivo homosexual, poco para parte del feminista que defiende la campaña “No somos vasijas”. El bello Haakon está especialmente implicado en asuntos de medio ambiente, así que no cuesta imaginárnoslo con la papeleta de Los Verdes.
Entre los vecinos suecos se presume más variedad. Haciendo un esfuerzo, el príncipe Daniel podría llegar hasta el centro izquierda. A su mujer, Victoria, es más fácil imaginarla “pasando de votar”: tiene pinta de abstencionista que pasa de asuntos de la política, ella hace galletas con su niña y está feliz paseando del brazo con su marido.
Su hermano Carlos Felipe y Sofía son guapos, bon vivant y ecologistas. Quizá la pareja más conservadora de la corte –al margen del propio rey Carlos Gustavo, que no es precisamente un feminista: se llevó un disgusto cuando el gobierno aprobó la ley de igualdad que situaba como heredera a Victoria– serían Magdalena y Chris O’Neill, tintados de naranja, rodeados de gente guapa, repartiendo la vida entre festejos y los negocios. ¿Exposiciones, actividades culturales? Para ellos, pocas.
La pareja sueca guarda ciertas similitudes con los Mónaco: liberalismo feroz, las teorías de los economistas Friedrich Hayek y Milton Friedman al poder, libertad de moral, capitalismo al por mayor. Choca en esa corte la actitud pía de la princesa Charlene en el último año, siguiendo de rodillas los oficios religiosos.
Los daneses son demócratas convencidos, pero peculiares: todo muy cool, como la propia pareja heredera, defensores de todas las causas justas pero sin perturbar el orden del pequeño país. Defensa a ultranza del espíritu nacional: ¿Olvidaron la historia de la reina danesa que en el siglo XVIII alentó una revolución en pro de los desfavorecidos? ¿Pervive en la corte el idealismo de la reina Carolina Matilde y el médico Johann Friedrich Struensee que lo arriesgaron todo por la liberación del pueblo?
A Máxima de Holanda la persigue el pasado. El de su padre, para ser exactos. Estudió en una universidad católica, religión a la que no renunció al casarse con Guillermo. Compartió colegio en Buenos Aires con la exdiputada Popular Cayetana Álvarez de Toledo. Muy polite el encuentro entre ambas en el Congreso de los diputados durante la visita que realizaron a España en septiembre de 2013. Rubia pero sin perlas, quizá no sean tan obvias las siglas de su elección.
Sigamos con el resto del Benelux: las cortes belga y de Luxemburgo son bien conocidas por sus tendencias ultracatólicas. Pero, haciendo un esfuerzo podemos situarlas en el entorno de la democracia cristiana. Aunque en la corte de Luxemburgo el “pecado” se castiga: el tercer hijo de los Grandes Duques. Luis de Luxemburgo, se casó con la ex sub oficial del ejército Tessy cuando la pareja ya tenía un hijo. Ha perdido los derechos sucesorios.
Los Liechtenstein no son ficción: son extremadamente ricos y sus recetas políticas las ha explicado Su Alteza Serenísima Hans-Adam II en su libro El Estado en el Tercer Milenio: privatización del estado del bienestar, eliminación de subsidios, un sistema educativo que permita a los padres elegir el centro educativo, un sistema de impuestos sobre el valor añadido, poca o ninguna deuda exterior, la propiedad privada de los derechos mineros y un sofisticado dinero de mercado basado en los metales preciosos. No hay duda de su voto.
Con muchas reservas, socialdemócrata podría ser la opción de la reina Letizia. Más clara sería la opción del rey Felipe: un partido pequeño, de corte cristiano y social, como es ‘Por un mundo más justo’. Su madre, la reina Sofía, votaría Pacma, el partido de defensa de los animales. Y ahí dejamos la Familia Real española. A los Windsor no se les puede catalogar. La monarquía de las monarquías, el reino de The Queen no es solo de este mundo. El balcón regio de los Windsor no es compatible con los humanos. Quizá este cuento no pueda finalizar con el consabido colorín colorado. Pero el domingo tendrá, por lo menos, un punto y aparte hasta dentro de cuatro años.
Artículo publicado originalmente el 18 de diciembre de 2015 y actualizado el 10 de noviembre de 2019.
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