Ni Rocío Flores ni Ana María Aldón. Anoche llegábamos a la final de ‘Supervivientes 2020’ con la incógnita de conocer al tercero en discordia que les disputaría el cheque. Jorge Pérez se impuso, primero a Hugo Sierra para conseguir ese puesto, y luego a sus otras dos compañeras. El guardia civil se llevó el gato al agua y los 200.000 euros del premio final de la edición más atípica y larga del ‘reality’.
El nombre lo pronunciaba Jorge Javier Vázquez desde plató, pero la encargada de levantar la mano del ganador era una Lara Álvarez que no se ha separado de ellos en estos casi cuatro meses a lo largo de los que se ha celebrado el concurso. Lo hacía desde ese ‘resort’ en el que pasan un aislamiento al que invitaban a Omar Montes, ganador del año pasado, para que, envuelto en medidas de distancimiento social, le hiciera entrega a Jorge del cheque y del trono.
No era una victoria ajustada, como años atrás. Jorge, que se quedaba cara a cara con Ana María en esa última votación telefónica, se hizo con el triunfo con honores, con más del 81% del porcentaje de voto. Una victoria holgada para un hombre que no partía como favorito cuando salió rumbo a Honduras, pero que ha encandilado a la audiencia hasta conseguir hacer historia de ‘Supervivientes’ y escribir su nombre en la lista de ganadores.
«Te lo prometo, creo que ni trabajando he estado tan nervioso como ahora. Quiero dar mis gracias a todos mis compañeros, a amigos, gente que me llevo en el corazón. Sobre todo a todos los que han hecho esto posible, tengo una deuda eterna», comenzaba. muy nervioso, antes de dar paso a los agradecimientos de rigor: «Gracias al Pirata Morgan, a Lara por su cariño y dulzura, a toda la gente que no se ve y que hace posible esta aventura. Quiero dar las gracias a todos los que me quieren, especialmente a mi mujer que es única y a mis hijos».
«A mis amigos, a mis compañeros de trabajo, a todos los efectivos de la Guardia Civil que hacen que cada rincón de España sea un lugar mejor y a todos los que han combatido este terrible virus y han puesto algo de normalidad en nuestra vida», terminaba muy emocionado y casi aún sin creerse que Lara hubiese alzado su brazo al cielo de Madrid (bueno, al de Arganda, a 25 kilómetros de la capital).
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