Eugenia Martínez de Irujo sobre Cayetana de Alba
«De mi madre me acuerdo todos los días. La recuerdo mientras pinto, pues de ella he heredado el amor al Arte. Pintaba muy bien, y siempre me la encontraba entre pinceles, pinceles que aún guardo, al igual que obras suyas… Cosas insignificantes que para mí son tesoros. Las dos crecimos rodeadas de arte. Mi madre tenía una personalidad arrolladora. Era muy divertida, siempre contaba anécdotas de cuando pasó su infancia en la embajada de Londres. Con mi abuelo Jacobo, quien organizaba cenas con gente tan relevante como Winston Churchill. Cayetana, de joven, tenía un fachón y, como a mí, no le gustaba lo sofisticado. Por casa siempre iba muy hippie, casi siempre descalza, tenía unos pies y unas manos preciosas que me dejaban hipnotizada. No todo era bueno, naturalmente. Nadie es perfecto y mi madre tampoco lo era. Tenía mucho carácter. Cuando estaba de malas había que esconderse. ¡Tenía unos prontos! Lo bueno es que los enfados se le pasaban enseguida. Era muy transparente. Yo también, no sé disimular, aunque con los años he ido aprendiendo un poquito. Como yo, odiaba que la tratasen de usted. Si no te conocía le daba más igual, pero como la conocieses y no la tuteases se llevaba un disgusto. Porque ella era así de sencilla… Era mi madre».
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