La monarquía británica está atravesando uno de sus momentos más delicados. Y no hablamos precisamente del Brexit, que también; sino de la crisis de imagen pública que tiene la institución desde que el pueblo empezara a criticar el alto nivel de vida que mantienen en Buckingham y alrededores cuando a ellos les piden lo contrario. Especialmente desde que se hizo público que Harry y Meghan habían volado en un jet privado a Ibiza para pasar unos días de descanso.
Un capricho que tal y como explicó días después su amigo Elton John pagó el propio artista pero que no dejaba de poner en evidencia a los duques de Sussex, que predican en público la necesidad de proteger el planeta de la contaminación sin darse cuenta de que ellos con este tipo de escapadas ayudan muy poco a hacerlo.
El caso es que aquel vuelo en jet inició un efecto dominó que ha afectado al resto de miembros de la familia real británica. Primero, con el príncipe Guillermo y Kate Middleton volando en turista junto a sus hijos para ir a Balmoral a pasar unos días con la reina Isabel.
Allí Harry y Meghan también intentaron enmendar su error acudiendo a cenar a un pub local para demostrar que pueden vivir sin lujos. Gesto que este fin de semana han repetido los duques de Cambridge con su prole; que han sido vistos comiendo en un humilde local de Buckelbury para transmitir esa imagen de cercanía y normalidad que tanto les exigen sus súbditos.
Lo que nunca podríamos imaginar es que a esta moda de parecer normal y corriente se sumara también la propia reina Isabel Il, que tal y como desvela hoy el Daily Mail, también ha pecado de humana estas vacaciones: pedir fast food para cenar en lugar de aprovechar que su chef le prepare algo.
Eso sí, que nadie se imagine a la reina con antojo de McDonalds o Burger King. En ella los antojos son también puramente ingleses, de ahí que ordenara a un empleado que acudiera a un local cercano a su residencia para que comprara el típico fish & chips, la comida rápida favorita de los británicos y que al parecer en Escocia elaboran deliciosamente.
Aunque lo parezca, desde la prensa local aseguran que no se trata de un gesto para parecer normal a raíz de los últimos escándalos. Tal y como desvelan fuentes cercanas a la monarca, se trata de un capricho normal de Isabel II cuando llega a su residencia de verano. Vamos, que no es la primera vez que le entra el capricho de comer pescado rebozado traído de fuera. En concreto, de un establecimiento situado en el pueblo de Ballater.
Y no hay razón para creer lo contrario: ya sea conduciendo su propio coche o incluso caminando por los alrededores vestida de calle, desde hace décadas es habitual ver a la reina abandonando en boato que la rodea en Buckingham para jugar durante unas semanas en Balmoral a ser normal. ¿Y acaso hay algo que defina mejor ese concepto que mancharse las manos de grasa cenando?
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