El dramático secuestro que mantuvo en vilo a Julio Iglesias (y a toda España)

Julio Iglesias Puga (Orense, 1915 – Madrid, 2005) había aterrizado en Madrid tres días antes. Volvía de Miami, a donde había viajado para pasar la Nochebuena con sus hijos, Julio y Carlos, y su todavía esposa Rosario de la Cueva –de la que llevaba cinco años separado después de que ella decidiera mudarse con su primogénito tras incontables infidelidades–. Pero el ginecólogo, de 66 años, no imaginaba acabar así 1981. Ni su hijo Julio contestar una llamada como la que recibió el 29 de diciembre de aquel año. El cantante, que ya era un ídolo de masas y se encontraba grabando en un estudio de la CBS, amaneció en su casa de la isla de Indian Creek con una noticia que parecía una inocentada tardía. Cuentan que fue la de Isabel Preysler la voz que le comunicó que su padre, pionero del parto sin dolor en España, había desaparecido de camino a su consulta en un centro sanitario de la calle de O’Donnell.

Cuando le retuvieron, no era la primera vez que veía a sus captores. El día antes habían visitado su despacho del Instituto de Obstetricia y Ginecología fingiendo ser reporteros de una cadena de televisión germana. Dijeron estar interesados en entrevistarle para documentar la figura de su hijo e incluso le regalaron un televisor en color para ganarse su confianza. No hubiera hecho falta, Iglesias los esperaba porque meses antes una falsa periodista de Televisión Española, que aseguraba colaborar con el canal alemán, le había hecho llegar un cuestionario confirmando la entrevista.

Tras pasar una hora y media con él, los dos hombres quedaron en volver a verle al día siguiente en su casa de la calle de San Francisco de Sales. La cita estaba prevista para las nueve de la mañana pero nunca acudieron. Cansado de esperar, una hora y media más tarde, el padre de Julio Iglesias decidió seguir con su rutina. Según contaría el portero de la finca a la policía días después, uno de los secuestradores se personó más tarde preguntando por Iglesias Puga y argumentó no haber llegado a tiempo al encuentro por un problema con su coche.

La misma noche del día 29, al no tener noticias del patriarca, la familia Iglesias autorizó a su abogado en Madrid, Fernando Bernáldez, para que pusiera una denuncia por desaparición en el juzgado de guardia. Alfredo Fraile, manager personal del cantante, reconoció entonces que su representado temía desde hace tiempo un posible secuestro familiar al haber recibido amenazas de ese tipo. Por esa razón, su ex mujer, Isabel Preysler, y sus hijos ya tenían protección. Su padre, que no quiso un guardaespaldas, sí que accedió a vender su Mercedes –regalo del cantante– y comprar un utilitario para pasar desapercibido. Ese nuevo vehículo fue la última pista que la policía tuvo de él. Concretamente un ticket de la ORA perforado a las 11.15 horas del día 29, que descansaba junto al volante del coche.

Con otro vehículo, un Seat 131 de color rojo, los secuestradores acabaron por encontrarse con él y siguieron con el plan previsto: llevarle a la localización donde debía grabarse la entrevista. “No ponga usted resistencia y le irá mejor. Esto es un secuestro”, le comunicaron a punta de pistola a mitad de camino. Después, le obligaron a tomarse seis somníferos y le maniataron para cubrirle con un saco y meterlo dentro del maletero.

Hasta entonces el doctor Puga había vivido sin miedo. Pese a que ese mismo año, el 1 de marzo, el futbolista del Barcelona Enrique Castro González ‘Quini’ había sido secuestrado y retenido durante un mes hasta ser liberado en un zulo escondido en un taller mecánico de Zaragoza. Su rapto conmocionó a la sociedad española al igual que lo haría el del padre de Julio Iglesias. Curiosidades de la vida, a Quini le encontraron muy cerca del inminente destino del doctor Iglesias: Trasmoz. Pasarían casi tres semanas hasta que el padre del intérprete más internacional de nuestro país saliera de aquel pequeño pueblo zaragozano con apenas 200 habitantes, un solo teléfono y un policía.

A su llegada le esperaba José Luis Gutiérrez ‘Guti’. Su hija Gloria y su yerno, Baltasar Calvo, se habían encargado del traslado. Junto a otro hombre, lo subieron a una habitación de su casa –la misma donde había estado recluido Luis Suñer durante tres meses–. Julio Iglesias aún no sabía que estaba en manos de ETA. Treinta y seis horas más tarde se despertó en un minúsculo cuarto de nueve metros cuadrados en el que había tres sillas, una cama y un cubo que haría las veces de urinario. A los pocos días, dedujo que estaba en algún lugar de Aragón, por el acento de las voces que llegaban de la calle.

“Hace falta tener una fe enorme para poder soportar 20 días de cautiverio. Fueron educados conmigo y me trataron correctamente. Jamás me explicaron los motivos del secuestro sólo me dijeron que se había pedido un rescate y que conociendo que detrás había mucho dinero confiaban en que mi hijo lo pagaría”, explicó el médico en su primera comparecencia pública tras la liberación que se celebraría en Miami, de donde su hijo no se había movido desde que conoció su secuestro.

Aunque sus cuatro carceleros, siempre encapuchados, le trataban bien, Iglesias trataba de “mirar hacia arriba” para no ver sus ametralladoras. Gracias a su formación médica, se concentró en cuidarse. Para ello procuraba beber mucha agua y dormir todo lo posible. Comía poco a pesar de que caminaba unos diez kilómetros al día yendo de un lado al otro de la habitación y siempre tuvo vestimenta limpia. En el momento del rapto llevaba diez mil pesetas en el bolsillo que más tarde le daría a los terroristas para que le compraran ropa. “Me sentí peor que en la guerra civil –donde luchó en el bando sublevado– cuando me tuvieron preso”, contaría después. Durante su cautiverio soñó con todos los desenlaces posibles: que lo mataban, que volvía con sus hijos, que nunca lo encontraban.

Mientras tanto, en Madrid, su hijo Carlos ejercía de portavoz de la familia. Durante aquellas semanas de angustia hasta siete presuntas bandas de delincuentes llegaron a comunicarse con él para cobrar el rescate. Una entrega que jamás se realizó al no ofrecer las pruebas necesarias para creerles. Y eso que Julio Iglesias ya había reunido tres millones de dólares para salvar a su padre.

Para entonces, Joaquín Domingo Martorell, al mando de la célula antiterrorista de la Policía española, ya tenía una pista certera. El chivatazo se lo dio un etarra apresado en una redada. Fue entonces cuando conocieron que la banda terrorista estaba detrás del rapto, pero la policía nunca informó de ello a los medios. Ni siquiera a los Iglesias. ETA nunca reivindicó públicamente el secuestro porque mantenía una tregua ficticia desde febrero de aquel año. Por eso, en un intento de que no les relacionasen con ello, pidieron ayuda a Carlos ‘El Chacal’ –éste les ayudaba a conseguir armas a cambio de dinero–, a quien le pidieron que cobrase el rescate en Líbano.

"El acuerdo era de ocho millones de dólares para ETA y dos para nosotros", revelaría Chacal. La colaboración la negoció junto a su compañero polimili Luc Groven ‘Lucas’ en Budapest. Finalmente se dijo que ETA pidió 2.000 millones de pesetas a la familia Iglesias como precio por el doctor Puga. Pero éste siempre aseguró que no se les pagó “ni un céntimo”. Ocho días tardó Martorell en planear el operativo de rescate. Así, en la madrugada del 17 de enero de 1982, el Grupo Especial de Operaciones llegó a Trasmoz. El pueblo estaba en fiestas por San Antón y en la calle los vecinos bebían y bailaban ajenos a lo que escondía una de sus viviendas. A las tres de la madrugada de aquel domingo lluvioso, la policía derribó con explosivos la puerta de la improvisada cárcel de Iglesias y unos agentes vestidos con trajes y cascos antibalas, que en estado de shock el secuestrado confundió con astronautas, le rescataron. “Doctor Iglesias, está usted liberado. Enhorabuena”, fue lo primero que le dijeron, contó el ABC . “Julio dará festivales benéficos para las viudas y los huérfanos de la Policía”, correspondió a las pocas horas el recién liberado.

El encargado de comunicar la buena noticia al cantante fue el propio presidente del gobierno Leopoldo Calvo Sotelo. Lo primero que le dijo fue que estaba en perfecto estado de salud, aunque había perdido algo de peso. Dos días después, bajo el revuelo generado por 250 periodistas de todo el mundo, se reunió en Miami con su progenitor. Ese mismo día organizó un encuentro con la prensa en el Jockey Club de la ciudad. El representante del cantante, Alfredo Fraile, hizo entrega de un comunicado en el que la familia anticipaba que aquella sería la única comparecencia pública del médico al respecto. Iglesias Puga llegó acompañado de sus hijos vestido de blanco y aún desorientado. Los periodistas ya habían podido leer tres folios escritos por él mismo donde detallaba lo sucedido.

Con toda la información recabada, los autores del encierro fueron arrestados. La Fiscalía pidió para ellos penas de cárcel entre 11 y 15 años pero acabaron reducidas a al mitad. Sobre todo la de Baltasar Calvo, a quien sólo se le acusó de “colaboración con banda armada” pese a haberlo trasportado desde Madrid a Zaragoza. Durante el juicio, el rehén elogió el trato recibido. “El testimonio de los procesados fue tan sorprendente como la declaración del doctor Julio Iglesias Puga. De pie en el centro de la sala, empezó asegurando que no reconocía a ninguno de los acusados, para a continuación contradecirse y asegurar que la procesada Gloria Gutiérrez ‘era una chica adorable’ y que le había ‘servido amablemente’ el tiempo de su cautiverio”, según relató una crónica del periódico El País.

Tras el secuestro el artista extremaría sus medidas de seguridad. Hasta el punto de que, en 1987, contrató como “representante” en sus negocios de Estados Unidos y Suramérica a Martorell, el mismo policía que liberó a su padre. Para dormir tranquilo, el cantante también decidió llevarse a sus tres hijos a vivir con él a Florida.

Su padre, que se había prometido volver a hacer vida normal, regresó a Madrid. Después llegaría su romance con la televisión y su ascenso a personaje público bajo el apodo de Papuchi, que le otorgó la prensa rosa por sus relaciones con mujeres mucho más jóvenes que él. Llegaría también su boda en secreto a los 86 años con Ronna Keitt, de 42, con la que llevaba 11 años de relación. Un enlace que no reconoció públicamente hasta que falleció su primera mujer. Y tras él, el nacimiento de su hijo James Nathaniel Iglesias en 2004 –sus conocimientos sobre fertilización le fueron muy útiles– y una hija póstuma, Ruth, nacida a los pocos meses de su muerte.

También fue en diciembre, el mes de su secuestro, cuando Julio Iglesias Puga murió. No hacía ni una semana que había anunciado su última paternidad. Fue ingresado por un problema respiratorio y falleció de un paro cardiaco la mañana del 19 de diciembre de 2005.

Artículo publicado en Vanity Fair el 17 de enero de 2017 y actualizado el 29 de diciembre de 2019.

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