"Hay que saber envejecer. Porque hay estrellas que no saben envejecer. ¿Tú estás de acuerdo conmigo, Terenci?”, le decía Lola Flores a Terenci Moix en el inmenso Sabor a Lolas, el programa emitido por Antena 3 que tuvo como invitados a la flor y nata, social e intelectual, de la España de comienzos de los noventa. Por allí pasaron Fernando Arrabal, la duquesa de Alba, Esperanza Aguirre, Lorenzo Díaz, Adolfo Marsillach, Francisco Umbral (en una de las etapas en las que no le insultaba con apelativos como el moscovita o el constipaillo) y los músicos más representativos del momento.
“La magna Lola, un fenómeno que admite todos los comentarios y todos los estudios, un mito proclive al exceso, abierto al estallido del genio o a las manifestaciones más increíbles del mal gusto asumido como estética”, escribió en Suspiros de España el escritor catalán, que no se llamaba Terenci sino Ramón. ¿Tuvo la Faraona un buen envejecer? Habría que decir que sí, a lo visto y leído en las declaraciones que le dio a Carmen Rigalt en una de sus últimas entrevistas en El Lerele, su hogar en La Moraleja.
“La casa de Lola Flores es como el metro en hora punta. El trasiego del servicio se confunde con el ir y venir de los nietos, las llamadas de teléfonos, el soniquete de fondo de la televisión y la jarana de unos obreros que están plantando una casita en medio del jardín”, comenzaba su narración la periodista de El Mundo. Aquella casa de madera que estaban terminando de construir va a ser la que ocupe durante unos meses su hijo Antonio, también será el lugar donde se quitará la vida bajo una combinación letal de alcohol y barbitúricos un 31 de mayo de 1995, solo quince días después de la muerte de su madre.
Pero volvamos a aquella conversación entre Rigalt y la jerezana de perfil egipcio, aparecida el fin de semana del 23 y 24 de julio de 1994 en el dominical del periódico de Pedro J. Ramírez. En ese momento la salud de Lola Flores ya era el centro de atención de todos los medios. Unos días antes, el 6 de julio, le era otorgada la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo por José Griñán, el ministro del ramo. “La gente dice que la medalla llega un poco tarde, sin embargo, creo que es el momento justo. Aunque tengo los años que tengo, estoy entera. Dios me ha quitado la hinchazón que me tenía desfigurada y vuelvo a ser la Lola de siempre”, recoge Juan Ignacio García-Garzón en la que probablemente sea la más completa biografía de la artista, El volcán y la brisa. Rigalt se hace eco de la “avalancha de homenajes” y no deja pasar la ocasión para comentarle si “no suena a despedida”. Lola da una respuesta que resume, mejor que ninguna otra, lo duro y difícil de una vida dedicada por completo al arte: “Yo no he sido la mejor artista, pero sí la más popular. Es lógico que todos me arropen y me quieran. Lo mío es un caso único, un fenómeno de este siglo. No digo yo que todas esas manifestaciones de cariño sean auténticas, ni hablar. Muchas de las personas que me halagan están envidiándome, yo lo noto porque Dios me dio mucha psicología”. Lola en esencia.
La portada de aquel Magazine rezaba, ‘Lola al desnudo. La faraona confiesa sus miserias y sus grandezas’ . La fotografía en blanco y negro fue obra de Carlos Miralles y el color, tan característico de aquella época del suplemento, de Ramón Sagrado. Las respuestas de la folklórica no ocupan más de una página, pero en ellas podemos encontrar a una persona que lo dio todo por un país que en ciertos momentos no le correspondió. “España es divina, pero muy rara. Yo metí la pata con Hacienda, lo reconozco, pero Hacienda debería reconocer que yo fui un conejillo de indias o, como se dice ahora, un chivo expiatorio. Borrell declaró que yo pertenecía a la época de Franco y que estaría mejor retirada, pero Borrell no sabe de qué va el arte”, declaraba la bailaora en el verano de 1994, en la última y más polémica legislatura de Felipe González.
“Franco me dio paz, y se lo agradezco en nombre mío y de mis hijos. En aquella época no había tanta delincuencia, ni tanta droga, ni tanto sinvergüenza haciendo desfalcos, porque esa es otra, yo cometí una negligencia, pero estos de ahora se han llevado el dinero a manos llenas. Lo dice el refrán: siéntate a la puerta de casa y verás pasar el cadáver de tus enemigos. Yo estoy viendo pasar montones de cadáveres. A esos no los han trincado por veinte mil duros, sino por miles de millones”, recogía Rigalt en voz de la artista.
En sus palabras se aprecia un ligero ajuste de cuentas. ¿Resentimiento? Lola Flores morirá a las cinco menos veinte de la madrugada del 16 de mayo de 1995. “Cansada de los agudos dolores, decidió rechazar los calmantes”, explicaba García-Garzón. Antes había podido dejar grabada la miniserie El coraje de vivir , compuesta por cuatro capítulos y emitida de madrugada por la que fue su casa en aquellos años, Antena 3. Esos episodios, donde Lola miraba directamente a la cámara, siguen resultando tremendamente hipnóticos y camp. Parte de su contenido fue anticipado en la entrevista que la Faraona dio a Rigalt. Quizás el más llamativo fue su posición ante el aborto:
Últimamente he leído algunas declaraciones suyas y me ha parecido entender que fue una de las mujeres más avanzadas de su época. De verdad que sí.
Porque usted ya abortaba mucho antes de que se lanzarán las feministas a la calle pidiendo la despenalización del aborto. Sí. Me quité un par de embarazos, y lo hice a conciencia porque no quería parir hijos sin casarme por la iglesia y ofrecerle un hogar a mi familia. Hasta para eso tuve cabeza. No quise ir dejando hijos de uno y de otro, frívolamente.
Doce años antes tuvo que corregir unas explosivas declaraciones a la revista Garbo: Lola Flores. “Yo he abortado”. El reconocido periodista de ambiente y crónica social de ABC, Jesús María Amilibia, quien también pasó por las redacciones de La Codorniz y Hermano Lobo, dio voz a la cantante en su sección Abecedario del 25 de junio de 1982. “Oye, por cierto, desmiente todo lo que ha dicho esa revista que van y cuentan que si yo he abortado, que si yo le he sido infiel a mi marido; que te juro que yo no he dicho nada de eso, que es todo mentira; oye, que les abres las puertas de tu casa tan normal, tan como soy yo y luego te hacen esto; que no Amilibia, que no, que no creo que una mujer que ha estado toda su vida trabajando, con sus hijos, con su marido, se merezca ahora todo esto”.
La crónica de su concierto en la desaparecida sala de conciertos del edificio Windsor, firmada por Ignacio Ruiz Quintano el 3 de junio en el mismo periódico, recogía algunas declaraciones más sobre el tema. “En las proximidades del epílogo, un tema de Rafael de León Solano y otro de Juan Gabriel, canción esta destinada a Lolita, pero que como andaba con mal de amores, se la canto la madre”, dejaba caer Quintano sobre la ruptura de la hija de Lola con Paquirri, quien se casaría al año siguiente con Isabel Pantoja en Sevilla. “La juventud –decía Lola en aquella madrugada en el Windsor– quiere vivir de prisa, y tiene razón. Pero también digo que la que quiera tener gusto, que para. El aborto, no. Y los padres, que traguen, y que trague todo el mundo”. Eran otros tiempos. O no. Su entrevista con la periodista catalana concluía de esta manera:
Diga una sentencia para terminar, Lola. Una sentencia de las suyas. Mi sentencia es contra los que se están cargando a la juventud con la droga. Porque yo, a esos, los colgaba.
Partidaria de la pena de muerte, o sea. El que mata debe morir.
*Artículo actualizado en mayo de 2019
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